La muerte es una buena maestra

Poeta chileno perteneciente a la llamada “generación dispersa”, Oscar Hahn (Iquique, 1938) ha mantenido siempre fuertes vínculos con el Perú, al punto que uno de sus primeros poemarios, Agua final (1967), fue publicado inicialmente en nuestro país. En su obra de madurez se destacan los libros Arte de morir (1977), Mal de amor (1981) Imágenes nucleares (1983), y Versos robados (1995). Radicado desde 1974 en Estados Unidos, donde se desempeña como profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Iowa, Hahn no ha perdido el contacto con sus lectores peruanos, pues en nuestro país han circulado sus libros y hasta se han editado algunas antologías de su obra poética, como La muerte es una buena maestra (2000).

En los títulos de sus poemarios ya se puede percibir que el amor y la muerte son los grandes temas de esta obra literaria, representando los extremos opuestos de la experiencia humana: el amor es generador de vida, un acto de comunión y trascendencia; la muerte es la pérdida de la existencia personal y el regreso a lo matérico. Estos temas son vistos desde la perspectiva del hombre común y corriente, de la experiencia cotidiana de los habitantes de las ciudades modernas. A semejanza de los relatos de Cortázar o Arreola –Hahn es autor del libro Fundadores del cuento fantástico hispanoamericano (1999)- la descripción de las situaciones más rutinarias sirve de pretexto a poemas de la intensidad de “Televidente”, “En una estación del metro” o “Paisajes de invierno”.

En consecuencia con esta actitud, el lenguaje empleado es siempre el más simple y sencillo, pero trabajado con rigor y precisión: “El invierno arrastra sus piernas en la nieve / y no llega nunca a la puerta de salida / árboles desgreñados / como Francine a las ocho de la mañana” (Iowa City). Aun cuando el poeta aborda formas tradicionales y estrictas, especialmente el soneto, logra darles una cierta dosis de humor, irreverencia y actualidad. Puede versificar en endecasílabos, pero lo hace casi sin signos de puntuación: “Lee Señor mis versos defectuosos / que quisieran salir pero no salen: / ya ves que poco valen mis esfuerzos / y mis desdichas ay qué poco valen” (“Lee Señor mis versos defectuosos”).

Centrada en los grandes problemas humanos, esta poesía se aparta de los excesos de pathos y retoricismo (no hay imágenes rebuscadas ni sinestesias decorativas), y de las abstracciones que se podrían esperar en un escritor que es además Doctor en Filosofía. Poemas como “La muerte está sentada a los pies de mi cama”, “La muerte tiene un diente de oro”, “Rulfo en la hora de su muerte” muestran no solo una cierta fascinación por lo tanático sino también la preferencia por lo concreto. Algo que también se puede comprobar en los dolorosos poemas dedicados a las grandes hecatombes de este siglo: “Adolfo Hitler medita en el problema Judío” y “Visión de Hiroshima”.

Dentro de los elementos simbólicos del universo poético de Hahn, llama la atención la importancia que se concede a los ojos y la mirada, tanto como instrumento para el reconocimiento de los amantes (“Una noche en el café Berlioz”), como medio en el que consagran su unión (“El amor”). Pero la mirada del otro también es, según Sartre, aquello que enajena nuestras posibilidades humanas y nos convierte en simple “naturaleza”. De ahí que la mirada sea en algunos poemas (“Fotografía”, “Buenas noches hermosa”) un mensajero de la muerte, y en otros (“Noche oscura del ojo”, “El centro del dormitorio”, y “A las doce del día”) aparezcan esos misteriosos ojos enormes que flotan en el aire.

Entre los más recientes reconocimientos recibidos por Hahn se encuentran el Premio de Poesía José Lezama Lima (2008),el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2011) y el Premio Nacional de Literatura de Chile (2012).