Jorge Varela

La meritocracia, entre lo justo y lo bueno

Sobre las desigualdades, merecidas o inmerecidas

La meritocracia, entre lo justo y lo bueno
Jorge Varela
17 de septiembre del 2020


El filósofo Carlos Peña, uno de los pensadores más prolíficos de la década en el universo intelectual del cono sur chileno, ha publicado su último libro:
La Mentira noble. Sobre el lugar del mérito en la vida humana, en el que intenta explorar, según declara, las desigualdades inmerecidas (aquellas que vienen del caudal genético, heredadas de la naturaleza o de factores socioculturales o económicos recibidos de la familia), distinguiéndolas de las desigualdades merecidas (resultado del esfuerzo). La posición social de una persona (calificada de desigualdad inmerecida), constituye y expresa la madera que conforma su individualidad, pero no es propiamente mérito de ella. 

El esfuerzo personal

A propósito de lo que se entiende por ‘esfuerzo personal’, Peña señala que “no sabemos qué parte de nuestra vida es el fruto del destino y qué parte resultado de nuestro esfuerzo y nuestra voluntad” (entrevista en El Mercurio, 30 de agosto de 2020). Peña reflexiona acerca de cuán efectiva es la promesa social de que el esfuerzo personal (el mérito) es el instrumento para alcanzar un mejor destino, y cuánto pesan elementos como la educación recibida o la clase a la que se pertenece por nacimiento. Aunque ‘la meritocracia’, entendida como ideal que señala y demarca el destino de las personas y de la sociedad, es ‘una utopía posible’, también es un engaño, a juicio de Peña, como descripción de lo que ocurre en la realidad. 

Esta distinción y contraste entre desigualdades inmerecidas y merecidas se ha convertido para el citado intelectual en núcleo originario básico de sus publicaciones recientes, reconociendo el influjo del estadounidense John Rawls, entre otros. 

El mérito en la versión de Rawls 

La cuestión del mérito es sin duda uno de los temas que continúan y continuarán siendo objeto de estudio. Rawls pretendió decir una última palabra al respecto, cuando sostuvo que el esfuerzo y la voluntad que se ponen en lo que se hace no eran merecidos en su totalidad. En “Teoría de la justicia”, planteó que los individuos no merecen los éxitos y los fracasos sociales vinculados al azar, y que la justicia consiste en que los más afortunados puedan mejorar su condición solo si los menos favorecidos también lo hacen. Esta concepción de justicia para una sociedad democrática se mide por el destino que reserva a los menos favorecidos. En una sociedad de esta naturaleza, los individuos debieran ‘compartir los unos el destino de los otros’, para paliar los efectos de la lotería natural y social; en esto reside la raíz de ‘la justicia rawlsiana’. 

Leamos a Rawls: “No merecemos el lugar que tenemos en la distribución de las dotes naturales, como tampoco nuestra posición inicial en la sociedad. Es también problemático que merezcamos el carácter superior que nos permite hacer el esfuerzo por cultivar nuestras capacidades, ya que tal carácter depende, en buena parte, de condiciones familiares y sociales afortunadas en la niñez” .(Rawls,Teoría de la justicia). Este inusual cuestionamiento a la institución de la familia, a su perceptible influencia en la formación y desarrollo de jóvenes con talento, Rawls lo resuelve mediante ‘el principio de diferencia’, cuya función es resarcir a los perdedores inmerecidos en la competición social. Es una visión fundada en que los humanos son capaces de tener un sentido intuitivo de la justicia y están dispuestos a aceptar una justificación política de la misma (un consenso). Esta teoría de la justicia rawlsiana muestra precisamente aquí su flanco más débil, al deslizarse por la vía del formalismo. 

Lo justo y lo bueno

La pregunta que surge es la siguiente: ¿la plataforma de esta teoría (política) expuesta se basa solo en una noción procedimental? Para ser más específico, ¿qué es, en esencia, lo justo para Rawls y sus adictos? Su postura se asienta en dos principios: el de igualdad equitativa de oportunidades y el de diferencia ya mencionado, sobre los cuales construye el andamiaje de la misma. Dado que considera a la justicia como virtud de las instituciones sociales, antes que de los individuos, para él lo injusto no es la circunstancia de haber nacido en un hogar pobre o con discapacidad física, lo injusto es que la sociedad no actúe para evitarlas, mitigarlas o compensarlas. 

No obstante la directriz anterior, a partir de Rawls, a pesar de él, de sus intuiciones y de su valioso esfuerzo teórico, un gran dilema sigue abierto: ¿la justicia antecede al bien?, ¿tiene prioridad sobre este? ¿La justicia es superior al bien común? Una de las objeciones más importantes formuladas a su teoría política es la de que no se sostiene en una teoría del bien. La idea rectora que Rawls defiende es que lo justo debe ser independiente de lo bueno. 

En cambio para el filósofo comunitarista Charles Taylor, uno de sus críticos, si ‘lo bueno’ significa todo lo que una distinción cualitativa señala como ‘lo más elevado’, entonces cabría decir que “lo bueno tiene siempre prioridad sobre lo justo… lo bueno es lo que, con su expresión, da sentido a las reglas que definen lo justo” (Taylor, Las fuentes del yo).

Solo así lo justo será lo bueno. Solo así el valor del esfuerzo personal, del mérito que emana de la voluntad y del trabajo consciente será ponderado desde una óptica (ética) distinta a la de Rawls. Solo así la familia y la educación volverán al sitial que han detentado con dignidad en el desarrollo histórico de la vida humana, pues la ‘meritocracia’ no es una ilusión como pensaba Pierre Bourdieu: el esfuerzo personal existe, es constatable, aunque haya quienes nunca se afanan y otros que apenas se esfuerzan.

Jorge Varela
17 de septiembre del 2020

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