Francisco Swett

La Inteligencia Artificial y el combate a la corrupción

Tecnología para luchar contra uno de nuestros males más arraigados

La Inteligencia Artificial y el combate a la corrupción
Francisco Swett
22 de junio del 2020


Vivimos en una región sitiada por la corrupción. No hay día que no asome un nuevo escándalo que compromete la integridad del servicio público o devela la presencia de verdaderas organizaciones delictivas que han tomado el poder. El ansia del dinero fácil y las riquezas extremas son poderosas tentaciones que, además, forman círculos de influencia e intereses creados entre los nuevos “parceros” de las fechorías, quienes interactúan para ganar contratos, financiar campañas, lavar activos, subvertir el curso de la justicia, liquidar a opositores política o físicamente, y consumadas sus asociaciones, exhibir sus fortunas y pasear su impunidad. Los costos son inmensos; superan a aquellos que son directos pues, además de los sobreprecios, las coimas y las obras mal hechas, la consecuencia es el relajamiento generalizado de la moral pública. 

Si en tiempos pasados fueron los imperios del contrabando, hoy son los carteles de la droga, los contratos de compras públicas y la entrega de instituciones del Estado como cuota política de poder por parte del Gobierno. En Ecuador, durante la pandemia, más allá de las víctimas causadas por la peste, se ha destacado la presencia de quienes negocian con la miseria humana. El elenco incluye a las autoridades que especularon con las medicinas, los equipos de respiración, las mascarillas, las bolsas de cadáveres, los víveres para los necesitados e inclusive la identificación de los muertos. Por cada héroe, algunos de los cuales ofrendaron sus vidas, ha aparecido un enjambre de individuos cuya mera presencia lesiona a la sociedad entera sometida a las arbitrariedades del colectivismo que se impuso no obstante los costos económicos prohibitivos, costos que se traducen en la pérdida de empleos y en el incremento exponencial de la marginación.

En nombre de la gobernabilidad, y para lograr la aprobación de leyes y medidas, se permitió que miembros corruptos del Legislativo y caciques locales se apoderen del sector salud. Una actividad en la que Ecuador invierte más de US$ 5,000 millones anuales, para que los lugartenientes administren los hospitales y casas de salud, hagan y deshagan de las compras, se roben los dineros dispuestos para la construcción de nuevas unidades, y vivan a expensas de los dineros de los contribuyentes a quienes se les exige que paguen más impuestos. 

Es la pandemia de la corrupción. Si va a ser combatida, se requiere de estrategias que singularicen a los actores, detecten sus perfiles y orígenes para conocer su punto de partida, sus asociaciones y actividad, ausculten sus negocios, crucen la información entre sus declaraciones patrimoniales y los impuestos pagados, identifiquen a los testaferros, registren sus cuentas, los localicen y, llegado el momento, los manden a donde deben estar, a la cárcel, no sin antes, mediante la acción de la vindicta pública, haberlos despojado de los patrimonios mal habidos. 

Ello demanda la implantación progresiva de sistemas redundantes de inteligencia artificial que detecten matemáticamente los patrones y estelas que dejan detrás de sus fechorías. Se trata de la recaudación masiva de información digitalizada, la que es ingresada para constituir las bases de datos que superan la capacidad de la mente humana para procesar, y hacerlo con rapidez y exactitud, los detalles relevantes que conforman los arquetipos de detección. Así como las neuronas del cerebro humano tienen cien trillones de interconexiones, las matrices deben poder “conversar” entre sí y arrojar conclusiones que identifiquen a los actores y hagan el seguimiento cabal de las pistas del dinero (“follow the money”). El control de la corrupción mediante la implantación de sistemas de Inteligencia Artificial (IA) es una inversión profiláctica que tiene una alta rentabilidad social.

En otro momento discutiremos los límites imponibles al control para defender las libertades civiles. Por el momento cabe concluir con la reflexión de que el buen comportamiento y la honestidad no son temas determinados inexorablemente por una cultura estática. El ejemplo de naciones como Singapur, que pasó de ser el nido de los piratas del Estrecho de Malaca a constituirse en una de las sociedades más limpias y ordenadas del mundo, prueba todo lo contrario. La conducta social y pública se forma, aparte de en la familia y en la educación con valores, en un sistema de normas de conducta de estricto cumplimiento y de recompensas colectivas e individuales, según sea del caso. Los sudamericanos no somos deshonestos por naturaleza, y por eso hay que destruir la potencia de los vectores, de aquellas minorías repletas de mañas que requieren de la opacidad para hacer sentir su presencia. 

Es la historia futura que debemos forjar. En este caso, la tecnología puede ser un extraordinario aliado para lograrlo.

Francisco Swett
22 de junio del 2020

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