Francisco de Pierola

La inmadurez progresista

Berrinches y falsas promesas frente a la realidad

La inmadurez progresista
Francisco de Pierola
15 de noviembre del 2024


En la política contemporánea, el progresismo se autoproclama como defensor de la justicia, la igualdad y los derechos fundamentales. Sin embargo, detrás de este discurso se oculta una actitud que, lejos de ser constructiva, refleja una marcada incapacidad para aceptar la diversidad de opiniones y asumir responsabilidades. La reciente reelección de Donald Trump no solo reafirmó los valores fundamentales de millones de estadounidenses, sino que también expuso, de manera contundente, la actitud infantil de ciertos sectores que no toleran la discrepancia.

La reacción de muchas figuras progresistas ante el triunfo de Trump no fue sorpresiva: gritos, ofensas y promesas que carecían de intención real. Celebridades como Barbra Streisand, Cher y Sophie Turner anunciaron que abandonarían Estados Unidos si Trump resultaba vencedor. Estas declaraciones, lejos de ser actos genuinos, buscaban dramatizar el rechazo hacia un resultado democrático. Al final, dichas amenazas quedaron en el aire, evidenciando que no eran más que recursos emocionales sin compromiso.

Este tipo de comportamiento revela una problemática mayor: la convicción de que su causa es moralmente superior y, por lo tanto, cualquier método para defenderla es legítimo. Desde insultos en redes sociales hasta agresiones físicas, este sector valida sus acciones bajo el pretexto de un supuesto "bien común". Esta postura, que evita la autocrítica, pone de manifiesto una alarmante falta de madurez tanto emocional como política.

El progresismo moderno ha redefinido la idea de libertad, despojándola de sus límites naturales y responsabilidades inherentes. Este enfoque, que prioriza el deseo personal sobre las obligaciones colectivas, se convierte en una visión individualista que no considera las consecuencias de sus actos. Ejemplos de este paradigma pueden encontrarse en debates como el del aborto o las políticas de identidad, que son presentados no como espacios para la reflexión, sino como dogmas incuestionables.

Esta negación de la realidad natural no solo es un síntoma de inmadurez, sino también de una desconexión con los fundamentos de la convivencia. La auténtica libertad no consiste en ignorar las limitaciones, sino en reconocerlas para actuar en armonía con ellas. Sin embargo, los progresistas prefieren abordar cuestiones complejas desde una perspectiva simplista, que ignora tanto las raíces culturales como las implicaciones éticas.

La victoria de Trump en 2024 dejó claro que las élites de Hollywood no poseen la capacidad de moldear la opinión pública como creen. Actrices como America Ferrera o cantantes como Billie Eilish y Ariana Grande manifestaron su descontento con resultados apocalípticos. Declaraciones como "una guerra contra las mujeres" o amenazas de mudarse al extranjero inundaron las plataformas digitales. Sin embargo, el pueblo estadounidense demostró que sus prioridades van mucho más allá de los discursos vacíos de figuras mediáticas.

El impacto de estas promesas incumplidas no solo mina la credibilidad de las celebridades, sino que además refleja su desconexión con los ciudadanos. Mientras estas figuras proclaman el fin del mundo desde la comodidad de sus lujosas residencias, millones de familias celebraron una decisión que prioriza el sentido común y los valores esenciales.

Uno de los pilares del progresismo infantil es la constante victimización. Según esta narrativa, todos los problemas son resultado de una sociedad estructuralmente injusta, y por ende, corresponde al Estado resolverlos. En lugar de asumir responsabilidad personal, estos sectores prefieren delegar soluciones a un paternalismo estatal que perpetúa la dependencia. Este enfoque, lejos de empoderar, fomenta una mentalidad que elude los retos inherentes a la vida en comunidad.

La madurez exige aceptar que no todos los problemas tienen causas externas. Pretender que todo mal es producto de un sistema defectuoso no solo es un error conceptual, sino que también limita el progreso de la sociedad.

La reelección de Trump no fue solo una victoria política, sino también un símbolo del rechazo al caos generado por el progresismo. A pesar de las campañas mediáticas y las constantes declaraciones de figuras públicas, el pueblo optó por defender principios como la estabilidad económica, la familia y el respeto por las tradiciones. Este desenlace deja claro que, aunque los sectores más ruidosos pretendan imponer su visión, los valores fundamentales siguen siendo la brújula para millones de personas.

Francisco de Pierola
15 de noviembre del 2024

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