Carlos Adrianzén

La destructiva ideología fiscalista peruana

Gasto estatal = corrupción y alta ineficiencia.

La destructiva ideología fiscalista peruana
Carlos Adrianzén
21 de noviembre del 2017

Posiblemente no exista nada más poderoso ni destructivo que las ideas. Cuando estas se arraigan, no importa cuán irracionales o infundadas resulten. Pueden ser inocuas, pero también hacer mucho bien o daño. Como sostenía el difunto economista inglés John Maynard Keynes, lo que la gente cree o espera determina sus expectativas, y estas a su vez determinan su comportamiento. Al menos en este punto el difunto acertó. No acertó en cambio cuando planteó que había que enfocar solo el corto plazo y usar el gasto estatal como la maravilla curativa de todos los supuestos males de una economía de mercado. Pero eso importó poco. El lado socialistón de una receta que justificaba la intervención estatal la hizo popular. Justamente por su sello romántico y facilista. No resulta casual escuchar a nuestra clase política (y aspirantes a serlo) repetir en tono sesudo “hay que hacer algo y ahora”. Aunque esto implique saltar la reflexión sobre si la supuesta solución funcionaría, resultaría contraproducente o si acaso existe alguna otra solución razonable en el plazo esperado.

Así las cosas, les recuerdo que el grueso del accionar fiscal peruano se ha aferrado a esta creencia fiscalista. Me refiero a esa fe de que la elevación del gasto estatal nos curaría de la recesión, la mala educación pública, el déficit de infraestructura, etc. Y que además hacerlo no tendría mayores contraindicaciones. Porque los impuestos no tendrían efectos destructivos (lo cual es falso, siempre) o la nueva deuda pública no se iría a sentir o que desarrollaría los mercados de capitales internos y hasta dinamizaría el sistema previsional (también algo consistentemente falso). Hoy estamos acostumbrados a arrastrar un manejo fiscal que, etiquetado como técnico, solo nos refiere a una ideología cómoda. Antes de continuar prefiero ponerle un cascabel al gato. El uso de modelos de desequilibrio con rigidez nominal o dinamismo estocástico —conocidos como “nuevo keynesianos”— implica algo más sofisticado que el uso popular y difundido de la pócima keynesiana popular. Y nótese: estos modelos no prescriben que el gasto estatal es siempre poderoso y reactivador.

Esclavo de la ideología keynesiana (cero reflexiones), el fenómeno fiscal peruano puede ser resumido en una sencilla regla: gasta todo lo que puedas. Los efectos negativos de corto y largo plazo son omisibles. Aquí cabe tener muy claro dos cosas. Primero, que las instituciones en nuestro país siempre permiten el abuso del gobernante. El “todo lo que puedas” ha sido muy amplio. Hoy se critica histéricamente que el legislativo restrinja a un ejecutivo desconcertado.

Segundo que el gasto del Gobierno solo puede tener cuatro fuentes: (1) los impuestos, esas cargas legales a privados para financiar los gastos de la burocracia (incluye tanto tributos como tasas y contribuciones); (2) las licencias monopólicas (las ventas de empresas estatales que no sobrevivirían ni un solo día sin sus específicas licencias monopólicas); (3) el endeudamiento estatal neto o (4) el financiamiento inflacionario (la maquinita de Pedro Beltrán sobre los saldos de dinero mantenidos por la gente). Desde 1970 a la fecha, el Gobierno peruano ha presionado estos pedales al extremo. Ello —consistentemente— nos ha llevado a una pobrísima tradición inversora, botines empresariales corruptos y recurrentes cuadros de sobreendeudamiento y crisis inflacionaria. Es decir: al atraso y la pobreza de las que cotidianamente nos quejamos. Lo queramos aceptar o no, las cifras están allí y muerden.

Pero lo más llamativo de esta longeva ideología fiscalista pasa no solo por reconocer que el gasto estatal siempre fue procíclico, sino que su uso ha estado asociado con dos términos: corrupción y alta ineficiencia. Un fiscalismo que al final resultó regresivo. A la longeva ideología fiscalista peruana no le sirve la realidad, la ignora. Con desprecio infundado por los colaboradores dizque técnicos del Gobierno de turno, y solventado por la fe ciega del de los electores que —desde la escuela— ven al gasto estatal como la cura básica de casi todos los males.

La salida aquí resulta irónicamente sencilla. No será el Estado el salvador, sino el esfuerzo individual de cada uno de nosotros. Eso sí, ayuda mucho no elegir o tolerar demagogos y farsantes en el Gobierno.

Carlos Adrianzén
21 de noviembre del 2017

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