Hugo Neira

La Cuba que conocí no es la de estos días

América Latina suele perderse en utopías e ilusiones

La Cuba que conocí no es la de estos días
Hugo Neira
18 de julio del 2021


A La Habana fui muchas veces, en los años setenta. Época de la Guerra Fría, la Cuba de Fidel Castro jugaba un papel importante, el de ser una isla —porque eso es Cuba—, el tamaño del departamento de Ica y apenas 11 millones de personas, pero acaso como un cuchillo en la garganta de los Estados Unidos. Estuvimos al borde de una guerra nuclear. Los soviéticos temían el riesgo de la plataforma en Grecia y los espacios que les había dejado la España de Franco. Aquello, un equilibrio de amenazas, que por fortuna desaparece desde la caída del muro de Berlín. 

Que me perdone el amable lector que tenga que explicar qué hacía yo en esos años inesperados. Estaba en París, me habían invitado a trabajar como investigador en un equipo de Sciences Politiques, y entre tanto, seguía mi formación universitaria en Francia. Cuando el golpe de Estado contra Fernando Belaunde, yo estaba muy lejos de la política peruana, de eso que José Carlos Mariátegui llamaba, con toda razón, «la política criolla». Unos militares peruanos que estaban de paso por Europa me preguntaron qué pensaba de ese acontecimiento. Les dije que si era para recuperar Talara estaba bien, pero era poca cosa. Un gesto nacionalista. Les faltaba pasar el Rubicón. Y eso era terminar con el feudalismo agrario. Se miraron, y me dijeron: «- Ya tendrá usted noticias nuestras». Y un día, en los kioscos, en distintas lenguas, se daba la noticia de una reforma agraria, era junio de 1969. Y dejé mi puesto académico, y volví a Lima. 

Yo no era sino el joven de Cuzco: tierra y muerte, cronista de las invasiones o recuperaciones de tierras en los sesenta. La gran sorpresa, una revolución sin armas de los propios campesinos, dirigidos por una elite rural propia donde no había partidos políticos sino ellos mismos: Sumire, Cornejo, y Saturnino Huillca, al timón de esa Federación Campesina del Cuzco, que removía el mundo rural. No es la primera vez que lo digo: sin esas tomas de tierras sin sangre, no hubiese habido la modificación de las formas de tenencia de la tierra, ya no arrendires, sino propietarios. Ese gobierno era militar. Carlos Delgado fue quien reclutó a diversos civiles descontentos de los partidos de entonces. Así, Carlos Franco, que deja el Partido Comunista. Francisco Guerra García, que venía de la Democracia Cristiana. Héctor Béjar, después de la guerrilla. Por mi parte, en el SINAMOS, fui Director de Difusión (hoy, Comunicaciones). Lo digo y lo cuento, sin vanidad. Y es por eso que fui repetidas veces a La Habana. Eran entonces unos viajes muy corrientes. Y hasta los aviones eran rusos. 

Yo había dejado hacía tiempo el PCP de Jorge del Prado, acaso porque comenzaba a estudiar Ciencias Sociales, lo cual me distanciaba deliberadamente de las ideologías. Y cuando aterrizo en Europa, un viaje con estudiantes a Moscú me confirma lo que se sabía en Europa: el régimen soviético no lograba satisfacer las necesidades primarias de las sociedades que tenían bajo su poder. Ni en Polonia ni en Hungría, y unos alemanes que perdían la vida al intentar pasar del Este al Oeste cuando no se había tumbado el muro de Berlín. Algo parecido le ocurre a Fernando Fuenzalida en la «democracia popular» de Polonia. Soportó un año, y volvió a Lima más que decepcionado. Nos quedamos sin brújula pero no nos pusimos a buscar un Inca como Flores Galindo. Nunca he gozado del pensamiento mágico.

Al amable lector, le contaré cómo era para nosotros la Cuba de esos años. Nos trataban muy bien. Por ejemplo, fui invitado a la memoria de un acto heroico y de recuerdo cuando el Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, es tomado por unos jóvenes y echan las armas por las murallas esperando que el pueblo las usara. Y ese fue el primer paso de la revolución cubana. Los tomaron presos, se salvaron de un fusilamiento, los echaron al exilio. Y tres años después, en 1956, después de aprender el uso de las armas en México, llegan en un yate llamado Granma y desembarcan en la Sierra Maestra, y comienza la guerrilla. 82 guerrilleros ante un ejército, el de Batista, con una fuerza de 40 mil hombres. Fueron 3 años de guerra. 

Obviamente, conocí la Cuba posguerra. Y a la vez cómo entonces se tomaba en cuenta los inicios de la revolución. Y en uno de esos actos rituales, el inicio por lo de Moncada. A los del SINAMOS nos ponían en una galería muy cercana a Fidel Castro. A tres gradas de distancia. Recuerdo que en el enorme anfiteatro había algo así como una fiesta, pero cuando apareció Fidel vino un momento espartano. Soldados que hasta ese momento estaban ocultos, dispararon al aire. Y Fidel Castro toma la palabra recordando a un amigo, el poeta cubano, Rubén Martínez Villena, con su poema: «Hace falta una carga para matar bribones,/ para acabar la obra de las revoluciones; / para vengar los muertos que padecen ultraje, / para limpiar la costra tenaz del coloniaje; / (...) Para no hacer inútil, en humillante suerte, / el esfuerzo y el hambre y la herida y la muerte; / para que la República se mantenga de sí,/ (...) para que nuestros hijos no mendiguen de hinojos / la patria que los padres nos ganaron de pie.». Y entonces, Fidel Castro termina: «Rubén Martínez Villena, desde aquí te lo digo, la toma del Moncada es la carga que tú pedías». Me quedé impresionado. Ya de regreso al hotel, el cubano que nos acompañaba nos dice: «- Mañana todas las escuelas hablarán de este poema». Y añade: «que se habían olvidado los mismos cubanos». Pero en ese coche, me había puesto a susurrar el poema... «para cumplir el sueño de mármol de Martí». No sé cómo se me quedó en la cabeza, quizá no todo pero sí gran parte. Y el cubano me pregunta: «- Oye chico, ¿en Perú conocen entonces a Martínez Villena? Le contesto que no. Y me dice: «- ¡¿Te lo has aprendido en el mitin mismo?! Coño, Neira». Le expliqué que a veces la emoción hace esas cosas con el cerebro, acaso con el espíritu. 

Conviene saber el proceso histórico de Cuba. Fue el más tardío en romper los lazos con España imperial, de 1868 a 1874. Luego hubo una segunda guerra de la independencia, duró tres años (1853-1895) y la dirige José Martí. Más tarde, los Estados Unidos, que intervienen cuando la guerra con España no acababa. Y siempre se enteran los EEUU por Puerto Rico, las Filipinas. Para Cuba siempre el anexionismo fue un fantasma perpetuo. Incluso en 1906, cuando el americano Hitchcock, en la primera Constitución de Cuba, obtiene «un derecho unilateral de intervención». En fin, siempre hubo inestabilidad social y política, las dictaduras fueron frecuentes: Gerardo Machado (1925) y Fulgencio Batista, dictador hasta 1944, y un segundo golpe de Estado en 1952, siempre con el apoyo de Norteamérica. Además de las dictaduras había un Partido Comunista y Batista, el que fue vencido por Castro, era parte del sistema político.

Ahora bien, la figura de Fidel Castro —en su combate y éxito en los inicios— fue apreciada por Eisenhower, en Francia por De Gaulle, Adenauer en Alemania. Lo veían como un país del Tercer Mundo que se libraba de un tirano, Batista. Pero el proyecto de régimen iba más lejos. La Habana estaba plena de burdeles, y según Hugh Thomas, se había ejecutado entre 7000 y 10,000 entre los perdedores. 

El rol de Fidel Castro no proviene del viejo Partido Comunista de Cuba. Cuando toma las armas no dice sino «movimiento 26 de julio». No se suele decir que había un Partido Socialista popular (también comunista) cuando aparece la guerrilla en Sierra Maestra, y en 1956, se dice que esos revolucionarios eran «aventureros pequeño-burgueses». No les faltaba razón, Fidel venía de una familia acomodada. Más que españoles, gente de Galicia, lo envían a estudiar Derecho. Se entiende que decenios después el tirano Francisco Franco mantuviera siempre una relación diplomática con Cuba. Castro y Franco, cosas de gallegos. 

Por lo visto, en primer lugar, las revoluciones vienen del pueblo, a veces de elites, pero cuentan siempre las circunstancias. No es el marxismo lo que conduce a Castro. En segundo lugar, el que era marxista es el Che Guevara. Acababa de venir de Guatemala donde habían derrocado un gobierno democrático, vencido por militares que habían sido formados en Washington. Entonces, tanto Fidel Castro como el Che Guevara probablemente pensaron que no había nada que pudiese hacerse sin un gran poder. Y en tercer lugar, cuando Castro va a los Estados Unidos —todavía no era un país asociado al Kremlin— le ocurren dos cosas. En el comité cubano había unos cuantos negros. Cuando a un hotel entró con todo el comité, les dijeron nones. Se fueron a un barrio de negros. La segunda cosa es todavía peor. Tenía una cita con el presidente de los Estados Unidos, nada menos que Eisenhower, y se fue a jugar su partido de golf. Castro regresa a La Habana, y pone en marcha la expropiación del capital americano en centenares de empresas. Un periodista americano dijo que el partido de golf del hombre en Washington fue el más caro de la historia de los Estados Unidos. El resto es sabido: el fracaso de la Bahía de Cochinos, el tema de los misiles en 1962, luego el aislamiento de la isla, y por todo eso, el alineamiento con la Unión Soviética.

Ese acuerdo es negativo y positivo para la isla de Fidel. Adoptan para Cuba un modelo de gestión y de economía estatal bajo el poder de un partido único y comunista que se vuelve, como en otros casos, gente de represiones, burocracia y «monolitismo ideológico». Todo eso lleva a la ruina. Ya estaban mal antes del hundimiento de la URSS. En 1980, entraron miles de cubanos en la embajada de Perú. Y 125,000 cubanos parten a los EEUU. Pero la vida se hace imposible cuando se hunde la URSS en 1990.

Y aquí viene lo peor. Siendo marxistas, deberían ocuparse del «modo de producción». Pero Cuba comunista vivía en un 90% de lo que le daban para el presupuesto nacional. Cuba, cierto, tuvo años felices, pero gracias al apoyo del gigante URSS. Era en realidad una suerte de vitrina para convencer que con el comunismo se puede tener buena educación, gastos en salud, empleos. A veces, en Cuba, algunos de los militares de Velasco los notaban admirados por el nivel de vida. A algunos les dije lo real, viven de lo que les da la URSS (y el turismo y las remesas de los cubanos en el extranjero, hasta que vino Trump). En sus últimos años Fidel intenta un «socialismo de mercado» pero, con la estructura administrativa y política en manos del partido, era imposible. Había que volver a las libertades democráticas y eso no podía porque era dañar los privilegios de las nuevas capas dominantes: Policía, burocracia y exrevolucionarios. 

La Cuba de hoy es ese vídeo que da la vuelta al planeta. Un joven discute con alguien en la calle, y otro individuo saca tranquilamente una pistola y le da varios balazos. Alguien que es parte de «las milicias». O sea, ¿la ideología comunista está por encima de la población? O sea, ¡¿la ideología como algo sagrado e intocable?! La cuestión es que un Estado liberal, conservador o socialista, debe proteger su pueblo, no asesinarlo. Eso ya no es política sino barbarie. ¿Esto en el siglo XXI? Por eso digo, esa no es la Cuba que conocí. En fin, con «el socialismo real» las revoluciones llevan al poder a una elite y no a los ciudadanos corrientes (con lo cual no digo que el capitalismo es lo mejor).

Un exceso de poder, que no olvido, fue el de un burócrata cubano y una pobre estudiante peruana a la que tenían como esclava sexual. En uno de esos viajes, una familia limeña me pide que me ocupe de la joven a quien uno de los «barbudos» (los guerrilleros primeros) no la dejaba volver al Perú. La invité en el magnífico hotel donde me alojaban. Lo del abuso tuvo que parar. Porque yo iba a hacer un lío enorme en el Perú. Ahora bien, la muchacha dijo mirando la mesa: no sabía que en La Habana había queso Camembert¡!  Y esa misma noche estaban furiosos los cubanos que me acompañaban. En el calor de la disputa, uno, el mejor de ellos, me dice: «- Sí Hugo, tenemos que estar mejor que el pueblo, porque sin nosotros, no habría revolución». Nunca me olvidé de esa discusión. Las revoluciones producen aristocracias, oligarquías, otras formas de dominación. Como las abejas y hormigas, unos nacen para príncipes y otros para abuejelas. Hitler aplaudiría.

En fin, la revolución de Fidel Castro y el desembarco en la Sierra Maestra inflama a millares de jóvenes latinoamericanos. Pero el tiempo es un gran juez, y hoy podemos ver ese estallido con otros criterios. Seamos sinceros, ¿qué guerrilla, en qué país, llega a tomar el poder? El Che muere en 1967, y como él lo cuenta, los campesinos se negaron. Y entonces aparecieron grupos guerrilleros urbanos, como explica hoy un argentino (Héctor Ricardo Leis), montoneros en Argentina y tupamaros en Uruguay, que confunden guerrilla y terrorismo. La Triple A es la respuesta. La dictadura de Videla, el terrorismo de Estado, los miles que fueron martirizados, asesinados y arrojados desde los helicópteros al mar. Las madres de Mayo pidiendo, al menos, los restos de sus hijos.

¿Y Cuba qué fue? ¿Un país que vivía a costa de los soviéticos? ¿No insistía Karl Marx en el modo de producción? ¿Es un país comunista uno que exporta azúcar y vive del turismo? ¿Y cuando se hunde la URSS, logra colonizar la Venezuela de Chávez? Siento decirlo, ese comunismo es un chiripazo, una suerte, el azar. Los rusos necesitaban frenar a los Estados Unidos y La Habana está al frente de la Florida. Fidel Castro aprovechaba una situación geopolítica, y eso es todo. Una vez más, en la América Latina nos perdemos en utopías, ilusiones, la búsqueda de El Dorado de los conquistadores, hace cinco siglos, tras las quimeras, la magia, la credulidad. A ver si algún día salimos de nuestra Edad Media.

Hugo Neira
18 de julio del 2021

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