Tino Santander
La confederación de tribus
Como consecuencia de la guerra de Estado contra los pobres
Millones de peruanos salen a las calles desesperados para buscar el pan del día, y solo reciben golpes y confiscaciones de la policía y del serenazgo municipal. Es la guerra del Estado contra los pobres; Martín Vizcarra, George Forsyth y el congresista Daniel Urresti, pretenden acabar con la informalidad a palos, encarcelando y humillando a humildes peruanos que no tienen cómo vivir. La consigna de orden alienta la matonería y el abuso contra los más débiles e indefensos.
Mientras los informales están en las calles tratando de sobrevivir, los políticos, los empresarios y los intelectuales neoliberales y de izquierda se reúnen en comunidades digitales para analizar los efectos económicos de la pandemia. Son peruanos que viven en un país diferente, perciben la crisis de otro modo; no tienen hambre, ni deudas, ni han perdido sus ingresos. Para ellos conectarse digitalmente es algo cotidiano, porque tienen internet en casa o en la oficina. Son la tribu privilegiada de sofisticada jerga económica que aspira a gobernar a los informales desde sus computadoras.
En cambio, la inmensa mayoría marginal se ha habituado al lenguaje del populismo ramplón; porque la desconfianza y la carencia de ideas y programas políticos no ayudan a elevar la conciencia cívica de los peruanos. Ni el recuerdo de las gestas de los héroes nacionales, de las luchas campesinas y de los trabajadores, de los civiles y militares que defendieron el honor y la patria los conmueve, porque son enarboladas por el Perú oficial.
La tribu política cree que los informales no están conectados, que son ignorantes y no saben que el programa económico del Gobierno beneficia a los bancos, medios de comunicación y monopolios empresariales. El menosprecio al sector popular es una práctica cotidiana del poder centralista, porque no comprenden su indiferencia y estrategia de sobrevivencia.
Estos cenáculos pretenden que sus utopías, ideas y proyectos políticos se impongan de oficio; que no hay necesidad de ensuciarse los zapatos de charol en el barro de los cerros ni en la arena de los desiertos, ni de mitigar la sed de los diez millones de peruanos sin agua ni desagüe. Creen que es suficiente tercerizar la política con operadores asalariados, y que el marketing va a vender sus ideas o candidaturas como jabones o lapiceros.
Los informales –como ahora llaman a los pobres– son percibidos por la clase política como salvajes que incumplen la ley y que aspiran a volver a la sociedad de cazadores y recolectores sin Estado, donde impera la ley del más fuerte. Para los neoliberales e izquierdistas el Perú no tiene otra salida que el autoritarismo ilustrado, bajo el régimen de su tótem el mercado o el estado totalitario.
Existen diversas tribus informales, cada una con su ídolo, mitos y propia historia. Nada los une, pero armonizan intereses económicos y sociales cuando se trata de ganar dinero. Como sucede en Juliaca, donde las tribus del contrabando, el narcotráfico, la minería ilegal y otras actividades del crimen organizado conviven armónicamente con las tribus de la banca y la gran empresa. Lo importante es el kolke (dinero). Lo demás no existe.
En los próximos años se va a consolidar políticamente una confederación tribus en base al poder económico, que establecerá un nuevo derecho y nuevas formas de vida en todo el país. Nada de eso lo podemos evitar por la mediocridad y dogmatismo de la clase política. Salvo que el taytacha de los temblores y la mamacha del Carmen nos concedan el milagro de la transformación social.
COMENTARIOS