Carlos Adrianzén
La cantaleta de las pensiones dignas
¿Otro engaña muchachos?
De los significados que nos da el Diccionario de la Real Academia sobre la palabra “dignidad”, me quedo con uno. Nos refiere a la prebenda del arzobispo u obispo, a esas rentas que se atribuyen a la dignidad del cargo. Algo muy arbitrario. Ahora bien, caminando al punto, una aproximación lo que sería una pensión digna implicaría la compra de un paquete de servicios previsionales que permita que el trabajador reciba un pago periódico apropiado después de su retiro.
Así, dejando fuera la demagogia, si cada trabajador aporta a una cuenta de capitalización individual o sus aportes fuesen chocolateados en un fondo de reporte (a lo que le toque, incluyendo aportes estatales) lo concreto será que la dignidad de la pensión dependerá del valor de los fondos ahorrados, la transparencia y la eficiencia de su administración en el tiempo. En ausencia de accidentes o robos estatales, un fondo chico implicará pensiones chicas. Un fondo grande, pensiones grandes.
Precisiones afuera, ingresemos al ámbito de la discusión pública. Hoy, por ejemplo, la asonada izquierdista sobre el gobierno elegido en Chile tiene una bandera de lucha en el contrabando demagógico asociado a las pensiones. Se repite –y nadie se atreve a refutarlo– que esto se debe a que las AFP no otorgan pensiones a nivel europeo… perdón, dizque justas. Eso de que un fondo chico, implicará pensiones chicas les parece irrelevante. Quiero, quiero, quiero una pensión europea. Eso de ahorrar, dejémoslo al resto. Si no me lo dan, quemo a otros. Perdón, quise decir protesto y exijo respeto minucioso por mi derecho humano a la protesta (violenta). ¿Cuánta pobreza adicional implicará esto para Chile en la próxima década? Resulta algo que hoy casi nadie pondera.
En estas líneas lo invito a discutir el detalle de este despreciable asunto. Ruin por su mezquino uso político. Sí, desde el primer al tercer mundo, hierve la discusión sobre lo que sería una pensión “digna” y la contraposición de dos ambientes.
Uno con ciudadanos ricos, educados, envejecidos, con una fertilidad demográfica a ratios de no reposición, con un crecimiento demográfico cercano a cero, pero que recibe una masa creciente de inmigrantes más jóvenes, pobres y deseosos de educarse gratuitamente. El otro, enfoca gente pobre a la que la izquierda local ha educado –léase: estafado– haciéndole creer que es rica. Digamos, Latinoamérica. Esa región de naciones pobres que se creen ricas y que, por ello, el vocablo esfuerzo es una palabra que produce un tremendo escozor. Esto mientras se idolatran los cambios de reglas ilusos. Este otro ambiente está poblado por ciudadanos con un producto por habitante fluctuante entre el 3% (digamos Bolivia) y 18% (digamos Chile) del equivalente de una nación rica (Suiza), y significativamente menos educados. Con una fertilidad demográfica que hoy roza con la no reposición y crecientemente envejecidos, aquí también se observan variopintos esquemas de reparto estatizados, combinados y superpuestos con cuentas de capitalización individual, y –nada sorprendentemente– también emerge la pócima comunista de una pensión dizque digna y para todos. Eso sí, el conflicto se registra con una ferocidad política creciente.
Estimado lector: una pensión es digna, sea grande o pequeña, cuando proviene del esfuerzo del trabajador. Una pensión es indigna cuando quien la recibe la obtiene esquilmando a otros. Como una suerte de dádiva.
En una nación como la nuestra, donde la burocracia es voraz y corrupta (difícilmente se cerrarán empresas públicas y reducirán gastos no priorizables) y que registra una fuerza laboral en la que el 80% no tiene ahorros, mientras solamente un 5% tendrían fondos ahorrados moderados o altos, ofrecer una pensión demagógica es una bandera popular.
Pero retiremos la anestesia. Los fondos son exiguos para brindar pensiones altas y, ni la burocracia sacrificará su gasto para financiar subsidios a los trabajadores que carecen de ahorros, ni procederían a recapitalizar su fondo de reparto. Pero lo peor no es esto, lo peor es que hoy los burócratas usan esta batahola para elevar su gasto tomando los ahorros acumulados de millones de peruanos para farrearlos en mayores gastos ilusos.
En el Perú, gracias a lo popular que resulta un regalito para los que quieren una pensión indigna, y a lo indiferente y contaminado de los siete millones de compatriotas que no defienden sus ahorros, el pronóstico también es reservado. Nótese: siete millones de aportantes, con una mayoría que mantiene fondos individuales bajos y que previsiblemente justificarán pensiones bajas. Pero merece destacarse que el estado de cosas actual en el sistema privado no es idílico. Amelcochamos la rentabilidad de las administradoras (explicada por la regulación estatal) con un marketing que les atribuye lo bajo de los aportes y las pensiones de la mayoría. Y la gente se la cree y odia sus propios ahorros.
Aprendamos, pues, de la desgracia de nuestros vecinos del sur. Creen que son ricos y exigen violentamente pensiones a lo suizo (para las que no aportaron). Pueden incendiar mil edificios, estaciones o centros comerciales, pero es imposible que millones de chilenos reciban pensiones cuyo fondo no se ha ahorrado.
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