Eduardo Zapata

Huachafería y verdad

Lo huachafo alcanza a todas las clases sociales y quehaceres

Huachafería y verdad
Eduardo Zapata
07 de diciembre del 2023


Acabo de terminar de leer la magnífica novela
Le dedico mi silencio. Un reencuentro de la palabra poética de Mario Vargas Llosa con muchos de los haceres y decires de los peruanos. Y entre estos, el autor destaca la palabra huachafería.

Esa palabra podría aludir a simples externalidades. Pero por su valor corrosivo social –pues puede dar lugar a encubrimientos o falsificaciones de la verdad– lo huachafo se vuelve denuncia sígnica no solo de mucho de la trama de la obra sino del todo de nuestro tejido social. Es tan nuestra la palabra huachafería que prácticamente resulta intraducible con exactitud en otras lenguas.

Entre los muchos orígenes posibles de esta palabra, Vargas Llosa nos relata –evocando una conversación suya con Martha Hildebrandt– que, tal como se lo contó Estuardo Núñez a nuestra Martha, el asunto puede referirse a una voz de filiación venezolana. Ocurre que en Venezuela guachafita alude a una fiesta bulliciosa y alegre. Y que alrededor de 1890 llegó a Lima una familia colombiana bastante modesta. Las jóvenes de esta familia hacían fiestas a las que llamaban guachafas. Y como se trataba de jóvenes modestas que pretendían ser algo más alto socialmente, la gente –por facilidad de pronunciación (así lo dice Vargas Llosa)– las llamó “huachafas” ya no en alusión a las fiestas sino a ellas mismas y a sus aspiraciones.

Como sabemos, el calificativo de huachafo entre nosotros ha vinculado su valor semántico a aquel o aquello que pretende ser lo que no se es. Prácticamente expresión de impostura social. Y en ese orden lo huachafo no solo signa externalidades sino –como lo subraya la novela– alcanza a todas las clases sociales, personajes y quehaceres: más preocupados por las apariencias que por las esencias. Al atentar contra las esencias y esquivar asertividades en el lenguaje, lo huachafo se vuelve enemigo de los entendimientos y del contrato social mismo.

Aterrizando la palabra en nuestros días actuales y en nuestro mundo mediático, vemos desfilar conductores, reporteros y entrevistados (sean políticos, empresarios o figuras del espectáculo) que aparentando sapiencias inexistentes hacen gala del tono y las palabras pomposas, del vestir como argumento y de no poca sino mucha ignorancia. La huachafería ha alcanzado, entonces, al propio lenguaje y al decir.

Más allá de algunos conductores sobrios de programas, tenemos activistas que no vacilan en promover algaradas. Pocos constitucionalistas serios son mediáticamente equiparados con evidentes ´constitucionalistas´ por correspondencia. Tengo en mente precisamente a una de estas eruditas que, para aludir a personas que tienen divergencias, hasta innovó el lenguaje con el verbo ´divergar´; porque obviamente no sabía que el verbo es divergir. Y en fin, deben haber notado los extraños acentos que últimamente ponen personajes de la radio y la televisión que no hacen otra cosa que confundir al receptor sobre si se trata de sustantivos o adjetivos, de sujetos o predicados. En el caso de la televisión es más que claro que de lo que se trata es de leer el telepronter rápido –y con énfasis– aunque no se estén entendiendo las palabras.

Alguna ex ministra de educación –que se dice aspira a la presidencia de la república– dijo alguna vez que nunca se “superponieron” sus funciones de consultora y cargos de confianza. Y las tesis fantasmas son perdonadas. Y los cursitos de actualización inexistentes son también pasados por alto. Y vamos así evadiendo realidades y oficializando –también en la vida política– la huachafería.

Eduardo Zapata
07 de diciembre del 2023

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