Juan C. Valdivia Cano
Historia y conciencia en la obra de Juan Carlos Belón
La representación concebida como interpretación, y la interpretación como creación de sentido
Como el sapiente búho de Minerva que extiende sus alas y levanta vuelo solo en la última hora de la tarde, en el crepúsculo, como aludía Hegel, así también muchas actividades humanas -entre ellas la fotografía- requieren cierto tiempo de práctica, de experiencia de vida, de rumia (como las vacas) o de cocción a fuego lento (como la buena cocina), para estar a punto, para levantar vuelo, es decir, para tomar plena consciencia de sí misma. Y eso es historia.
Historia no es, entonces, la pura vivencia ni el mero conocimiento de hechos, datos, nombres y fechas pretéritas (como nos enseñaron en el colegio) sino conciencia del presente a través del examen del pasado, de sus raíces, de su desarrollo, de su lógica y de su estructura. Porque el presente no es sino la consecuencia y el provisorio punto final de todo ese pasado, y por ello lo contiene completamente. Y así ha ocurrido con la fotografía, con la historia de la fotografía y con la fotografía abordada históricamente, como todo hecho determinado inevitablemente por su tiempo y espacio, por sus circunstancias, como diría el maestro Ortega.
A pesar que en el Perú se ha hecho fotografía desde 1842, casi desde los primeros días en que se inventó esta actividad artística, en 1839, se puede decir que su historia recién se ha empezado a hacer a partir de mediados de 1970, fecha de la “primera exposición documentada de la fotografía peruana del siglo XIX”, efectuada en el Banco Continental y organizada por la investigadora norteamericana Keith McElroy (según nos informa Alejandro León Cannock). Hay que recordar que la fotografía nació con la modernidad tardía y dio lugar a la aparición del cine, dio a luz el cine, por así decirlo, que es justamente “imagen-movimiento” e “imagen tiempo”, (es decir, imagen) para utilizar los términos de un filósofo cinematográfico, si los hay: Gilles Deleuze, que continuó la obra de Henry Bergson, célebre filósofo del tiempo, de la intuición y del movimiento.
Porque una cosa es hacer fotografía y otra pensarla. Juan Carlos Belón Lemoine es un fotógrafo arequipeño de esos que, como pocos, no sólo hace fotografía de calidad sino también la piensa y al hacerla y al pensarla nos hace pensar. Y la piensa críticamente, claro está, como piensa y vive en general la cultura fotográfica desde hace 40 años. Y no la piensa como un sujeto que aborda un objeto de investigación, como en una ciencia, sino como una vivencia íntima en la cual el dualismo sujeto-objeto, abstracto y bipolar como tantos dualismos de este género, se diluye porque esa vivencia íntima se materializa en imágenes “sin interés aparente”, (“aquí no pasa nada, aquí no ha pasado nada, aquí no pasará nada”) porque lo que importa no es la imagen en sí misma , el sentido no surge de ella misma sino de lo que ocurre entre ella y otra imagen, el sentido surge de los intersticios, de lo que ocurre “entre”, como lo explica tan bellamente Gilles Deleuze en sus Diálogues con su amiga y discípula Claire Parnet. Solo quiere provocar preguntas o incómodas incertidumbres, hasta llevar al espectador a su propio cuestionamiento, a su propia visión, a sus propias imágenes, y al interpelarnos nos enseñan a ver lo que sin esas imágenes se mantendría invisible .
Y con “cultura fotográfica” no me refiero solo a la investigación, la docencia, la gestión, la recopilación y recuperación documental, etc, sobre esta disciplina, sino también a las posibilidades y funciones de la fotografía, su verdad, sus límites, su régimen, su circulación, la variedad de conceptos y posiciones que provoca, etc. Y esa actitud totalizante y comprensiva y su personalísima posición frente a esa disciplina artística que opera con la imagen, son dos de los rasgos característicos que, a mi modo de ver, hacen tan peculiar y tan distinto a este artista peruano radicado hace varias décadas en Francia. “La imagen es fundamental y constitutiva del ser humano, sostiene Belón, al mismo nivel que la palabra, a la que precede. Los hombres se construyen por medio de operaciones en las que la imaginación juega un rol preponderante”
Es esa compleja actividad artística alrededor de la fotografía, desarrollada por Juan Carlos Belón, lo que ha hecho que Alejandro León Cannock, a quien seguimos en esta nota, hable del “trabajo polifónico de Belón Lemoine” (“Juan Carlos Belón Lemoine: un actor excéntrico de/en la Historia de la fotografía peruana”) en el que, dicho sea de paso, no faltan la exploración y la experimentación fotográfica que son el sustento de ese trabajo y de su singular y renovadora posición frente a él. Y son esos dos rasgos fundamentales lo que tal vez ha contribuido, paradójicamente, a su relativo desconocimiento para el gran público en nuestra región, a pesar de que en ellos se expresa su innegable calidad artística y a pesar de su nutrida actividad expositiva o de difusión, de recopilación o recuperación, de encuentros y discusión de sus diversos aspectos, en una buena cantidad de países. Trataré de explicar esta paradoja.
Lo que es único o por lo menos esencial en la mayoría de fotógrafos, “hacer buena fotografía”, (lo que implica el dominio de la parte técnica y sus usos, así como el de las prácticas y conceptos de una obra fotográfica en su contenido representativo tradicional) es en el trabajo de Juan Carlos Belón solo un aspecto –que él domina, como los buenos fotógrafos ortodoxos, si cabe el adjetivo– casi siempre “sin interés aparente” (como se llamó justamente una de sus exposiciones); “terrenos vacìos, casas abandonadas, lugares desamparados, situaciones anticlimáticas…”, restos de fotografías destinadas a la basura, como espejos rotos que nos interrogan, etc. No es precisamente la forma más idónea de ganar sufragios masivos y fama mundial inmediata. Lo cual no parece interesarle demasiado al fotógrafo, como sí le interesa expresarse con genuina autenticidad, como todo artista verdadero.
Lo cual nos lleva a la segunda de sus señas esenciales de identidad, como diría Juan Goytisolo, que también hace algo inaccesible su obra para el espectador profano: su personalísima concepción respecto del carácter de la fotografía como actividad artística, que el realismo ingenuo no parece reconocer : su actitud frontal contra él que, como todo realismo artístico o literario, intenta imitar ilusamente y con un máximo de fidelidad la realidad objetiva de un espejo, desconociendo el inevitable mecanismo de representatividad mental, que impide toda expresión cognitiva directa de la realidad, es decir, sin intermediación de nuestra mente.
Y eso no es posible para ningún ser humano, como lo demostró el genio filosófico de Arthur Schopenhauer en “El mundo como voluntad y representación”. De no ser así no se podría explicar por qué dos amigos que ven la misma película salen del cine dando opiniones casi siempre diferentes, total o parcialmente, por ejemplo. Lo que expresan en sus sendos comentarios favorables o desfavorables esos amigos no es directamente la película tal cual esta fue en sí misma, sino las representaciones que se producen en su mente acerca de ella y a partir de ella: la realidad, el mundo no existen sino como representación de esa inaccesible realidad en nuestro espíritu. Y eso es lo que expresamos cuando damos a conocer nuestros puntos de vista, nuestras opiniones, nuestras perspectivas. No la verdad, no la realidad “en vivo y en directo”
Pero la representación aquí es concebida inevitablemente como interpretación y la interpretación como creación de sentido y producción de valor, lo que rompe con el concepto tradicional de la representación como copia o imitación de lo real y deviene acicate para pensar. Por eso, como dice Alejandro León Cannock , la fotografía de Belón “nos invita y enseña a ver el mundo”, incluso desde la perspectiva de una hormiga.
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