Hartazgo

No los mueven razones ideológicas. Probablemente muchos –por la edad– aún no conozcan la palabra. Por doquier jovencitos, aún escolares, salen en masa a protestar ante lo que los adultos llaman “cualquier pretexto”. Chile, Ecuador, Barcelona y otros lugares que advendrán saben y sabrán ya de sus efectos. Disturbios, gases lacrimógenos, pañuelos en la cara, saqueos y represiones mayores o menores signan los tiempos. Y ello ocurre en sociedades donde la economía y sus números dicen que “todo está bien”. En sociedades, incluso, donde esto era inimaginable.

Byung-Chul-Han, el filósofo surcoreano, ha revitalizado la palabra burnout: cansancio. Y es que para él nuestras sociedades están viviendo una situación de estrés emocional derivada de una competitividad laboral y social que termina por agotarnos. De la casa al trabajo, de la escuela-cárcel a la tarea, de la rutina a la rutina. Todo como parte de un sistema económico que él denuncia radicalmente como una mentira social.

Cierto es que la electronalidad ha creado una legión de gente con voz. Cierto también que los millennials tienen cerebros y modos de comprender el mundo distintos a aquellos de sus mayores; educados estos en la obediencia, puntualidad y repetición, requisitos de la gran industria. Y cierto también que si bien es verdad que internet individualiza, crea “células durmientes” (para usar un lenguaje del terrorismo) que activan estas células en una tribu desenfrenada ante una simple convocatoria a través de las redes.

Probablemente muchos vieron la película Un día de furia, en la que el personaje principal –interpretado por Michael Douglas–, atrapado en un tráfico infernal, saca un arma y empieza a disparar a diestra y siniestra. ¿Se imaginan qué y cómo se sienten quienes viajan tres horas en transporte público para llegar a su escuela o centro de trabajo? Los oídos ocupados por adminículos de distinto tipo aíslan del sonido e individualizan, pero no vendan los ojos ni clausuran cerebros. De modo que allí estamos. Tal vez tarareando la canción que escuchamos. Pero también despertando día a día a la “célula durmiente” en la cual la deshumanización del modelo económico nos ha convertido y ante el cual un buen día estallamos.

Múltiples factores confluyen. Cierto. Pero el fundamental es el cansancio, el aburrimiento, el no hallar sentido a una vida que la sociedad no nos ofrece. Ello. Junto a la soberbia del ígnaro prepotente e inculto que cree que todo es economía. Y no se trata solo de lo económico. Tampoco de GINIS y las desigualdades. Se trata del hartazgo ante un modelo de sociedad que sentimos ajeno porque no nos ofrece oportunidades orgánicas de participación y donde la grosera posición de dominio del “que puede” –aunque no sea económica– nos subleva. Empezar la vida con una escuela que no nos dice la verdad y terminarla con una pensión –vía AFP– que en el mejor de los casos alcanza el 30% de lo habitual nos sume en la incertidumbre, en la precariedad y en el hartazgo.

Es claro que el asunto no es el neoliberalismo, especialmente en estas latitudes, donde ni siquiera ha habido liberalismo. Es un modelo político, social y económico al que le hemos sustraído lo humano y que es necesario cambiar. No volviendo a las viejas recetas que quebraron nuestros países –empresas públicas, subsidios indiscriminados, programas sociales aletargantes–, sino creando un modelo nuevo que rescatando derechos y deberes nos dé un Estado pequeño, ágil y eficiente en sus servicios. Para eso pagamos impuestos.

Pero tampoco seamos ingenuos. No nos olvidemos del Grupo de Puebla.