Carlos Adrianzén
Golpes como del odio de Dios
Los golpes de Estado y la economía
En estas líneas nos referiremos a la toxicidad económica de los golpes de Estado Peruanos. Desde los albores de la República peruana el vocablo “golpe” o “golpe de Estado” ha ocupado un rol casi protagónico. En mi opinión, para nuestra desgracia económica. Hemos tenido hordas de dictadores y diligentes simpatizantes y colaboradores a ellos por toneladas. Todos –los dictadores, simpatizantes y colaboradores– de lo más flexibles ideológicamente. Algunos simpáticos y educados, otros mediocres y otros nefastos personal e intelectualmente. En mi provinciana percepción, ninguno merece ser recordado con honores o separado de la muestra con honores. Salvo un par de excepciones. Los nombres de los mejores merecen un olvido decente.
Ojalá algún día descubramos que la República es un activo nacional enorme. Cuando las reglas son estables y defensoras de la libertad y la propiedad privada de la gente, explican la riqueza de las naciones. Chile, ese ratoncito económico sudamericano, registra actualmente, y de lejos, los niveles de vida y de desarrollo económico más altos de Latinoamérica, gracias a su coherencia republicana. Olvidando tanto a Allende cuanto a Pinochet, ambos regímenes accidentados.
Pero regresando a la toxicidad de los golpes de Estado, resulta crucial reconocer que el daño económico de cada uno se presta a resultados variopintos. Y es que los hemos tenido casi de todo tipo: longevos y efímeros, contumaces y desconcertados, de perspectiva totalitaria y de perspectiva orientada a una rápida transición, marxistas y que fueron poco o no pudieron ser marxistas.
Bajo esta realidad, si se trata de escudriñar estadísticamente el impacto económico sobre variables clave como el ritmo crecimiento, la inflación o la inversión privada; los resultados serán inciertos. Solo cuando diferenciamos los golpes por su característica política básica podemos enfocar cuando son más dañinos.
Si bien siempre son dañinos (afectan negativamente la estabilidad nominal de la plaza, postergan persistente o temporalmente decisiones de inversión, consumo y comercio exterior), algunos resultan mucho más dañinos: los golpes de Estado con marcados idearios mercantilistas-socialistas. Estos últimos son destructivos porque no solo deterioran la imagen del país y erosionan la libertad económica, empobreciendo la plaza. Son destructivos por su sesgo totalitario y sus afanes de menoscabar instituciones (generadores de corrupción burocrática) y destruir libertades políticas (derechos políticos y libertades civiles) para consolidarse en dictaduras.
Las tremendas desgracias económicas de Cuba o Venezuela son nítidos ejemplos de lo destructivo de estos golpes marxistas. El subdesarrollo regional, también. Reflejan los efectos nocivos intermitentes de golpes no consolidados, como el velascato cuyas secuelas –Belaunde II y el gobierno del Apra y la Izquierda Unida– nos ubicaron como una económica sudamericana con estándares económicos cercanos a los subsaharianos.
Sobre por qué patear el tablero vía golpes de Estado, en el Perú la respuesta siempre tuvo la mezcla de bonita retórica, desconcierto, alguna moda política perdedora latinoamericana y –por supuesto– los afanes de lucro rápido de sus líderes, colaboradores y mercaderes afines. Sobre la historia registrada de los golpes de Estado en el Perú prevalece el vocablo de crónicas celestinas (si son marxistas) o diatribas (si son de diferente retórica, pero casi marxistas; léase socialistas mercantilistas moderados).
Un detalle crucial de estos exabruptos nefastos son sus hijas: las gestiones de facto (el velascato, por ejemplo) y sus constituciones políticas. En esta dirección la data torturada confiesa meridianamente. Aunque les rompa el corazón a mis amigos simpatizantes de los quiebres constitucionales y las ideas marxistas, y dejando econométricamente la evolución de términos de intercambio afuera, las constituciones más marxistoides se reflejan en escenarios macroeconómicos más inestables y menos dinámicos. Y las menos marxistoides se reflejan en escenarios menos inestables y más dinámicos. Para muestra tres botones: comparemos el crecimiento del PBI, los indicadores de estabilidad nominal y los de déficit fiscal bajo los últimos cuatro regímenes constitucionales, incluyendo a uno estrictamente dictatorial.
La lección central sobre la toxicidad de los golpes refleja sus ideas políticas y económicas. Cuando estas desprecian las libertades y los derechos de propiedad, el país entra en declive. En el último proceso electoral el elector optó sabiamente por dividir sus preferencias entre los elegidos del Ejecutivo y los congresistas. A pesar de lo cantinflesco de ambos bandos, uno limitaría al otro. El Ejecutivo tendría que coordinar con el legislativo que le tocó.
Los escándalos de corrupción burocrática en proceso y las inclinaciones ideológicas han hecho que el presidente Vizcarra plantee una movida política irrespetuosa del marco constitucional. Esto es algo muy nocivo para el desenvolvimiento económico del país en el muy corto plazo. Pero esto no sería todo. Amenaza con sucesivas reformas constitucionales hacia ideas abiertamente marxistas o progresistas, como usted prefiera etiquetarlas.
Basados en la lógica y en nuestra historia económica reciente, podemos anticipar que los efectos económicos de este golpe en ciernes, con reformas socialistas-mercantilistas a nuestra Constitución Política incluidas, sería nefasto. Y podría terminar consolidando un régimen totalitario con marcado sesgo anti libertades y propiedad privada. Recordemos que –de acuerdo a una filtración recogida por los medios limeños– el presidente Vizcarra declaró en Arequipa que él no sería enemigo de los que quieren este quiebre constitucional.
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