Juan C. Valdivia Cano

Garcilaso en el colegio (I)

Una aproximación a su obra “La Florida del Inca”

Garcilaso en el colegio (I)
Juan C. Valdivia Cano
15 de febrero del 2023


I

Es muy revelador e ilustrativo que muchos de los nombres de personajes y autores peruanos que pudiéramos haber escuchado en el colegio producen un rechazo psicológico (si no hay redundancia), una especie de resistencia. Pensar en la posibilidad de tener que leer las obras de estos tan desconocidos como aburridos autores nos arruinaba la existencia (aburrimiento y desconocimiento son bien compatibles: nadie se aburre de lo que conoce, sino de lo que no conoce y cree conocer, o conoce mal). Nos pasó con varias de ellos (y digo “nos” porque me parece que no fui el único). Entre otras, por ejemplo, con La Serpiente de Oro, El Lazarillo de Tormes y también Los Comentarios Reales y La Florida del Inca, del que no sabía si era un libro o un jardín ( y un libro de qué), como si hubiera jurado no leerlas nunca.

Luego, muchos años después, un gran amigo español, Jesús Martínez Loza, ante mi estupor e indignación reprimidas, me confesó, en París, que a él la mera posibilidad de leer a don Miguel de Unamuno lo ponía melancólico y amargado, y le producía la misma aburrición que a mí las lecturas obligatorias antes mencionadas. Se lo habían dado en el colegio. Todo esto después de que le confesara impúdicamente mi tremebunda veneración por el maestro de Salamanca, gracias a J.C. Mariátegui. A mí no me lo dieron en el colegio felizmente (dicho sea con la debida ironía). Por supuesto que existen profesores de los otros, que enseñan a amar lo que ellos aman, pero esos parecen muy escasos en el Perú de hoy, y son los mejores.

Todo empezó con una pesadilla en la que algunas editoriales indigenistas ocultaban la segunda parte de los Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega: la conquista desde el punto de vista del “primer mestizo”, en un libro de más de setecientas páginas. ¿Why not? Si se superara el resentimiento, se aceptaría lo obvio y no solo de buena gana sino con garcilasista orgullo: que somos mestizos en espíritu y cuerpo, raza o sangre (aunque esto último no importa) inseparables productos del conquistador y del conquistado: conquistados y conquistadores ¿Por qué sólo vamos a afirmar -como en el indigenismo actual- una y negar la otra seña de identidad si somos ambas? Garcilaso afirma sus dos fuentes esenciales, no solo una (lo que no se da con esa mayoría inconscientemente anti garcilasista, presa del resentimiento anti hispánico). Y eso también lo hace arquetípicamente mestizo. El no niega ni se avergüenza de sus identidades sino al revés. Y con razón.


II

Cuando desperté después de hojear la segunda parte de Comentarios Reales llamada Historia General del Perú (que hablan del trabajito que se ha tenido que dar nuestro Inca); y después de leer La Historia de la Florida, estas obras me mostraron –por contraste– con suficiente claridad, los estragos de una educación que enseña a rechazar, a odiar lo más sustancial: el decisivo ingrediente hispano de nuestra identidad. Lo más nuestro tratado como ajeno -lo hispano. Y en el colegio se suelen dar no mucho más que datos en vez de historia, cuando no “Leyenda Negra”. El Inca Garcilaso, sin embargo, hace historia maravillosamente mediante una especie de realismo literario (si cabe el oxímoron): La Historia de la Florida y los Comentarios Reales . 

Muchos solo reconocen (de la boca para afuera, además) el lado indígena de nuestra identidad compuesta y, por tanto, no pueden ver ni reconocer ni aceptar la predominancia hispánica; como ocurría en sentido contrario con los hispanistas respecto a lo indígena. Sin embargo, no se trata de súbditos del Inca, sino de cristianos greco latinos que hablan español y que rechazan lo español... en español; y que tienen religión occidental, estructural mental greco romana cristiana, sistema jurídico cien por ciento occidental. Eso ocurre en países como el Perú: país del autoengaño, de la auto negación, país adolescente, casi infantil, si fuera lícito personalizar un colectivo cualquiera. 

La historia de la Florida del Inca Garcilaso sería un éxito de taquilla si encontrara el debido presentador, (hollywoodense o no). Pero habría que ver a los conquistadores sin resentimiento, dejar de confundir al malo con el fuerte. Ser fuerte no es malo. Ser débil no es bueno (desde una ética moderna). Saber que la “Leyenda Negra” existe, como decía Jorge Basadre, y que podemos ser sus víctimas. Es lo que provoca que a los conquistadores se les sienta como ajenos a lo peruano cuando ellos lo han fundado. Werner Herzog, cineasta alemán, aunque duela, entendió a los conquistadores mejor que los supuestos conquistados, sus descendientes directos: los peruanos del presente que los niegan y no los quieren ver ni en pintura (por no decir ni en estatua). Tanto que, con respecto a Pizarro, un resentido alcalde limeño dispuso la erradicación de la estatua del primer Gobernador del Perú, de la plaza de armas de Lima, donde Pizarro construyó y cultivó su casa. Ésa que lleva su nombre y que ahora sólo tiene inquilinos que se renuevan cada cinco años. 

Y todo con el pretexto de que la estatua no era auténtica, ¿Eso importa? ¿No representaba muy bien a Pizarro? Y si fuera así ¿por qué no han puesto la auténtica o construido una hasta ahora? Falta que otro alcalde resentido ponga en el espacio vacío que dejó el conquistador y primer gobernador, la estatua de Manco Cápac. Herzog lo hizo envidiablemente bien con el cinematográfico y metafísico Miguel Lope de Aguirre( o “la cólera de Dios”) que ahora uno asocia a la fisonomía y anatomía de Klaus Kinski (el actor que hizo maravillosamente el papel) en pos de la conquista del Dorado. 

Es decir, de la utopía, de lo absoluto, de lo inasequible, de lo desconocido, como toda aventura, sin lo cual nada tiene sentido en esta vida. Como San Juan de la Cruz o Don Quijote. ¿Hay algo tan quijotesco o novelesco como la experiencia vital del conquistador? Salvo los místicos españoles en la misma época, la misma generación hispana, especialistas en absolutos: “aventureros a lo divino” los llamaba don Miguel de Unamuno: Juan de la Cruz y Teresa de Ávila son expresión del mestizaje hispano árabe, que también nos precede.


III

El punto de vista del Inca mestizo proviene del conquistador y del conquistado, pero es nuevo producto, producto inédito, ni quechua ni español, más bien ambos y un plus: lo peruano, es decir, lo mestizo, que se expresa esencialmente en español. El lenguaje es un primerísimo aspecto a considerar en esta historia, sin negar ninguna de las fuentes mayores o menores de identidad. Por algo Garcilaso Inca es, en todo sentido, “el personaje más representativo y el más alto exponente de la fusión de las dos razas integradoras de nuestra nacionalidad" (Alejandro Miro Quesada). Es, ante todo, un escritor genial. En La Historia de la Florida los actores son de verdad, de carne y hueso, con nombres y apellidos de verdad, ya que se trate de historia o de literatura, aunque la literatura aquí sea inseparable e indiscernible de ella como maravilloso recurso y primera expresión moderna de América.

Gómez Suarez de Figueroa o Garcilaso de La Vega, Inca mestizo, ante todo es un maravilloso narrador de aventuras, un maestro en el uso del lenguaje, noble y moderno a la vez (en simbiosis típica del Renacimiento). “Nobleza” entendida como potencia y no necesariamente apellido o sangre, aunque en él se daban también esas dos características, por padre y madre: noble por los cuatro costados. Esto también es arquetípico. El español propio del siglo XVI que se usa en su obra, ahuyenta al lector bisoño de hoy, porque en el colegio uno capta sólo el “arcaísmo” del lenguaje y eso (y cuatro siglos de diferencia) lleva a la ceguera respecto a la primicia moderna que es su lenguaje. Es otro ingrediente del aburrimiento del lector. Y no repara en la belleza del nuevo lenguaje literario, dentro de la cultura de occidente. 

 El Inca Garcilaso está entre quienes construyeron, al lado de Cervantes, el novelesco español de la época. Por primera vez se usaba en literatura el lenguaje de todo el mundo, el lenguaje de la calle, el lenguaje común, mezcla de latino, griego, godo, celta, árabe, etc. Así, contando la dura muerte de Hernando de Soto en su última parte, en La Historia de la Florida dice: “Estas fueron las obsequias tristes y lamentables que nuestros españoles hicieron al cuerpo del adelantado Hernando de Soto, su capitán general y gobernador de los reinos y provincias de la Florida, indignas de un varón tan heroico, aunque, bien miradas, semejantes casi en todo a las que mil ciento y treinta y un años antes hicieron los godos , antecesores de los españoles, a su rey Alarico en Italia, en la provincia de Calabria, en el río Bisento, junto a la ciudad de Cosenza...” 

Sólo una mente muy fina y entrenada se le pudo ocurrir este matiz en la opinión, que nos hace pensar, que nos hace flexionar dos veces: re-flexionar (de Trazegnies). Erudición aparte. Leer La Historia de la Florida es leer una novela de aventuras verdaderas. Historia sumamente verosímil y plausible (sin hablar de sus fuentes). Pero en este caso no interesa la verosimilitud o la plausibilidad solamente, como puede ocurrir en la buena literatura de aventuras a lo Stevenson o Conrad; directa o indirectamente,

En la historia importa siempre el referente real (si cabe la palabra hoy, aunque inevitablemente intervenga la interpretación, la traducción a través del propio lenguaje) hasta donde puede caber la palabra “real”, sin confundir el lenguaje con el ser. Lo que no quita que el Inca Garcilaso es el primer antecedente literario de Stevenson y Conrad. El Inca utiliza la realidad para hacer literatura sin ficción, si así se puede hablar. Y a la vez construye una gran historia bien contada, la primera gesta fundadora a la altura de los enormes hechos que recreaba.

Juan C. Valdivia Cano
15 de febrero del 2023

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