Jorge Varela
Filósofos ante la realidad contingente
El mundo de lo real como tarea

¿Deben los filósofos intervenir en la realidad de las situaciones contingentes? ¿Pueden abordar las diversas caras y etapas concretas de la praxis y desmenuzarlas? Alain Badiou y Slavoj Zizek mantuvieron hace siete años un debate profundo y enriquecedor acerca de esta temática. Algunas de las reflexiones de dicho encuentro que tuvo lugar en el Instituto Francés de Viena, giraron en torno a las siguientes cuestiones: ¿qué puede esperarse de la filosofía?, ¿debería cambiar al mundo y no solo interpretarlo?
Badiou y Zizek son dos intelectuales de procedencias similares, convergentes. Badiou -un intelectual orgánico comprometido, de amplia militancia-, está relacionado con el marxismo estructuralista de Louis Althusser; además de ser fundador del PSU (Partido Socialista Unificado), es conocido por su participación en las movilizaciones políticas de ‘mayo del 68’. Slavoj Zizek fue militante de los movimientos eslovenos en los años 80 y candidato a presidente de Eslovenia en 1990. Ambos están vinculados a la teoría psicoanalítica de inspiración lacaniana.
El encuentro
Badiou inició el debate mencionado señalando que el filósofo debiera insertarse en aquellas características que presenta una determinada situación –sea histórica, artística, científica, política, moral– para que Esta pueda considerarse de índole filosófica; es decir, para que la filosofía hable de ellas. La filosofía puede comprender un universo de problemas, pero el filósofo es quién debe pensar de qué manera quiere enfrentarlos. Hoy un filósofo mediante una presencia mediática activa, puede tratar cualquier tipo de temática e incluso adoptar la pauta agendada por los medios de comunicación. Es lo que hace la mayoría de los que se han convertido en articulistas sesudos de la contingencia. Si no es así, que Carlos Peña y Agustín Squella digan lo contrario.
En esta identificación entre filosofía y crítica, lo que inspira a los filósofos es la instalación de un marco que considera ‘pensable’ el vasto universo social existente. En este sentido, ‘lo filosófico’ debiera ser un gesto creador y afirmativo.
Zizek concedió a Badiou el mérito de haber determinado lo que es el gesto filosófico fundamental; esto es, aplicar una suerte de toma de distancia que permite confrontar las formas de entender los debates contemporáneos. Un filósofo tiene que modificar los términos del debate. De ahí que el modo en que la filosofía deba inmiscuirse en las discusiones actuales exige partir, al igual que Badiou, de una postura no dialógica de la actividad filosófica.
Una filosofía positiva, ética y responsable
Frente a la pregunta de si la filosofía debe intervenir en la realidad, ¿cuál fue la respuesta del citado encuentro entre Zizek y Badiou? Lo primero es que estuvieron de acuerdo en lo siguiente: la aversión al diálogo contribuye a la afirmación de lo puesto en duda retóricamente. Tanto Zizek como Badiou plantearon la intervención de la filosofía como una actitud positiva que de antemano cuenta con su aceptación, hasta el punto de que lo anormal como atributo de la filosofía difícilmente se traduce en un interrogante capaz de situarla en una posición incómoda. Es un modo de hacer filosofía adaptado a usos y métodos habituales.
“Para Badiou y Zizek siempre hay una perspectiva que determina la mirada filosófica. Siempre hay un compromiso, una toma de partido sin más garantías que las que uno se da a sí mismo, una posición que trae consigo la verdad de cada situación y la responsabilidad ética ante los actos que realizamos”.
La filosofía crítica como tarea intelectual
La filosofía como crítica radical de lo real-existente tiene la virtud de hacernos reflexionar en torno a una serie de cuestiones cuya complejidad es difícil ignorar.
Una postura que refleje la disposición de los filósofos a repensarse a sí mismos y -sobre todo-, a reconocer algunos componentes que han empujado su rumbo mediático en las últimas décadas (su configuración como producto intelectual, su orientación hacia un reconocimiento marcadamente instrumental, su propia existencia adormecida o entregada a la realidad) significa hacerse cargo de una tarea intelectual –y política– responsable.
La duda que permanece es: ¿las respuestas a las interrogantes formuladas anteriormente, permitirán recuperar un espíritu filosófico crítico exento de simpatías o sesgos políticos parciales? Si el poder político hegemónico de cada día se resume en idea, acción y decisión, ¿qué es la filosofía ante él, desde este enfoque teórico-pragmático?: ¿mera cháchara, exceso de charlatanería caduca?, o ¿una lección reposada, fundada y tranquila: una reflexión necesaria para nutrirlo de trascendencia y contenerlo cuando se salga del cauce de la libertad? Sería desastroso que la filosofía devenga en una versión apologética capturada por la ideología dominante del momento, esa que ha logrado atrapar la mente de algunos analistas devenidos en filósofos de pantallas y papel couché.
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