Jorge Varela

El fracaso

La cumbre exige sacrificios

El fracaso
Jorge Varela
07 de octubre del 2025

 

Aquellos jóvenes de élite, ansiosos e inexpertos, que accedieron al Gobierno nacional hace tres años y medio, ya están recogiendo sus documentos y dispositivos electrónicos para desocupar los gabinetes y oficinas que, salvo contadas excepciones, nunca supieron habitar en plenitud. Algunos se irán al exterior –según ellos a perfeccionarse– otros intentarán soportar el duro rigor popular que se han ganado con creces. No es exagerado afirmar que hemos sido víctimas de una administración nefasta, plagada de improvisaciones, vicios y corruptelas. Lo que al comienzo parecía un proyecto ideológico y moral sin tachas, pintado de color esperanza, se convirtió en experiencia fallida antes de que expirara el primer año de nula gestión. La promesa de aires limpios devino rápidamente en una hipoxia cerebral que ha afectado a todo el cuerpo político.

 

El movimiento de la disrupción y el entierro 

Este grupo de estudiantes con privilegios, junto a algunos académicos supra-estridentes, -bajo el padrinazgo protector de determinados dirigentes políticos-, se organizó para denunciar las falencias de la educación e inició un planificado proceso de movilizaciones que dio origen a un movimiento social-político de carácter y contenido disruptor, cuya agenda planteaba enterrar al neoliberalismo económico y erradicar todos los vestigios reformistas de la Concertación de Partidos por la Democracia y de los dos gobiernos de Sebastián Piñera (1990-2022). Así se gestó el acceso al poder del Frente Amplio más el Partido Comunista y sectores del concertacionismo decadente que devino en la presidencia de Gabriel Boric (periodo 2022-2026). El gobierno de izquierda radicalizada partió cuando aún humeaban las cenizas de la revuelta social que sirvió de plataforma callejera a los neomarxistas de escritorio y celular en mano. Luego vino el fracaso del primer proyecto de Constitución, ese mamarracho tan acariciado por los jefes del delirio ya instalado en La Moneda y sus huestes bobas.

 

El fracaso llegó rápidamente a Palacio 

De esta manera el contenido del ofertón trucho voceado bajo vientos enfurecidos, se esfumó en la nada. Mientras el cobertizo caía, la ciudadanía demandante esperó de los mercachifles de ilusiones una respuesta ‘responsable’, expresión que nunca existió en el dialecto de quienes todavía aspiran a graduarse de activistas. El fracaso llegó demasiado rápidamente a los pasillos de La Moneda y no ha podido escabullirse de allí; permanece incrustado en los muros de varios ministerios y servicios públicos. Con razón un aspirante a la presidencia de la República ha dicho que es necesario un gobierno de emergencia nacional.

 

Una inocencia inexistente

Tanto descalabro en el manejo político y administrativo del país ha sido materia de estudio y análisis por parte de cientistas políticos y articulistas. Daniel Mansuy, un académico importante, ha calificado de “inocentes” a los miembros de este lote de intrépidos oportunistas obsesivos que lograron arribar al poder sin antecedentes meritocráticos. El título de su libro “Los inocentes al poder. Crónica de una generación”, hace eco de una eximente repetida en numerosos párrafos del texto, la que no sirve de fundamento exculpante para cubrir cataratas de inepcias y torrentes de errores.

¿Qué entiende usted por “inocente”? ¿Está de acuerdo en que el inocente es aquel ser que está limpio y libre de sospechas? ¿Ese que carece de oscuridad? ¿Ese ser que es impoluto? Mansuy señala que “la inocencia no acepta transacciones con la oscuridad del mundo”. Es más, cita la definición del filósofo Pascal Bruckner: “la inocencia es una enfermedad del individualismo que consiste en querer escapar de las consecuencias de los actos (“La tentación de la inocencia”). 

¿Cuántas veces usted ha sido testigo de explicaciones insensatas, de mentiras burdas, de acciones perversas? Entonces no debiéramos imaginar que se trata de inocentes, sino de personajes que aún no se han percatado que sus conductas son de carácter narcisista. No estamos ante un movimiento constituido por inocentes adorables o en presencia de una bandada excelsa de ángeles. Por eso, si el objetivo como generación autoiluminada era llegar para quedarse, según planteara el ministro frenteamplista Francisco Figueroa en su libro “Llegamos para quedarnos. Crónicas de la revuelta estudiantil”, hoy después del desastre sus integrantes deberían pensar en escabullirse y borrar las cicatrices de tanta incompetencia.

 

La cumbre exige sacrificios 

La historia de los pueblos y sociedades no es plana, no es suave, ni soporta recesos. El trayecto para llegar a las alturas del futuro pasa por honduras, por quebradas, por desiertos. La cima es más gloriosa si la ves desde la sima, desde lo profundo de la tierra. Hacer cumbre exige coraje, esfuerzo y sacrificios; virtudes tan escasas en tiempo de holgazanes de élite y amigotes ambiciosos. 

Lo expuesto parece un mensaje inadecuado para aquellos que no saben caminar por tierras con espinas o arenas calientes y resecas. Una travesía áspera no es para descansar en cada momento de infortunio. Enfrentar la adversidad fortalece a los débiles y dota de generosidad a los más fuertes. El heroísmo surge de la mística, del espíritu prevalente, de la aventura civilizatoria ascendente, no del vuelo circular rasante de un dron guiado por un operador sedentario que funciona desde la comodidad placentera. A la cumbre no llegan los individualistas, ni los perezosos engreídos.

Jorge Varela
07 de octubre del 2025

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