Cecilia Bákula
Violencia y caos: enemigos del progreso
Con paz y diálogo es posible aspirar a un futuro mejor

La extremada y planificada violencia que se ha vivido en los últimos días en Lima obliga, sin duda, al nuevo gobierno de transición a tomar medidas que signifiquen un intento certero y eficaz de bajar el nivel ya exacerbado de violencia e inseguridad y también sean un mensaje claro respecto a la voluntad de apostar por algo de estabilidad, en el marco tan deteriorado de vida política. Esa inestabilidad no solo se vive en las altas esferas de la administración pública, sino que enciende los ánimos y se convierte en un pretexto seguro para alentar descontentos, incrementar violencia y motivar que no pocos ciudadanos se dejen conducir por el canto de sirenas de quienes, desde los extremos de la izquierda, buscan agua para su molino, generar el caos y hacerlos creer que el sistema político no es viable.
El derecho a protestar no podrá significar jamás tener patente de corso para intentar quebrar el sistema, pues lo que se logra con estos actos vandálicos es la pérdida de vidas humanas, el daño a toda la Nación y la voluntad de instaurar el desorden. Y ello solo produce más desazón, más retraso, menos paz, más violencia; se exacerban los ánimos y se entra en un proceso de grave desorientación. El Perú necesita paz para afianzar el progreso, necesitamos estabilidad para crecer y ello ha de darse en un ambiente de diálogo y de respeto, de entendimiento y no de enfrentamiento.
Es inadmisible la violencia que se ha registrado y quiero pensar, con algo de ingenuidad, que los manifestantes fueron sorprendidos por infiltrados violentistas que, sin duda, deben ser reprimido. Lamento la muerte de un ciudadano y valoro la rápida acción del actual y reciente ministro del Interior de dar la cara y reconocer la acción del policía señalado como el autor del disparo fatal. No obstante ello, es inadmisible la indefensión en que se encuentra la policía a la que se le pide y exige defender a la ciudadanía y enfrentarse, en inferioridad de condiciones, a turbas exasperadas y con voluntad de elevar su actuar al extremo. No me cabe duda de que hay elementos policiales que nunca deberían integrar esa fuerza del orden, pero de ahí a lo que hemos visto, hay una gran distancia. A la policía se le debe respeto y es por ello que deben hacerse respetar, no solo con la fuerza, sino ganándose con transparencia y pundonor el respeto y reconocimiento de la población. Ese es un trabajo pendiente.
En las últimas horas, la policía no se enfrentó a un grupo de ciudadanos que protestaban; se enfrentó a hordas enardecidas y que se dejaron azuzar por violentistas e infiltrados que tenían elementos de ataque de gran calibre, así como peligrosas bombas “caseras” de consecuencias muy graves. Destrucción y violencia no pueden ser las cartas de presentación de una ciudadanía que protesta. Repeler la violencia es una obligación del Estado y a pesar de la triste pérdida de un ciudadano, es la policía la que tendrá siempre que contrarrestar esa violencia usando las herramientas y medios legales para apoyar su acción. Les toca recuperar la paz urbana, la paz nacional y ello no implica necesariamente la idea de represión.
No se puede confundir el justo y constitucional derecho a la protesta con actos de barbarie que, en vez de buscar caminos para el diálogo, pretenden desestabilizar nuestra ya precaria situación y deslegitimar a la autoridad legalmente constituida. Guste o no, el presidente José Jerí Oré es hoy quien encarna al Estado; fue designado por el Congreso como instancia legítima. No es el momento de cuestionar la vacancia exprés a que fue sometida Dina Boluarte; tampoco podemos vanagloriarnos de su gestión, pero es necesario recordar que ella fue parte de la fórmula política que ganó las elecciones en el 2021. Por lo tanto, y aunque parezca que es políticamente incorrecto decirlo, fue el voto mayoritario el que la encumbró y fue el voto ciudadano el que eligió a los miembros del Congreso que designaron a quien hoy ocupa el sillón de Pizarro. Lo que señalo es que estamos viviendo una crisis institucional que solo puede paliarse si damos un aire a este gobierno de transición que está dando algunas muestras de voluntad de acción coherente. El gabinete que se ha conformado es en su gran mayoría de buen nivel técnico y hay que darle el tiempo necesario para que, aún en transición, puedan coadyuvar a la positiva conducción del país.
El Perú está viviendo una delicada encrucijada y el futuro no puede verse a través de la violencia, la inseguridad, la agresión, sino a través de la educación ciudadana que compromete a los ciudadanos tanto como a las autoridades. El ansiado desarrollo, la mejora en la educación y en los servicios públicos, la necesaria modernización técnica y las mejores condiciones de vida a la que todos debemos aspirar no serán jamás frutos de la violencia, sino del diálogo y la búsqueda del entendimiento. Con violencia y guerra, todos perdemos; con paz y diálogo, es posible aspirar a un futuro mejor.
COMENTARIOS