César Félix Sánchez
Fariseísmo bienpensante
El voto es un acto moral y se debe votar por principios

En estos días hemos sido testigos de toda clase de falacias y argumentos absurdos de algunas personas que, supuestamente, rechazan el totalitarismo de la extrema izquierda, pero consideran votar por Castillo por supuestas «razones estratégicas» en verdad pueriles y absurdas. Y también por razones farisaicas, como veremos en este artículo.
Porque, ojo, quien escribe estas líneas considera el hecho de que un simpatizante del marxismo-leninismo vote por Perú Libre como, hasta cierto punto, natural. Trágico, quizás, pero al fin y al cabo comprensible. Lo que sí escapa a toda lógica es que gentes no comunistas o incluso anticomunistas, que presumen de informadas, se inclinen por el lápiz. Y eso sería lo verdaderamente triste del Perú si el marxismo se apropia de él: que, sin convencer, acaben venciendo, por obra de la siempre sorprendente estulticia. Más aún en un país donde desde los últimos treinta años la izquierda ha sido increíblemente impopular, a diferencia del resto de nuestro vecindario latinoamericano.
Algo semejante pareció que ocurriría el domingo 15 de noviembre, cuando gracias a las manifestaciones de la «generación equivocada», una confesa marxista, perteneciente a una bancada muy minoritaria, estuvo a un pelo de acabar asumiendo la presidencia. Si el 51% de la población peruana estuviese convencida de las bondades del socialismo al estilo Cerrón o al estilo Silva Santisteban no habría de qué quejarse, sería hasta cierto punto una derrota en buena ley; pero que la izquierda se quiera meter por la ventana con la complicidad o inadvertencia de personas que en verdad la detestan es lo que hace a esta historia tan tragicómica.
Los moralistas escolásticos consideraban, entre las deformaciones de la conciencia, a la conciencia farisaica, que se caracteriza por esmerarse en juzgar meramente determinados actos externos, mientras que yerra sin vacilación en materias de gravedad. Entre nuestros liberprogres, bienpensantes, centristas, cívicos, demócratas, moderados, bicentenarios y democristianos, el fariseísmo cunde de manera impresionante a la hora de definir el voto.
Por ejemplo, alguien dijo por allí que, entre la corrupción, supuestamente representada por Keiko, y la ignorancia, supuestamente representada por Castillo, habría que preferir la ignorancia. En primer lugar, nada me indica que Castillo sea un ignorante en términos absolutos. Sabe muy bien lo que hace y es un maestro de la única ciencia válida para un leninista: la de la praxis de la toma del poder. Por otro lado, la corrupción de Keiko, representada por una serie de actos específicos acotados en el tiempo y espacio (como recibir donaciones para su campaña no contabilizadas, cuando tal acto no era más que una falta administrativa) palidece ante el comunismo de Castillo y Cerrón, que es la corrupción en sí misma.
Los comunistas no se contentan con robar algún dinero del erario público o solicitar alguna coima a alguna empresa, los comunistas se roban países enteros y no los devuelven nunca, como es el caso de Cuba y Corea del Norte, convertidos en propiedad hereditaria de una familia. No solo eso, los comunistas, una vez en el poder, no solo se roban los bienes de las personas, sino hasta sus mismas almas, al abolir las libertades y aniquilar la dignidad humana. Y si no lo hacen al inicio, es simplemente porque consideran que la «acumulación de fuerzas» no es todavía suficiente como para poder hacerlo exitosamente. Pero a la larga o a la corta, lo harán e incluso no tienen empacho en confesarlo. Porque lo que precisamente define al marxismo leninismo –y esa es la ideología de Perú Libre, de acuerdo a su dueño Cerrón– es la opción por la dictadura del proletariado, contra las posiciones evolucionistas del llamado revisionismo.
Es necesario repetir una vez más que el voto es un acto moral –es decir, de la inteligencia y de la voluntad– y que uno debe votar por principios. Estos se conocen leyendo el programa de cada partido y escuchando las declaraciones sobre temas doctrinarios de sus líderes. En esta coyuntura vemos, por un lado, un partido con un programa que defiende los principios democráticos de la constitución de 1993; y a otro partido cuyo programa es marxista leninista y defiende explícitamente los principios de Lenin y Fidel. Tendría que quedar claro entonces que una persona que, por ejemplo, defiende la propiedad privada, las libertades legítimas, el principio de subsidiariedad y los valores cristianos tendría que no solo no votar por el partido con el programa marxista-leninista, sino evitar que este partido llegue al poder, votando por la primera alternativa, que es más cercana a su concepción del mundo. Pero no. Aquí nos encontramos con cristianos y moderados que dicen que, aunque su programa sea más cercano a su pensamiento, jamás votarán por Keiko, porque es mentirosa y podría traicionar en cualquier momento esos principios democráticos. Y que, en cambio, podrían votar por Castillo, porque a la larga no va a poner en práctica todo lo que dice su programa, pues todo eso es puro blablablá del profe; es decir, porque también traicionaría sus principios marxistas. En síntesis: no votarían por Keiko porque es mentirosa, pero votarían por Castillo porque es mentiroso. Su miedo es que Keiko sea una mentirosa; pero su esperanza, su única esperanza, es que Castillo también lo sea. Aquí se cumple aquel versículo de la Escritura: Infinitum est numerum stultorum (Ecle. 1:15).
Finalmente, existe un tipo bastante insidioso de fariseo en estos momentos. El fariseo que detesta a Castillo y a su proyecto marxista-leninista, que incluso anhela en su corazón que Keiko gane las elecciones, pero que no votaría jamás por ella y viciará su voto, principalmente para poder ufanarse ante sus amigos y en sus redes sociales, unos meses después y, claro está, en un Barranco gobernado por Keiko, que nunca en su vida votó por la China.
Si alguien desea que Castillo no llegue al poder, pues es evidente que tiene que votar por Keiko, así no le guste. Luego podrá hacer toda la oposición que quiera y manifestarle su repudio de la manera que mejor prefiera, pero cooperar de manera indirecta con la llegada al poder de la alternativa que más detesta solo por razones de narcisismo es el más claro ejemplo de conciencia farisaica que pueda hallarse en estos tiempos. El voto pasa de ser un acto moral humano con una finalidad ulterior a una manifestación puramente externa de «pureza» ritual, sin ninguna teleología ni sentido trascendente. Peor incluso que comer un animal impuro o amasar harina el Sabbat.
Más les valiera a esos electores farisaicos volverse marxistas-leninistas y votar con toda su conciencia por Castillo. Sería más humano.
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