Luis Hernández Patiño

Faltan verdaderos partidos políticos

Y no grupos reunidos con fines solamente electorales

Faltan verdaderos partidos políticos
Luis Hernández Patiño
12 de septiembre del 2018

 

Este 7 de octubre vamos a elegir a nuestras nuevas autoridades municipales y regionales a nivel nacional. Y como es de esperarse, las calles y avenidas de nuestras ciudades se encuentran llenas de anuncios publicitarios que promueven candidaturas. En contraste con ello, ocurre que mucha gente está desconectada de la actual campaña, y entonces parecería que estas elecciones se estuvieran realizando en otro mundo, en otra galaxia lejana de la nuestra, donde no hay audios sobre corruptos, ni partidos de fútbol que perturben la atención pública.

Podría decirse, pues, que frente al actual proceso electoral hay un desinterés generalizado. Pero en este punto encuentro algo más que me preocupa, y es que tal desinterés no se explicaría solamente por la falta de conocimiento que reina entre nosotros. Estamos viendo que, pese a la cantidad de información que existe en las redes sociales, hay ciudadanos que no muestran ninguna inquietud por enterarse de las consecuencias, negativas o positivas, que tendría el hecho de darle su voto a este o aquel postulante. Más aún, observo inclusive un preocupante desdén por lo que implica el ejercicio de nuestro derecho a sufragar. Lamentablemente no hemos desarrollado una verdadera conciencia de lo trascendental de este derecho. A la hora de la hora, muchos van y votan; pero solo porque no quieren pagar la multa.

Cabe señalar que lo que viene ocurriendo entre nosotros no es nada nuevo. La falta de interés y la apatía de parte de los electores ya se han podido percibir en otros procesos electorales. En todo caso, ahora no hace más que volver a manifestarse, como parte del desapego de la gente a la democracia representativa, lo que es algo tradicional entre nosotros.

Todo ello indica, entonces, que estamos frente a un gran reto de carácter político. Un reto que consiste en desarrollar y consolidar una cultura democrática, en la que el derecho al sufragio vaya más allá de ser un simple formalismo que cumplir. Debemos lograr que nuestra capacidad de elegir se convierta en el medio por el cual nuestras justas aspiraciones de crecimiento, desarrollo y realización integral se traduzcan en beneficios reales, tanto en lo individual como en lo colectivo. Y para ello debemos contar con partidos.

Sobre los partidos políticos se nos han vendido un sinnúmero de ideas totalmente negativas. Sí pues, hay mucho que criticar y corregir en torno a ellos. Y al respecto, no tengo la más mínima intención de negar o pasar por alto lo que es obvio. Sin embargo, es necesario poner las cosas en su real dimensión. En principio, es preciso decir que los partidos tienen un valor muy importante por los roles que deben cumplir frente al reto de fomentar el desarrollo de una cultura democrática.

El tema es que en medio de una realidad como la nuestra, por contradictorio que suene, faltan partidos. Sí, faltan partidos. Pero partidos de verdad, con una militancia auténtica y con doctrina. Partidos cuyos dirigentes no tengan ningún inconveniente al abrir bien la boca para condenar las satrapías de los regímenes totalitarios y golpistas que hasta hoy existen en la América hispana. Partidos, cuyos militantes no vendan su pensamiento, dándole la espalda a su propia identidad, a cambio de unas cuantas lentejas de carácter mercantilista.

Faltan partidos de verdad, capaces de ocupar el espacio político usurpado por una retahíla de aventureros impresentables y despreciables que se treparon al andamiaje del poder, mediante elecciones, o a través de algún golpe de Estado. Aventureros que justifican su presencia y su modo de proceder echando mano del fácil recurso de criticar y criticar las debilidades y carencias de los clubs de amigos a los que dieron en llamar partidos tradicionales, hasta lograr su descrédito frente a la sociedad. Nuestro país no merece caer en las manos de aquellos embusteros y rufianes que se aprovechan del pánico y hacen de las suyas; pero con nuestros recursos, nunca con su propio dinero.

Los proyectos, las alianzas y pactos contra natura ideológica —que ponen en riesgo nuestra estabilidad, nuestra integridad y nuestro futuro como país— no tendrían ninguna cabida si hubiese partidos verdaderos. No clubs de amigos, sino partidos de verdad, que funcionen como centros de formación integral de reales y eficaces ejecutores de la gestión pública. En consecuencia, resulta pues muy conveniente promover la vida partidaria y consolidar la organización de entidades políticas que estén abiertas a la participación masiva de los miembros de nuestra sociedad, y en una forma permanente. Al respecto, señores dirigentes, tengan muy presente que la gente quiere ver a los integrantes de los partidos comprometidos y en relación directa con los avatares del día a día, y no solo en tiempo de elecciones, para así empezar a creer que esos partidarios están realmente interesados en trabajar para solucionar los múltiples problemas que hoy nos aquejan.

Frente a la falta de partidos de verdad, creo que es necesario insistir en un punto que para mí resulta fundamental: los partidos requieren demostrar con hechos que cuentan con una personalidad doctrinaria definida y una solvencia en cuanto al conocimiento de nuestra realidad. Los partidos deben diferenciarse de esos clubs de amiguitos que se embriagan de ideologías perversas y asumen que lo políticamente correcto es lo que ellos nos pretenden vender, o sea su realidad alucinada. Como si nuestra obligación fuese aceptar que esta es válida.

 

Luis Hernández Patiño
12 de septiembre del 2018

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