Jorge Varela

Eutanasia política

Derecho y obligación de la militancia partidaria

Eutanasia política
Jorge Varela
16 de septiembre del 2025

 

En el área de los partidos –entes nacidos para impulsar el desarrollo y participación de las personas en sociedad y acceder al poder según un ideario doctrinario y programático definido–, podría practicarse de manera metodológica la ‘eutanasia política’ para que tales organizaciones. cuando hayan perdido apoyo ciudadano de modo claro y contundente, ingresen por decisión soberana de sus militantes al panteón de la historia. Sería una fórmula práctica de poner término a su existencia legal, antes que la autoridad correspondiente inicie el procedimiento sancionador y decrete su muerte jurídica por no cumplir determinados requisitos mínimos. En ‘estado de agonía’, sería más honroso que la militancia activa resuelva con autonomía plena la disolución y proceda a repartir el patrimonio material acumulado según dispongan sus estatutos, conforme a la normativa vigente. Cuánta vergüenza se evitaría. 

La vía indicada no implica sepultar el espíritu doctrinario-ideológico de la colectividad fenecida, pues como alguien ha sostenido, mientras haya un hombre que sostenga una determinada idea: esa idea vive. Es más, es posible agregar que el mundo de las ideas no tiene fin y que ellas al volar a gran altitud en una dimensión superior, pueden volver con mayor brío en otra fase de la evolución y dar vida a nuevos entes. Significaría una encarnación diferente, no una resurrección en el mismo ser.

 

Panorama partidario chileno 

Si usted pone el lente de observación sobre la planicie política chilena verá que abundan los partidos fragmentados, jibarizados, envejecidos, ´venidos a menos´; algunos hasta dan pena, otros –además de dolor– provocan espanto. Es como si la decadencia los hubiera elegido para derrumbar la institucionalidad. 

Los partidos Radical, Socialista, Demócrata Cristiano, Por la Democracia, -entre otros- se encuentran en medio de una fuerte tormenta que amenaza con despedazarlos y reducirlos a escombros. En estos casos es cuando se justifica plenamente la aplicación de una política eutanásica con la finalidad de evitar que el pueblo sufra de estertores intensos y consecuencias sobrevinientes graves que afecten sus esfuerzos, sueños y esperanzas. La idea es disolverse con honor, con dignidad. No se trata de un harakiri, siguiendo el rito japonés, ni de un suicidio asistido por algún órgano estatal.

O ¿usted piensa que podrían utilizarse paliativos sociales y económicos?, para mitigar los dolores de un pueblo sufriente, -hastiado-, que ya no quiere continuar alimentando ni mantener con vida a colectividades agónicas inservibles en las que confió durante demasiado tiempo. Es un derecho que corresponde al pueblo ciudadano, cuyo ejercicio legítimo recae en primer lugar en la militancia partidaria respectiva. Es un derecho que el Estado debe respetar.

Agréguese, eso sí, que no se pretende exculpar de inepcia a los dirigentes. Al ejercer como principales conductores de la decadencia colectiva conforman el principal escalón de responsables que caerá con estruendo al subsuelo del olvido ignominioso donde se amontonan los vestigios.

 

Una situación particular de indigencia política 

La carencia de afecto y apoyo electoral que estremece el presente y amenaza el futuro de la Democracia Cristiana de Chile, otrora poderosa colectividad –fundada por personas talentosas, señeras e incorruptibles– le ha causado una situación de indigencia política que merece estudiarse, pues puede servir para que miles de jóvenes limpios, inocentes y bien inspirados extraigan lecciones del fracaso, adquieran experiencia y no se contaminen durante el trayecto de su marcha formidable por hacer realidad los ideales prístinos del humanismo cristiano.

¿Qué impide a la actual dirigencia emular los pasos de una entidad europea gravitante que fuera su gran hermana de ideales en una época de gloria compartida? ¿Por qué no sacudirse de las ambiciones que pesan al andar e impiden reflexionar? 

La Democracia Cristiana italiana, en lo que puede calificarse de una muerte digna, dejó de existir con dicho nombre al disolverse después de medio siglo, tras una serie de escándalos de corrupción, por acuerdo de sus militantes el año 1993. El informe que otorgó plenos poderes al secretario Brescia Mino Martinazzoli fue aprobado por 499 delegados. Solo hubo un voto en contra.

¿Tendrán los democristianos chilenos de esta hora difícil y dura, el coraje suficiente para atreverse a dar dicho paso transcendental, antes que la descomposición interior prosiga su avance? ¿Tendrán la capacidad para anticiparse al descalabro final? Después que un dirigente nacional ha declarado ante el cardenal Fernando Chomali que votará a favor del proyecto sobre eutanasia que se tramita a toda máquina en el Congreso, confesando de modo críptico su fe católica, no debería tener escrúpulos de conciencia si decidiere aplicar una iniciativa análoga atingente al caso particular del Partido Demócrata Cristiano al que pertenece y dirige. 

Si se atreve a aprobar la eutanasia que pone fin a la vida de una persona, con igual fundamento debería ser el ejecutor eficiente de la eutanasia política que ha sido propuesta. El espíritu de la utopía humanista cristiana no tiene que seguir ligado eternamente a una orgánica partidaria ruinosa que algunos perversos han destruido al usarla para satisfacer ambiciones y lograr objetivos individuales mezquinos.

Jorge Varela
16 de septiembre del 2025

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