Eduardo Zapata

Estocolmo & Azángaro Inc.

La popularidad de Martín Vizcarra

Estocolmo & Azángaro Inc.
Eduardo Zapata
06 de enero del 2021


Aunque las encuestas no siempre suelen ser confiables (particularmente cuando son mandadas a hacer
ad hoc) resulta útil leerlas porque reflejan singularmente el ser de quienes las encargan y las realizan.

Recordemos que desde el año 2000 la palabra corrupción se volvió el centro de la agenda pública. Y posibilitó la siembra en el imaginario social de la oposición entre corruptos e impolutos. Luego de la huida del presidente Fujimori era obvio quiénes estaban del lado de la corrupción, y resultaba entonces sencillo ubicarse del lado de los adalides de la lucha anticorrupción. En esta narrativa –y con fines ulteriores– convenía asociar al aprismo con el fujimorismo: las fuerzas del mal.

Y llevamos más de 20 años en los que la industria mediática (incluidas las encuestas y los trolles en las redes sociales) nos ha reforzado quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Al hacer de la corrupción el tema central de la agenda pública, con la finalidad de hacer un ´parteaguas´ conveniente para ciertos grupos políticos y económicos, nos olvidamos de que la corrupción no es una maldición bíblica ni es privativa de tal o cual movimiento político. La historia reciente nos lo dice. Nos olvidamos de que la corrupción es producto de un Estado sobredimensionado, complejo, discrecional e ineficiente. En vez de discutir sobre cómo cambiar ese modelo de Estado para que la corrupción precisamente no pudiese prosperar, nos entretuvimos con la judicialización de la política y con la creación de ´héroes´ en la lucha anticorrupción.

En este contexto se ubica la ´popularidad´ del señor Vizcarra, a quien el destino le favoreció con la aparición de la pandemia. En otras latitudes, muchos políticos cayeron víctimas de ella. Pero entre nosotros dicha pandemia resultó útil para que la industria mediática se encargase de volver a cierto sector de la población cómplice de aquel a quien hoy se acusa de serias irregularidades en su gestión.

Y es que a pesar del grosero fracaso del ex Presidente en materia de políticas públicas sobre salud, educación, seguridad y economía, las medidas radicales de enclaustramiento o secuestro coercitivo –pretextadas para el bien común– fueron generando temor y terror ante la enfermedad y una imperiosa necesidad de tener un salvador. Y ese salvador fue Vizcarra, quien prácticamente todos los días nos aseguraba que velaba por nosotros ofreciéndonos lo inexistente. Es claro que nada de eso podía haber funcionado si no hubiese tenido de su lado a la industria mediática. Que no vacilaba en avalar y hasta aplaudir falsificaciones casi azangarescas presentadas como la ´buena nueva´ salvadora creada por el temor y terror que eran alimentados a diario.

El síndrome de Estocolmo –y esto lo han confirmado investigaciones del FBI– logra que hasta un 30% de las personas secuestradas terminen defendiendo a su secuestrador; y mostrándose contrarias a quienes tratan de levantar su voz o accionar contra él. Que no nos sorprenda entonces que ante el fracaso grosero haya aún defensores de quien lo generó.

Más allá de ideas sueltas, es indispensable que ad portas de las elecciones pensemos en qué candidatos ofrecen un Estado, pequeño, ágil y eficiente, y cuáles apuestan por modelos generadores de corrupción.

Eduardo Zapata
06 de enero del 2021

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