Manuel Gago

Estafa educativa

Un tercio de las universidades no eran tales

Estafa educativa
Manuel Gago
23 de febrero del 2020


Según la Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria (Sunedu), 141 universidades y 4 escuelas de posgrado presentaron solicitudes de licenciamiento institucional. Hasta el momento, 88 universidades y 2 escuelas de posgrado han sido licenciadas. A 40 universidades y 2 escuelas de posgrado se les denegó el licenciamiento. 

De acuerdo a la Sunedu, casi una tercera parte de las universidades no calificaban como tales por no cumplir las condiciones básicas de calidad: objetivos académicos, calificación docente, investigación, infraestructura y, entre otras cosas, inserción laboral. No obstante, los licenciamientos de algunas universidades habrían sido denegados por cuestiones políticas, porque sus promotores están vinculados a la oposición. 

Con la nueva clase media surgida desde la década de los noventa –por la caída de la pobreza de 60% a 20%–, la educación superior dejó de ser elitista. Así surgen las primeras generaciones de universitarios en muchas familias peruanas. La inversión privada democratizó la enseñanza superior. Sin embargo, la calidad de la educación y su conexión con la investigación y los actores productivos no importaban, porque el objetivo era la titulación. Bastaba un cartón a nombre de la nación para colgarlo en la sala. 

No obstante, la inversión privada en educación permitió el avance del empleo cualificado: de 14% en 2014 a 18% hoy. Aún así, se desarrolla una ficción alrededor de los títulos profesionales. Los doctores y magísteres haciendo labores de portapliegos abundan. Las universidades nacionales y privadas, desconectadas de la vida laboral, contribuyen a la estafa otorgando títulos pomposos sin la debida rigurosidad. 

Cada año, cerca de 300,000 jóvenes pugnan para ser parte de la población económicamente activa. A la mayoría de los benjamines con estudios superiores, la informalidad dura los espera. La situación de los egresados universitarios se complica por su pobre preparación pobre, sin las calificaciones para asumir las responsabilidades laborales desde el primer día de trabajo. Una situación agravada por la distancia entre la teoría universitaria y la realidad laboral. La responsabilidad es de los socialistas, que batallan contra las posibilidades de una mejor preparación y contra la educación dual: teoría en aula y tareas laborales en empresas. 

Los comunistas impiden que los jóvenes realicen prácticas profesionales con los beneficios que les corresponde a los aprendices. Se oponen a los proyectos de ley relacionados con las experiencias formativas en situaciones reales de trabajo para regular el aprendizaje en las empresas del sector privado. Los jóvenes son engañados. Se les hace creer que haciendo prácticas profesionales –de formación laboral– serán utilizados para actividades productivas sin ninguna compensación. No señalan que las prácticas profesionales son procesos educativos sin vinculación laboral, tampoco que las prácticas profesionales cuestan. Las empresas disponen de sus recursos y personal para guiar a los estudiantes. Asimismo, toda práctica profesional ocasiona beneficios y daños. En este contexto, los entrenamientos sirven para tamizar a los buenos de los malos. Los pocos competentes quedan, y los que no lo son, se eliminan por sí mismos. 

Por la información que consumen los jóvenes, creen ser los dueños del universo y de la verdad, y capaces de todas las habilidades humanas. Sectores politizados los empoderan de manera equivocada y los sensibilizan a tal extremo que todo les ofende. Indignados por cualquier trivialidad. La filosofía espartana por los suelos. Frágiles como el cristal, en lugar de endurecidos para enfrentar la vida dura. Frente a esta realidad pocos cruzan las vallas laborales, y solo unos cuantos alcanzan desempeños encomiables. La mayor parte está en nada, crudos, en cero. Preparados para ambientes de alta fragilidad, sin ser afectados ni con el pétalo de una rosa. 

No obstante, algunos estudiantes se rectifican y abandonan las universidades. Deciden por carreras técnicas: estudiando y entrenándose en tareas laborales de la vida real. Dejan la ficción por mejores probabilidades laborales y se alejan de la estafa de los títulos universitarios.

Manuel Gago
23 de febrero del 2020

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