Raúl Mendoza Cánepa

Ese odio vil

Sobre la tipicidad penal del feminicidio

Ese odio vil
Raúl Mendoza Cánepa
09 de julio del 2018

 

Él frisaba los cuarenta, tenía el rostro pétreo y la mirada acerada de los que saben odiar. Ella tenía el rostro aporcelanado como el de un ángel. Yo no sabía entonces qué los había unido, pero sí sabía qué los podía separar, lo percibí en los modales rugosos de aquel hombre al que veía por segunda vez. No recuerdo sus nombres, eran parientes lejanos y ella una extraña sin fuerza para soltar amarras. En ese sueño elástico en que se convierte la memoria, aquel niño de diez que fui, contempló aterrado cómo él la pateaba una y otra vez, forzándola a entrar en el vehículo. Mi padre intentó intervenir, pero fue contenido por otros hombres (menos grave era que un hombre golpeara a una mujer a que dos hombres se liaran a golpes). Las mujeres solo contemplaban con horror. Ese niño, digo, ese que fui, ensayó muchas explicaciones sin horadar la piedra. La más cercana fue la que ubicaba a aquella mujer dentro del mobiliario de aquel mal bicho.

Fue mi primera aproximación a la violencia contra la mujer, en tiempos en los que se cultivaba sin escándalo. Nunca había visto una escena similar. En casa regía la paz o el pacto tácito de arreglar las cosas conversándolas o alejándose hasta morigerar las emociones. Nunca vi un acto de violencia. “¿Por qué ese hombre extraño odiaba a esa mujer?”, me la pasaba preguntando. Solo el tiempo me proveyó de una fórmula: el machismo. Cuando hoy observo estadísticas de horror y ensañamientos que no logro comprender, entiendo que gran parte de esa violencia tiene una raíz negra, el odio a la mujer por el hecho de ser mujer, y que lo demás son solo justificaciones. Y por años lo dejamos pasar.

Si seguimos observando esta violencia como hace veinte o treinta años no habremos de resolver el problema, sino que lo minimizaremos sometiéndolo a interpretaciones legales literales. Como si el feminicidio tuviera que ser registrado como tal para existir, como si requiriera de una organización terrorista con ideario detrás o de una confesión que exprese lo que ninguna confesión dirá: “la maté por el solo hecho de ser mujer”.

Vamos, cuando aquel individuo, presa de sus complejos, quema el cuerpo de la dama que lo rechazó lo hace porque asume que no existe otra opción que la de ser aceptado. O es él o es la muerte (la de ella, claro). Ella es su propiedad y, como tal, es objetivada, es exclusiva y excluyente. En la tradición, el patrimonialismo sexual es machismo duro y bruto. Se mata lo que no se puede tener o lo que puede ser de otro, pero se le mata con ensañamiento, con el mayor dolor que se puede infligir; porque nada hiere más al “macho” que necesita “demostrarse algo”, que rebajen el precio de su “virilidad”.

Quemar es arrasar, es el símbolo de quien prefiere consumir hasta las cenizas lo que no será suyo. Es maldad suprema. Quemar es hacérsela a que algo no existió. Sabemos ya de demasiados casos en el Perú, pero si creen que es un fenómeno criollo, se equivocan. Es universal. No es un hecho cultural y sí, en efecto, el machismo mata o hiere en todas partes.

Un video muestra cómo en la India un hombre ataca a una indefensa mujer. Hay gente alrededor. Nadie mueve un puño o un pie para detener el ataque. Nadie se compromete. Se sabe que él “le hacía la vida imposible a ella (…) La controlaba todo el tiempo y arremetía a la menor señal de haber hablado con un hombre”. Las agresiones se sucedían día a día. Ella lo abandonó como debía, él cerró las fauces y lloró para recomponer la relación. “Iba a cambiar”. La ternura súbita es una máscara. Agotadas las posibilidades, el 20 de junio la aguardó en una poblada calle de Tamil Nadu y la atacó con un machete, la cercenó todo lo que le dio el tiempo (y la gente) en aquel día soleado en su esplendor, aquel día en que los transeúntes eran pasantes que miraban sin turbarse ¿Y todavía hay quien niegue la tipicidad penal del feminicidio?

 

Raúl Mendoza Cánepa
09 de julio del 2018

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