Eduardo Zapata

En tres actos

Las etapas del mensaje presidencial

En tres actos
Eduardo Zapata
03 de agosto del 2017

Las etapas del mensaje presidencial

Si bien el mensaje presidencial de 28 de julio es —en lo esencial— un recuento de lo hecho y lo por hacer, en una nota anterior publicada en este espacio dijimos que dicho mensaje había empezado un día antes, con los cambios ministeriales. Sin embargo, el mensaje presidencial se desarrolló en tres actos, pues desde el punto de vista de la comunicación política el presidente aprovechó el desfile militar del 29 para emitir también signos y señales a los peruanos.

Lo del 28, lo habíamos dicho, “no fue el discurso de un líder que señala nortes claros”. Transitó por la presentación de cinco proyectos de ley, acaso discutibles, pero que fundamentalmente tardarán en madurar. Y las urgencias eran hoy. Y el norte era hoy. Y el liderazgo exigido también era hoy. Sí hizo bien ese día el presidente —siempre desde el punto de vista de la comunicación política— en movilizar elementos emocionales útiles para el ciudadano desprevenido y para la prensa amiga.

Como lo anotamos, hizo una feliz asociación entre el concepto primigenio del primer mensaje presidencial (“Firme y feliz por la unión”) y el efectivo y efectista concepto usado con motivo del Fenómeno de El Niño. Esto, también unido al efectivo y efectista homenaje a los bomberos, creaba una atmósfera emocional positiva. Donde otras frases publicitarias como “el agua va a ser el legado de este gobierno”, “la salud es demasiado importante” o “la lucha de las mujeres es mi lucha” satisfacían las expectativas emocionales de la tribuna.

Y en un tercer acto del mensaje presidencial —aquel del desfile militar— esta apelación emocional alcanzó su clímax. El presidente caminó y con ello dio señales de salud y vigor, el presidente sonrió constantemente e insinuó algún bailecito (medido esta vez). Un desfile “militar” donde centralmente desfilaban los actores que habían participado en la ayuda ante los desastres del norte, terminaba por confirmar la apelación emocional.

Pero los polémicos cambios del 27, esos sí eran hechos fácticos y también comunicación política. Frente a la emoción del segundo y tercer actos (28 y 29) lo del 27 nos decía que el presidente no estaba dispuesto a cambiar su agenda temática, y tampoco siquiera alejarse del aura de “amiguismo” que lo rodea.

Aun con los ecos de las palabras festivas, la calle sigue encrespada. Conscientes de que las urgencias eran hoy, de que el norte era hoy y de que el liderazgo exigido también era hoy. Los cambios ministeriales del 27 lo negaban. Aun cuando en estos días sepamos de sonrisas entre gobierno y oposición.

“El Perú agarrará ritmo otra vez: yo me encargaré de ello”, dijo el presidente el 28. Con firmeza personal y confiando en que los ciudadanos aún creen en la magia de la tecnocracia eficiente e impoluta. Lamentablemente, los tecnócratas del equipo ministerial no han sido eficientes, el primer ministro tampoco ha sabido trazar nortes ni vehiculizar confianza, y todas esas mermas desdibujan la promesa del presidente.

Si el presidente realmente quiere encargarse del asunto de que el Perú agarre ritmo otra vez haría bien cambiando ministros cuestionados y —sobre todo— nombrar a un primer ministro a dedicación exclusiva. Creo que lo tiene a la mano y se llama Pedro Olaechea. Hombre con visión de Estado, empresario de veras y no tecnócrata dedicado a los negocios, y ciudadano de pensar y decir mesurados.

El mensaje presidencial, pues, ha tenido tres actos. No llega a ser aún drama, ni tampoco comedia, sino apunta a tragicomedia. No olvidemos que este es el último año para señalar nortes y satisfacer urgencias. De no ser así las elecciones regionales y locales del próximo año pondrán más a los candidatos y a las calles en contra del gobierno que a favor de este. Por el bien del país, ojalá el presidente escuche.

 

Eduardo E. Zapata Saldaña

 
Eduardo Zapata
03 de agosto del 2017

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