El último fan del Gobierno

Con el sainete de las clínicas privadas Vizcarra demostró una de sus prácticas más características: amenazar con «vigor» desencajado que hará algo que en verdad sabe que no va a hacer y que en verdad no quiere hacer; no para doblegar a las clínicas, sino por cuestiones de pura y simple manipulación mediática de masas. Igual que el referéndum. Igual que el adelanto de elecciones. Igual que la «negación fáctica». E igual que la «meseta irregular». Aquí o en Wuhan, a eso se llama mentir sistemáticamente y con escándalo.

Por otro lado, en medio de las cenizas de la economía y sociedad peruana, muchas voces críticas se han elevado, haciendo un simple balance de la gestión de la crisis que se ha revelado como catastrófico. Gente para nada sospechosa de «fujiaprismo» como Garrido Koechlin o Enzo DeFilippi. 

Sin embargo, en las últimas horas le ha aparecido al Gobierno un único y solitario defensor, fuera, claro está, de sus trolls asalariados. Nada más ni nada menos que un príncipe de la Iglesia, su excelencia reverendísima monseñor Pedro Cardenal Barreto Jimeno, de la Compañía de Jesús, cardenal-presbítero de los Santos Pedro y Pablo en la Vía Ostiense y arzobispo de Huancayo. El purpurado, sin que siquiera se le mueva el solideo, ha declarado que «lo que sí ha demostrado el Gobierno, desde el primer momento, es que asumió la responsabilidad de acompañar al pueblo en esta avalancha de problemática». 

Parece que para el cardenal la mentira sistemática no solo no es pecado, sino es una señal de responsabilidad. ¿Le parecerá a Su Excelencia un acto de responsabilidad rechazar el apoyo logístico de la misma Iglesia o del ejército para dar responsabilidad de gasto y reparto a corruptísimos e ineficientísimos municipios, con la secuela de hambre patente que azota a muchas periferias o, en el caso de los bonos, dar tardía y fraccionadamente un apoyo bancarizado que sacó a las gentes de sus casas para sumirlas en el contagio? ¿Le parecerá responsable al ignaciano arzobispo la genial idea de Matuk de la cuarentena de «género» para quebrar el patriarcado y de la «gran cerrazón» de Semana Santa que, cuando uno revisa las cifras, fueron las causantes de elevar el contagio y hacer colapsar los servicios de salud y multiplicar las muertes para fines de abril e inicios de mayo? ¿Le parecerá responsable al santo varón apostólico el envío de policías infectados de Lima a Arequipa examinados solamente por las muy ineficientes pruebas serológicas, con las consecuencias trágicas que todos conocemos en esa región? ¿Le parecerá responsable al dilecto amigo del papa Francisco la utilización masiva como diagnóstico de pruebas serológicas contra la muy temprana exhortación de expertos como los doctores Bustamante y Pessah, que alertaban de una crisis social si esto ocurría? Finalmente, y yendo pro domo sua, ¿le parece responsable un gobierno que por casi tres meses y medio –y hasta ahora en las regiones que todavía tienen cuarentena- no autoriza expresamente la circulación de sacerdotes, lo que no hace ni siquiera con los veterinarios? 

Silete theologi in munere alieno! ¡Callaos, teólogos, en oficio ajeno! Parece ser que el cardenal Barreto se ha unido a una nueva estirpe global de prelados, que, en materias sacramentales y doctrinales, tienen muy a bien dejar morir a sus ovejas sin alimentarlas o a veces directamente envenenándolas, mientras que en materias políticas ocupan su tiempo en elogiar descaradamente a los poderes más siniestros de la historia o a cualesquiera otras figuras que, aunque no tenga nada que ver con la fe o incluso sean contrarias a ella, representan los intereses de una agenda internacional bastante opaca. El cardenal Barreto lo ha demostrado ya desde hace bastante tiempo.