Eduardo Zapata
El soliloquio de la palabra
Narrativas mentirosas se imponen a la voz de la democracia
Poco hemos reparado en el hecho. Pero leyendo los signos políticos posteriores a la década de los ochenta, las voces de las democracias representativas callaron y fueron reemplazadas por una narrativa inédita. América Latina en particular había atravesado por dictaduras de distinto signo en los setenta. Previsibles unas, imprevisibles otras. En cualquier caso, peligrosas para los intereses globalizantes que se entretejían.
Así las cosas –y no se trataba de una simple coincidencia– las originales organizaciones no gubernamentales devinieron en voces de la llamada sociedad civil. Con financiamientos crecientes y presencias políticas también crecientes. Y sin importar si ´representaban´ a alguien más que a sus dueños o donantes de fuera, comenzaron a imponer agendas públicas con el apoyo poco disimulado de la gran prensa. También obediente al mismo proyecto.
Al mismo tiempo, las fuerzas armadas, la iglesia y los partidos políticos recibían anatemas por doquier. Justificados o no, lo que importaba era ora desprestigiarlos, ora hacerlos coyunturales aliados estratégicos. En cualquier caso convertirlos en altavoces de la nueva narrativa.
Y pasó lo que estamos viendo. Voces minoritarias se volvieron grandilocuentes. E incluso algunas de ellas escaparon a la propia voz del amo que las había creado.
Lo había dicho Manuel González Prada ya en lejano tiempo:
“Desgraciadamente, nada se prostituyó más en el Perú que la palabra: ella debía unir y dividió, debía civilizar y embruteció, debía censurar y aduló. En nuestro desquiciamiento general, la pluma tiene la misma culpa que la espada.
El diario carece de prestigio, no representa la fuerza inteligente de la razón, sino la embestida ciega de las malas pasiones. Desde el editorial ampuloso y kilométrico hasta la crónica insustancial y chocarrera, se oye la diatriba sórdida, la envidia solapada y algo como crujido de carne viva, despedazada por dientes de hiena. Esas frases gastadas y pensamientos triviales que se veían en las enormes y amenazadoras columnas del periódico, recuerdan el bullicioso río de fango y piedras que se precipita a rellenar las hondonadas y resquebrajaduras de un valle”
Y frente a ello, voces timoratas o añorantes de repúblicas idealizadas se encerraron en soliloquios. En vez de levantar la palabra decidida en defensa de libertades y democracia reales –con ejemplos concretos– olvidaron que se habla para expresarse y persuadir a otro, y no a uno mismo o a un grupo sempiterno de amigos ¡que siempre nos aplaudirán! Triste es comprobar hoy cómo personas inteligentes dibujan una América Latina crecientemente signada por una hoz y un martillo que parece inexorable. Como lo será –y vuelvo a González Prada– si
“Cortesanos, políticos y diplomáticos … : llaman prudencia al miedo, a la confabulación de callarse, a la mentira sin palabras. Cierto, el camino de la sinceridad no está circundado de rosas: cada verdad salida de nuestros labios concita un odio implacable, cada paso en línea recta significa un amigo menos”.
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