Carlos Adrianzén
El retorno socialista
Los caviarísimas errores económicos del actual Gobierno
A mediados de 1990, hace veintiocho años, nuestro país había caído dentro de un profundo hoyo económico. Dado el avasallamiento de la burocracia monetaria, la tasa de inflación anual dicho año alcanzaba el 7.482%. Bajo ese nivel de destrucción de la estabilidad monetaria, los ahorros, jubilaciones y capital de trabajo de la gente y de las empresas eran sistemáticamente robados por el Gobierno. En ese ambiente de alta incertidumbre, la tasa de inversión privada se había encogido a niveles extremos. De hecho bordeaba apenas el 10% (tasa que básicamente implicaba reposición por consumo de capital) mientras que la inversión extranjera en el Perú era nula (0.15%), casi un error estadístico. Había que ser muy tonto para confiar en el Gobierno peruano.
Éramos pues mucho más pobres e inciertos. Nuestro producto y nuestro consumo por persona eran un tercio del actual. Mucha gente fallecía de hambre o desatenciones básicas inimaginables hoy. Éramos, en justicia, considerados regionalmente como los africanos de Sudamérica. Aquí, resulta clave comprender que no caímos en este hoyo solo por la cruel acción terrorista maoísta (Sendero Luminoso) o marxista (Movimiento Túpac Amaru) ni por su escondido financiamiento externo. Importaron muchísimo el similarmente destructor efecto de las políticas socialistas-mercantilistas del régimen de la alianza del Apra y la Izquierda Unida (1985-1990) y los efectos de los errores de gobierno acumulados desde los tiempos de la hedionda dictadura militar de 1968.
El aludido esquema mercantilista-socialista peruano tiene su historia y sus peculiaridades. Sus precursores (dentro de aislados arrebatos populistas mercantilistas) se van consolidando desde el Gobierno de Bustamante y Rivero hasta la primera administración belaundista. Controlaban el dólar y los intereses, consolidando una economía financieramente reprimida y sistemáticamente jalan la pita hasta que se rompe. Etapas de demagogia fiscal y monetaria que acaban con desequilibrios insostenibles y reservas internacionales negativas. Luego vienen las fases de ajuste con devaluación, desembalses de precios controlados y devaluaciones, usualmente tardías. Pero la desgracia llega por la izquierdae intermitentemente.
Como sostenía la semana pasada el actual titular de Produce, de cuando en cuando se usa el término "cambio radical". Bueno, la alianza de apristas e izquierdistas gustaba decir que ellos eran radicales. Aplica reglas socialistas y mercantilistas extremas. Estatiza, emite dinero, subsidia indiscriminadamente y quiebra toda pretensión de buen manejo económico. La inflación se hace inmanejable y la pobreza emerge, año tras año. Como sucede hoy en la colonia cubana en Venezuela.
Lo sucedido a mediados de 1990 fue una reacción desesperada, ajena a la clase política (nunca comprendieron donde estaban parados) y aplicada por solo un puñado de economistas en el MEF. Estas reformas de mercado, nótese, implicaron solo una copia parcial de la receta política del llamado Consenso de Washington. Eso sí, producto de agallas locales y no de asistencia técnica externa. Los políticos y el resto se subieron al caballo cuando el cambio de rumbo económico dio sostenidas muestras de ser exitoso. Sin convicción ni conocimientos, como para continuar la senda.
Hoy, veintiocho años más tarde, el grueso de nuestra población (esa mitad que por aquellos tiempos no cumplía ni los siete años de edad) no tiene una memoria clara de este desastroso caos económico y social. Ignoran cuánto caímos. Sobre la confusa visión de estos, agreguemos la de ese otro porcentaje al que —por ideología o interés— le conviene no recordar el enorme daño que nos causaron las ideas y políticas económicas de los setentas y ochentas.
En los últimos años, gradualmente, hemos retrocedido mucho en materia económica. Pero esto no es lo realmente inquietante. El retorno socialista vendrá soportado por confusiones económicas consistentemente arraigadas por la caviarísima —y dizque tecnócrata— izquierda limeña. No es casualidad que las autoridades económicas de la gestión Vizcarra muestren como medidas centrales de su Gobierno la aplicación de populares errores de gestión económica. Hablan de elevar impuestos a rajatabla (para gastar más, cero reformas), de crear más dependencias estatales para protegernos, de relajar la disciplina fiscal y monetaria para reactivar regiones y financiar mayores intervenciones burocráticas, de tomar jubilaciones privadas para que todos tengan una, y hasta de crear bancos de fomento para contentar a un sector de privados. Todas medidas populares y confortables.
Todas ellas son propuestas políticas que nos deben hacer recordar una vieja observación. Los pueblos que están dispuestos a sacrificar su libertad económica por algo de comodidad, no merecen —ni obtendrán— ni la una ni la otra.
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