Eduardo Zapata

El retorno de la ilusión

Para contrapesar el realismo mal entendido o desavisado

El retorno de la ilusión
Eduardo Zapata
11 de enero del 2024


La palabra ilusión o el acto mismo de ilusionarse pareciesen haberse proscrito de lo que podríamos llamar el lenguaje público oficial. Y es que en nombre de un realismo o pragmatismo mal entendidos o culturalmente desavisados, se les considera algo supernumerario y fútil, cuando no lo son en la vida cotidiana. Y más que obvio no lo fueron en el impulso de las grandes creaciones de la humanidad. Sin ilusión por el conocimiento nuestro Leonardo o algunos leonardos contemporáneos no existirían. 

Según el diccionario etimológico de Joan Corominas –que siempre nos alumbra– la palabra ilusión viene del latín ludibrium que significaba burla; era un derivado de la voz ludere o sea jugar. Por esta vía las palabras latinas illusio/illusionis presuponían el acto de engañar. Para el mundo latino, entonces y al parecer, lo referido a la ilusión estaba cargado al entretenimiento, al juego, a lo que hoy podríamos llamar ilusionismo.

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española recoge ciertamente, para la palabra ilusión, la acepción de engaño. Pero también aquellas otras relacionadas con esperanzas atractivas o –acaso la más interesante para esta nota– la acepción de “Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea…”.

Y al principio decíamos que un realismo mal entendido o desavisado lleva a considerar que la ilusión no forma parte de la realidad. Aquella que vivimos y formalizamos verbalmente todos los días. Pero aun en la propia ciencia, la búsqueda o la ilusión por conocer preceden al hecho empírico. Lo sabe un investigador de verdad.

Ocurre que en el lenguaje público oficial –aquel de la mayoría de medios de comunicación o de actores políticos– se va evanesciendo la acepción esperanzadora de la palabra ilusión. Y es que más allá de que las noticias de las que se da cuenta no sean precisamente positivas pareciese haberse instalado una cultura de la desilusión, donde está prohibido tener ilusión. La ilusión sería asunto exclusivo y excluyente de los niños o de los ilusos. Entendiéndose por ilusos, los tontos.

En situaciones particularmente difíciles como las que vive el mundo hoy, y el Perú en particular, necesitamos más que nunca recuperar la ilusión. No como sinónimo de engaño sino de una promesa acompañada de acciones que la hagan realizable. No confundamos ilusión, por cierto, con campañas de publicidad que pretendan inyectarnos optimismos sin realidades. Valdría la pena recordar al idealismo lingüístico y acudir al reclamo del gran filólogo Karl Vossler que nos convocaba –para la ciencia misma y la vida toda– el principio de la intuición creadora.  O sea “la adivinación del todo” para que los pasos subsiguientes estén precedidos por una mirada que vaya más allá del estímulo-reacción. Tal vez eso funcione para las ratas del buen Pavlov.

En el Boletín de la Academia Peruana de la Lengua decíamos allá por el año 2000: “Las expropiaciones materiales suelen ser siempre dolorosas. Allí están nuestra historia social e historias individuales de justificado resentimiento”. Y añadíamos que las expropiaciones simbólicas son acaso más dolorosas: “Porque no se le quita a alguien algo, sino simplemente lo más suyo: ese alguien”.

Obliguémonos a restituir en el lenguaje público oficial la palabra ilusión. No hay derecho alguno a expropiar esa voz.

Eduardo Zapata
11 de enero del 2024

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