Carlos Adrianzén
El reto
Requerimos objetivos económicos claros y lógicos
Una de las lecciones centrales de un curso de gobierno en una plaza emergente enfoca compatibilizar tres planos: los objetivos, los instrumentos y las restricciones. Los primeros deben ser concretos y plausibles. lógicamente alcanzables. Es fácil y hasta cómodo optar por lo iluso, lo difuso y hasta lo idílico (usualmente mezclando romanticismo con autocomplacencia). Aquí resulta fundamental delinear los objetivos de la mano con métrica en el tiempo. Es decir, si hablamos de crecimiento económico, articular acciones para que el PBI crezca al 5%, 6% y 7% en el trienio venidero articulando —por ejemplo— acciones agresivas en las áreas de exportaciones tradicionales e inversión privada.
Los segundos —los instrumentos— resultan críticos también. Contrariamente a lo que el común de la gente tiende a asumir como cierto, ni las inversiones privadas, ni los salarios, ni el empleo o las exportaciones suben por decreto. Existen variables sobre las cuales los hacedores de política económica tienen algún o ningún control (exógenas), tanto como existen otras (endógenas) de las cuales conocemos conexiones con otras variables en el tiempo. El consumo de las empresas y familias, por ejemplo, depende del nivel de riqueza en el tiempo; o la inflación de cuánto dinero suelta en la economía el monopolio estatal (BCR).
He aquí el primer problema. Los gobernantes son esclavos de las ideas (modelos) que usan. Desafortunada o afortunadamente —como usted prefiera— la identificación de instrumentos no depende del corazoncito del gobernante, ni de sus creencias, ni de la moda económica del momento. Depende —como en medicina— del diagnóstico. Un diagnóstico errado implica usualmente un modelo errado e instrumentos poco efectivos. Vivimos en una plaza donde abundan los sabihondos y los desesperados.
Los sabihondos nos abruman con su frasecita “en nuestro país abundan los diagnósticos”, que obvia lo elemental. Como en la medicina, solo un diagnóstico es acertado. Por eso los cementerios están llenos de gente que aplicó recetas erradas basadas en diagnósticos errados. Los desesperados resultan mucho peores. Nos avasallan con otra frase: “hay que hacer algo”. El problema aquí es la sospechosa delimitación de lo que implicaría hacer algo.
Por ejemplo, en los efímeros días de la accidentada gestión Kuczynski se planteó resolver mágicamente el problema previsional peruano con una reforma (que implicaba tanto un uso fiscal de los ahorros de los trabajadores como negocios privados poco transparentes) y que obviaba que el grueso de nuestra fuerza laboral disponía de un ingreso de subsistencia. Al dizque tratar de hacer algo solo esquilmaban ahorros, se aplicaban jugosas comisiones y se financiaba gasto corriente de la burocracia. Y nótese: las acciones de política (el uso de los instrumentos monetarios, fiscales e institucionales) tienen efectos de corto y largo plazo. Los errores se pagan en décadas no en meses, ni años.
Finalmente emerge la vieja e ilusa disyuntiva asociada a las restricciones. Se habla de un manejo técnico o político. Se entiende por el primero uno que respete las restricciones del gobierno, versus otro que haga uso de la capacidad de coalición, creatividad e imaginación política. Nada más iluso que esta falsa disyuntiva. Una persona con formación técnica pero que carezca de capacidad de formar coaliciones es un incapaz en el puesto. Un ejemplo fresco aquí nos lo da el efímero gobierno de PPK. Igualmente, un político trajinado y consensual que no respete restricciones económicas o demográficas elementales es una fuente de inequívoca desgracia. Aquí el ejemplo por excelencia nos lo da la primera gestión de Alan García con su Izquierda Unida, que nos costó más de una década de desproporcionado retroceso social.
Hoy muchos se preguntan si el gabinete de ministros del recién asumido presidente Vizcarra debe ser uno político o técnico. No hay opción estimados lectores. Requerimos objetivos claros y lógicos y un manejo técnico que respete restricciones. Y por supuesto, un liderazgo equilibrado capaz de explicar e inspirar. Aquí la retórica equivale a maquillar a una joven agraciada (a modo de símil de un manejo equilibrado de objetivos e instrumentos) o a un cadáver (un gobierno de consenso con un manejo incoherente e irrespetuoso de lo económico y las restricciones actuales de la sociedad peruana).
COMENTARIOS