Tino Santander
El resentimiento contra el desprecio
Incas sí, cholos no
El racismo hipócrita de nuestras clases medias altas se fundamenta en el desprecio a las formas de pensar, sentir y actuar de la mayoría mestiza del país, a las que consideran primitivas. El título del magnífico ensayo de la historiadora Cecilia Méndez “Incas sí, indios no”; demuestra las esquizofrénicas relaciones que mantiene un sector de la sociedad criolla blanca con el campesinado andino. Ahora, podríamos decir “Incas sí, cholos no”, glosando a Celia Méndez.
Los criollos blancos se han aislado del Perú mayoritario. Ni la economía de mercado, ni los valores religiosos (que dicen profesar), ni la globalización económica, menos la revolución digital ha atenuado su racismo, que fomenta una agresiva desigualdad social en el Perú. Se consideran la “elite” nacional, pero han sido incapaces de conducir y de hegemonizar las demandas del pueblo mestizo mayoritario; y conviven con la informalidad delictiva en todo el país, obteniendo de ella inmensas ganancias.
Son liberales y demócratas si obtienen utilidades. No tienen convicciones e históricamente están buscando un mandón o mayordomo que sirva a sus intereses. No quieren captar ni entender la diversidad del sabor popular peruano, no quieren construir una verdadera democracia republicana, solo buscan un virrey que los ampare demostrando su pobreza espiritual y patriótica.
Frente al desprecio de las “elites” surge el resentimiento de la mayoría popular, que se percibe mestiza y heredera de los incas (sobre todo en el sur andino, en el que se ha afirmado un nacionalismo sui generis). El resentimiento no es solo un sentimiento de enfado o molestia por la ofensa de algunas minorías que los desprecian racial y culturalmente, sino que esta emoción se manifiesta en proyectos políticos que enarbolan utopías colectivistas totalitarias que, en nombre de la democracia y la igualdad social, pretenden acabar con la libertad e imponer el socialismo hambreador del siglo XXI.
Los populismos “izquierdistas” o “progresistas” —como el del Frente Amplio, el Partido Perú Libre y otros grupos de caviares limeños— postulan una sociedad de pastores y agricultores pobres que aspiran a vivir del turismo comunitario y suprimir la minería y las industrias del mundo moderno. Ellos consideran que la economía de mercado, la globalización y, la revolución digital son producto del capitalismo explotador.
Estos pequeños grupos “revolucionarios” usan la imagen de Túpac Amaru y Juan Velasco Alvarado como los héroes del resentimiento, y los proyectan como los forjadores de la revancha histórica de la mayoría popular contra las “elites blancas”. Distorsionan la vida y obra de estos grandes peruanos con la complicidad intelectual de los llamados sectores democráticos y liberales, que no entienden ni quieren comprender la diversidad de las demandas históricas de los diversos países que habitan el territorio peruano.
Conciliar estos dos bloques sociales es imposible. Solo una revolución social podrá integrar al Perú de mejor manera al incesante proceso globalizador y a la revolución digital contemporánea. El resentimiento de 10 millones de peruanos sin agua ni desagüe; el rencor del 85% de agricultores sin acceso al crédito; el odio del millón de mineros informales marginados y explotados vilmente; la rabia de los millones de jóvenes que trabajan sin beneficios sociales; el sufrimiento del 80% de peruanos que crea su propio trabajo y construye sus viviendas en desiertos y cerros inhóspitos; el suplicio de millones de peruanos que sufren la ignominia de los servicios públicos. Además, la corrupción de los políticos acumula día a día el odio contra todos, y ni los carteles mediáticos, ni los analistas al servicio del statu quo podrán detener la inmensa ola de resentimiento social existente en el Perú, que en algún momento estallará con consecuencias políticas impredecibles.
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