El Perú es una apuesta

Es curioso. Salen los suplentes al estadio, le toca a Oliver Sonne y la tribuna estalla en júbilo. Al final sale Paolo Guerrero a la cancha y el público se mantiene silente, indiferente. Al margen de los mejores deseos para el peruano-danés, y sin juzgar su fútbol aún, parece propio del peruano poner toda su fe en lo que no conoce y dejar de lado lo que viene con sello de garantía. Ingrata patria con el goleador.

¿Cuál es el impulso de apostar a ciegas del peruano? En una extrapolación hacia lo político, pareciera que el mal humor prevalece al seso. En 1990 Mario Vargas Llosa ya era un peruano universal y de ideas claras. Un intelectual culto con una línea clara de lo que se debía hacer. Sincero al costo de lo que es ser sincero en política. Además de todos los méritos y de un gran equipo de técnicos, muchos peruanos prefirieron a un desconocido llamado Alberto Fujimori, que no traía nada sino un tractor, un plan confuso y lemas generales. 

Quizás sea la atracción por el outsider per se, la política de lo nuevo como bueno o una patológica propensión al misterio. Probablemente “más vale lo malo desconocido que lo ‘bueno’ que detestamos por una razón o por una idiota repetición”. El más saltante de esta vocación es Pedro Castillo. El antifujimorismo, que ya casi es un partido, nos jugó una nueva mala pasada. En 2011 el entonces temible Ollanta Humala estaba destinado a ganarle a Keiko Fujimori en una segunda vuelta. La solución era domesticarlo y entrar a la vanidad de Nadine Heredia para aburguesar al matrimonio y convertir a Humala en un presidente más, a la usanza de Alejandro Toledo y en la línea de esa “república caviar” que replicaba (cien años más tarde) a la “república aristocrática” civilista. Sin hoja de ruta, Humala hubiera sido un Chávez; con lo que el Perú de hoy sería un país en rojo, de emigrantes y mendigos.

¿Por qué el fujimorismo era lo malo y el conocido y básico Pedro Castillo era el mal menor? Sabemos que era peor, comunista con vínculos senderistas y una pandilla de saqueadores bajo la sombra de un ideario castrista. Quizás por la misma razón que los peruanos urbanos de 2021 nos regalaron un bicentenario desastroso con Pedro Castillo, lo muy malo por conocer se podía tornar en una alternativa. ¿Será que el “anti”, el odio y la facilidad para saltar sin paracaídas nos retrata como una cultura autodestructiva? 

Así que no crea que será fácil lidiar con la posibilidad de un extraño radical con ideas disolventes en 2026 (sino antes) o por la curiosidad suicida que puede representar Antauro Humala…porque el morbo llama a la sangre y a lo incierto. 

La renovación política es bienvenida porque de lo nuevo emerge lo promisorio, pero bienvenido lo nuevo si es racional y democrático, por lo que hay que escuchar a cada uno de los candidatos (o a cuántos se pueda entre cuarenta) en sus cápsulas ideológicas bajo la guía de la intuición. Pero nunca más un Castillo: ya sabe, fuga de capitales, recesión, pobreza, corrupción y golpe… salvo que sea esa su inextricable opción.

Sonne es un ejemplo impertinente y fuera de lugar en la entrada de este artículo: no hay comparación entre un buen muchacho deportista que se ha sacrificado por venir y arriesgar, y que puede brillar con la selección si le dan la oportunidad, ágil y rápido es. Es lo nuevo que queremos ver: si la hace se queda, si defrauda se va. Esa facilidad de mudar en los deportes no se da con los políticos. Estos se van al año, a los cinco años o se quedan para siempre a golpe de cañón.