Daniel Córdova

El Perú andrajoso

El Perú andrajoso
Daniel Córdova
21 de octubre del 2015

A propósito del argumento económico del libro “El Perú está calato”

Andrea Stiglich y Carlos Ganoza publicaron hace unos meses un libro tan interesante como provocador: “El Perú está calato: el falso milagro de la economía peruana y las trampas que amenazan nuestro progreso”. La tesis central del libro es compartida por la gran mayoría de liberales: el crecimiento y la estabilidad macroeconómica de los últimos 20 años han ocultado nuestras debilidades institucionales, las cuales se están convirtiendo en un obstáculo para nuestro desarrollo. Hasta ahí todo bien. El problema es que el libro minimiza el extraordinario efecto de dicho crecimiento sobre la transformación micro-económica y cultural que se ha dado en el Perú a raíz de la liberalización de su economía en los años noventa. Cosa que hacen sobre la base de un argumento economicista, a saber: el uso del indicador de “productividad” como deus ex machina del desarrollo.

Los autores consideran que el país ha crecido en esencia debido al incremento de las exportaciones primarias. Este incremento, a su vez, lo explican exclusivamente porque la inversión minera fue atraída por la mejora de los precios resultante del crecimiento de la economía china. Así, las demás actividades (industria, agro-exportación, servicios, etc.) habrían crecido solo por “efecto contagio”. La “productividad”, dicen los autores, ha contribuido de manera ínfima al crecimiento. No han habido entonces emprendedores ni empresas obligadas a competir en una economía abierta.

Las reformas económicas de los noventa tuvieron el mérito de generar una gran transformación de la sociedad peruana respecto de su capacidad para crear riqueza. Las privatizaciones en minería, pesca, industria y servicios permitieron que empresas de origen peruano y extranjero empiecen  a generar valor, empleo, riqueza. El emprendimiento informal se potenció de la mano de las microfinanzas y la movilidad social se hizo más fuerte que nunca. Por primera vez desde la República Aristocrática, las provincias empezaron a crecer más que Lima.

¿Qué le importará a la masa de familias emergentes que el incremento de sus ingresos provenga de la simple expansión productiva o de la “productividad”? Si una empresa que puede competir abriendo mercados con estándares bajos de productividad, igual generará mayores ingresos  y bienestar. Cierto es que para crecer más y penetrar otros mercados se debe ir más allá y crecer en competitividad (lo cual no se reduce a la “productividad”). Pero esa es otra historia.

¿Está entonces el Perú camino al desarrollo? Definitivamente no. Para ello se necesitaría quintuplicar el número de empresas y emprendimientos. Y si no sucede esto es por las trabas institucionales que los autores describen muy bien en su análisis no económico, con el cual coincidimos. En general, como sostienen Ganoza y Stiglich, lo que está fallando es el aparato público en su capacidad para brindarnos seguridad, infraestructura, justicia, formalidad, reglas de juego sin corrupción, etc. Es decir, como sostiene Douglass North, padre de la economía neo-institucional, un sistema de reglas de juego que definan y hagan respetar los derechos de propiedad y la libertad individual.

El Perú no está calato. Ha acumulado capital, valor, recursos económicos para impulsar las reformas. Pero, sin duda, está andrajoso porque no logramos organizarnos para que el Estado cumpla su función de “árbitro” e impulsor del desarrollo.

Por: Daniel Córdova

Daniel Córdova
21 de octubre del 2015

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