Mariana de los Ríos
El Nosferatu de Robert Eggers: entre la seducción y el terror
Reseña de la nueva versión de un clásico del terror
La nueva versión de Nosferatu (2024), dirigida por el norteamenricano Robert Eggers (Nueva York, 1983), es una audaz reinterpretación del clásico mudo de 1922, que respeta la esencia expresionista del original y le infunde una mayor intensidad narrativa y visual. Con su característica habilidad para construir mundos inmersivos, que reproducen las creencias y mitos de las épocas retratadas, Eggers nos sumerge en una historia en la que lo sobrenatural y lo humano se entrelazan en una danza macabra.
Desde sus primeras escenas, Eggers deja claro que no se trata de una simple actualización de un mito clásico, sino de una obra que dialoga tanto con la herencia del cine expresionista alemán como con el texto original en el que ambas películas están basadas: la novela Drácula (1897) del escritor irlandés Bram Stoker. En este nuevo Nosferatu la atmósfera, construida meticulosamente a través de la fotografía de Jarin Blaschke, evoca la iconografía de la Alemania de fines del siglo XIX, y también incorpora tonalidades monocromáticas que resuenan con el estilo original de F.W. Murnau.
Pero el corazón del filme es el personaje de Ellen Hutter, interpretada con un gran compromiso físico y emocional por Lily-Rose Depp (hija del conocido actor Johny Depp). Ellen se encuentra atrapada entre las expectativas patriarcales y el poder que emana de su conexión con lo sobrenatural. Depp transmite esta dualidad con una profundidad impresionante: desde las contorsiones violentas de las posesiones hasta la mirada vacía que parece buscar respuestas en un abismo más allá de su entorno. Su actuación es particularmente efectiva en las escenas en las que su enfermedad, tratada con métodos brutales y arcaicos, se convierte en una alegoría del miedo y la ignorancia.
Junto a ella, Bill Skarsgård (Suecia, 1990) entrega una interpretación transformadora como el conde Orlok, el Nosferatu de esta historia. Cubierto de prótesis y dotado de una voz que parece emanar de las sombras mismas, Skarsgård redefine al vampiro como un ser erótico y repulsivo a la vez. Su representación de Orlok es profundamente física, pero también conceptual: el vampiro de Eggers se alimenta no solo de sangre, sino de las inseguridades y deseos reprimidos de sus víctimas. La relación entre Ellen y Orlok no es meramente de antagonistas, sino una confrontación entre polos opuestos de la naturaleza humana. Ellen representa la sensibilidad, el deseo y la fragilidad, mientras que Orlok encarna la corrupción, la adicción y el caos. Esta dinámica es subrayada por la partitura de Robin Carolan, que mezcla cuerdas disonantes con sonidos terroríficos.
Completa el trío de personajes principales el profesor Albin Eberhart von Franz, interpretado con cierta excentricidad por Willem Dafoe. Von Franz resulta una figura ambivalente: aunque ofrece una alternativa al tratamiento brutal de Ellen, su fascinación por lo oculto lo convierte en un reflejo de los límites del racionalismo de la época. Representa el choque entre ciencia y superstición, y demuestra que ambos pueden ser herramientas igualmente inadecuadas frente a lo desconocido.
Uno de los mayores logros de Eggers es su capacidad para equilibrar los elementos estéticos con los narrativos. Cada fotograma es una obra de arte, pero nunca a expensas de la historia o de los personajes. Las transiciones visuales, como el paso de un santuario lleno de crucifijos a un cruce de caminos vacío, no son meros adornos, sino parte integral de la narrativa. La película utiliza estos momentos para subrayar la idea de que la fe, aunque reconfortante, no siempre puede proteger contra las fuerzas que acechan en la oscuridad.
Sin embargo, Nosferatu no está exenta de problemas. Algunos personajes secundarios, como Friedrich y Anna Harding, carecen de la profundidad necesaria para sostener su relevancia en la trama. Aunque esto no resta significativamente a la experiencia general, sí deja la sensación de que el enfoque casi obsesivo en los protagonistas, y que de alguna manera lleva a un final que resulta un tanto apresurado, podría haber sido equilibrado con un desarrollo más robusto de los personajes que los rodean.
En última instancia, Eggers no solo rinde homenaje al legado de Murnau y Stoker, sino que amplía su alcance, explorando temas que van desde la enfermedad y la represión hasta el poder de lo desconocido. Con interpretaciones memorables, una muy lograda atmósfera visual y un buen manejo del ritmo narrativo, la película se convierte en un testimonio de la capacidad del cine para inquietar, seducir y renovarse.
COMENTARIOS