Mariana de los Ríos
Bugonia: colmena, delirio y fin del mundo
Reseña crítica de la recién estrenada película de Yorgos Lanthimos
Bugonia es la nueva incursión de Yorgos Lanthimos (Atenas, 1973) en el terreno de la comedia negra con tintes apocalípticos, y desde sus primeros minutos deja claro que no busca sutilezas tranquilizadoras. La película, remake libre del film surcoreano Save the Green Planet! (2003), se instala en un universo reconocible para el director griego: personajes emocionalmente amputados, situaciones llevadas al extremo y un humor que incomoda tanto como hace reír. Aquí, el punto de partida es sencillo y absurdo a la vez: un hombre convencido de que una poderosa ejecutiva es un alienígena decide secuestrarla para salvar al planeta.
Ese hombre es Teddy, interpretado por Jesse Plemons (Texas, 1988) con una mezcla precisa de rigidez y fervor paranoico. Teddy es apicultor, vive marcado por la desaparición de las abejas y por el deterioro de su madre, víctima de un tratamiento farmacéutico experimental. Convencido de que el desastre ecológico y social tiene responsables ocultos, pasa sus noches investigando teorías conspirativas en internet. Su conclusión es tan radical como inverificable: Michelle, directora de un gigantesco conglomerado empresarial, no es humana. Con la ayuda de su primo Don (tonto e ingenuo), la secuestra y la encadena en el sótano de su casa.
Michelle, encarnada por Emma Stone (Arizona, 1988), aparece primero como una figura casi abstracta del poder corporativo contemporáneo. Se levanta antes del amanecer, entrena su cuerpo con disciplina obsesiva y dirige a sus empleados con una cortesía glacial que roza la crueldad. Stone compone un personaje deliberadamente vacío, una ejecutiva que habla el idioma del bienestar y la empatía mientras administra jornadas laborales asfixiantes y estrategias de relaciones públicas. Cuando despierta prisionera, su reacción no es el pánico inmediato, sino una serie de maniobras calculadas para recuperar el control de la situación.
El cautiverio estructura buena parte del metraje. Lanthimos observa con distancia clínica las dinámicas entre secuestrador y secuestrada, dejando que el absurdo se acumule a través de interrogatorios, amenazas torpes y pactos momentáneos. Michelle pasa por distintas estrategias: la intimidación, la negociación racional, la súplica y, finalmente, la aceptación irónica de la fantasía de Teddy. La puesta en escena evita los excesos realistas y se concentra más en el intercambio verbal y en la tensión psicológica que en los detalles físicos del sufrimiento.
Hasta aquí Bugonia se presenta como una sátira reconocible sobre conspiraciones, poder corporativo y ansiedad ecológica. Sin embargo, a medida que avanza, la película comienza a tensar esa base cómica hacia territorios más oscuros y ambiciosos. El relato se prepara para un viraje que no solo redefine lo ocurrido, sino que reinterpreta el sentido de la paranoia de Teddy y la frialdad de Michelle. Es en ese tramo final donde Lanthimos apuesta por imágenes de alcance global y por una conclusión que busca resonar más allá de la anécdota inicial.
El problema es que ese giro, por potente que sea visualmente, no termina de dialogar de manera orgánica con lo que lo precede. Durante buena parte del metraje, Bugonia funciona como una broma extendida, construida alrededor de un único chiste central. Cuando la película exige que tomemos en serio su desenlace trágico, surge la duda de si la acumulación previa de humor grotesco y violencia caricaturesca ha preparado realmente el terreno emocional necesario para ese impacto.
También resulta discutible la forma en que el film aborda las conspiraciones contemporáneas. Lanthimos parece fascinado por la lógica cerrada de internet y por la desconfianza hacia los discursos oficiales, pero rara vez consigue que esa obsesión sea dramáticamente reveladora. Teddy es un personaje eficaz, pero su mundo interior queda reducido a consignas y traumas esquemáticos. La crítica al capitalismo, al ecologismo performativo o a las élites ilustradas aparece más insinuada que desarrollada, como si la película prefiriera el gesto provocador al análisis sostenido.
En comparación con otras obras recientes del director, Bugonia se siente menos generosa y menos arriesgada en términos emocionales. No tiene la audacia afectiva de Pobres criaturas (2023) ni la elegancia estructural de Tipos de bondad (2024), las entregas precedentes de Lanthimnos. Bugonia es una película afilada, incómoda y formalmente sólida, pero también irregular. Su final deja una impresión duradera, aunque no logra borrar del todo la sensación de que el camino hasta allí fue más largo y reiterativo de lo necesario.
















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