Carlos Adrianzén

El Limazo

La matanza del 5 de febrero de 1975

El Limazo
Carlos Adrianzén
08 de febrero del 2021


El viernes pasado se cumplió el 46 aniversario de un genocidio en Lima. Fue el 5 de febrero de 1975 y tomó varios días de exterminio. Evento de los que pocos hablan hoy. El número de fallecidos –léase, de asesinados por el régimen socialista– oscilaría entre un centenar (la cifra oficial, aludida por sus colaboradores) y unos 6,000 (la referencia extraoficial que circulaba por aquellos años en esas redacciones). Merece destacarse que las cifras publicadas resultan casi tan confiables como las extrañas estadísticas macroeconómicas del régimen de facto. Las lecciones que nos deja el Limazo resultan tremendas y merecen ser reevaluadas. De hecho, desde entonces la Historia del Perú fue diferente, a pesar de todos los esfuerzos por borrar ese cuadro de extremado desborde social (explicado por la crisis de corrupción y la errada política económica del régimen socialista). 

No resultaría casualidad que Wikipedia, ese referente expedito para casi cualquier materia, la minimice como “una serie de revueltas populares ocurridas en la ciudad de Lima el miércoles 5 de febrero de 1975, y que fueron reprimidas sangrientamente” por la dictadura socialista. Algo parecido a describir las mazmorras de La Rotonda, en Caracas, como un centro de retención de gente que protesta. Pero, en fin, la izquierda sudamericana maquilla y lava como nadie.

Por todo esto, nos enfocamos en aquel 5 de febrero. Casi cincuenta años más tarde, los impactos económicos del velascato no han podido ser escondidos. Pero tengámoslo claro: lo que sucedió ese miércoles no fue un evento súbito, ni casual. Al sexto año de la dictadura la cosa explotó. Habían cometido todos los errores de política que un buen libro de economía nos enseña a repudiar: expropiado y estatizado arbitrariamente recursos; financiando gastos inflacionariamente; expropiado empresas, medios y bancos; realizado una reforma agraria repleta de irracionalidad y corrupción burocrática; encarecido los puestos de trabajo e iniciando una reforma educativa des capitalizadora. Los errores eran demasiados y cruciales. Escribir detalladamente de la llamada Revolución del Pueblo y la Fuerza Armada escapa del espacio físico de estas notas. Pero escribir sobre la perspectiva de su política económica resulta sencillo y hasta aburrido (ver figura 1).

El velascato solo implica otro caso extremo de socialismo (opresión de libertades políticas y económicas) amalgamado con mercantilismo (esa vieja alianza entre los burócratas y sus mercaderes amigos). Otro de esos regímenes latinoamericanos populistas, idolatrados por la izquierda, sus propagandistas y sus mercaderes. Económicamente solo implican otro episodio de fracaso económico, sellado por los vocablos empobrecimiento masivo y corrupción burocrática. Con deterioro institucional y mayor opresión; maquillado por reformas agrarias fracasadas; controles de precios y tasas; expropiaciones a ciertos ricos y a todos los pobres; o a nacionales y ciertos extranjeros. Todo matizado con una corrupción rampante (macro y micro) y con un aparato de marketing político avasallador (al que etiquetaban como SINAMOS), importado desde La Habana y de otros centros geopolíticos expansionistas.

A pesar de las severas deficiencias de los gobiernos que lo antecedieron (incapaces hasta de redactar propiamente desde un contrato petrolero hasta incorporar al país a las sucesivas olas de innovación educativa o agraria), el velascato resultó aún peor. Un desastre enormemente tóxico por décadas. A los pocos años, aunque los militares aprobaban y maquillaban las cifras publicadas sobre las principales variables económicas, resultó inevitable que los errores de gestión se notasen en una explosiva inflación, desempleo masivo (al que se comenzó a etiquetar como subempleo e informalidad), mucho menores crecimiento e inversión privada; y finalmente, una pobreza rampante que terminó, a fines de los ochentas, incorporando a dos tercios de la población.

A pesar de que las cifras oficiales nos cuentan, por ejemplo, que el crecimiento del PBI per cápita habría sido en 1974 de 6.4%, la realidad contrastaba que, pocos años más tarde, la inflación salió de control y la tasa de inversión privada se redujo a valores mínimos (cercanos a reposición del acervo de capital). Sí. No fueron revueltas populares súbitas. Fue un desborde social, amainado, como lo fue, solo vía una matanza. Provocado por el hambre a niveles nunca antes visto en el Perú republicano. Y escondido de los libros de Historia Económica. 

Probamos el veneno mercantilista-socialista, nos empobrecimos y no dejamos de empobrecernos por cinco quinquenios consecutivos. Eso pasó en el Limazo. La gente y sus policías reaccionaron y fueron sangrientamente sojuzgados. Pasado el desastre, pocos se dieron cuenta. Pocos se han dado cuenta aún hoy de lo que nos pasó. Con la Constitución velasquista, por cinco quinquenios, inmersos entre fases de populismo y de ajuste no nos dimos cuenta que –tendencialmente– no dejábamos de caer en términos de desarrollo económico relativo (ver figura adjunta).

En tiempos como los actuales, donde los cándidos idolatran a los genocidas (un buen ejemplo lo da un reciente documental de propaganda velasquista intitulado La Revolución y la Tierra) es bueno reevaluar qué pasó. Y recordar que nos puede volver a pasar. Que al principio no se nota. Después es mucho más difícil. De hecho, en la frase “La revolución será completa cuando el lenguaje sea perfecto”, George Orwell descubre la base del totalitarismo socialista. Todo maquillado, todo tergiversado, todo aceptado. Todo perfecto.

Carlos Adrianzén
08 de febrero del 2021

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