El lenguaje de las imágenes en movimiento

A cada época le ha correspondido una forma artística dominante, preferida tanto por los intelectuales y creadores como por la gente común y corriente. Así pasó en el siglo XVI con la pintura, en el XVII con la literatura (el siglo de Cervantes y Shakespeare), después con la música y nuevamente la literatura en el XIX y primeras décadas del XX. Actualmente ese “arte de época” es el cine, una disciplina relativamente joven (poco más de un siglo) pero que ya ha desarrollado un lenguaje propio, complejo y sumamente eficaz. Sobre este tema, Ricardo Bedoya e Isaac León Frías publicaron el libro Ojos bien abiertos. El lenguaje de las imágenes en movimiento (Universidad de Lima), un acercamiento a las posibilidades comunicativas y estéticas del cine y los medios audiovisuales en general.

El principal problema al estudiar el lenguaje cinematográfico es su carácter totalizante, pues abarca elementos y recursos propios de la pintura, música, narrativa, teatro, etc. Bedoya y Frías, siguiendo a los principales teóricos en la materia, hacen del encuadre (“la unidad espacio-temporal ininterrumpida”) el componente básico del lenguaje cinematográfico, aplican a la sucesión de encuadres el modelo lingüístico saussureano, basado en el establecimiento de ejes paradigmáticos (selección) y sintagmáticos (combinación). Siguiendo este esquema, se analizan en cada capítulo los elementos formales del encuadre (planos, ángulos de toma, movimientos de cámara), los que tiene que ver con la combinación (montaje) y también con el universo ficcional creado: decorados, actuación, vestuario.

Concebido inicialmente como un manual para estudiantes universitarios, Ojos bien abiertos estudia de manera sistemática los usos y convenciones asociadas con estos componentes, partiendo de los más tradicionales –que han dado origen a términos que ya casi forman parte de nuestro léxico cotidiano (primer plano, flashback, zoom)– hasta aquellos empleados solo en las películas más personales o vanguardistas, y que potencian las posibilidades expresivas y estéticas. Por ejemplo, el color es visto desde sus atributos básicos (matiz, saturación y brillantez), las particularidades del cine en blanco y negro, o las gamas de colores asociados con géneros como el western y la ciencia-ficción.  Eso sin dejar de lado los aspectos plásticos del color, revisados en el capítulo “La composición del encuadre”.

Estos análisis están acompañados de amplias citas de Roman Gubern, Louis Gianetti, V. Pudovkin, Michel Chion y otros importantes ensayistas; citas  que además de aclarar aspectos específicos del arte cinematográfico nos introducen y orientan en la abundante bibliografía ya existente sobre el tema. Y también por una serie de fotografías, procedentes de películas clásicas y contemporáneas y que en este caso han sido obtenidas de los archivos de la Filmoteca de Lima y de la revista Hablemos de cine. Si algún reparo podemos hacerle al libro es precisamente la poca amplitud de estos anexos fotográficos; así como la falta de un análisis más detallado de lo específicamente narrativo, ya que la gran mayoría de películas no son otra cosa que narraciones.

Ojos bien abiertos logra trascender sus propósitos didácticos para convertirse en “una sistematización en alguna medida original del conjunto de conocimientos que ofrece el lenguaje audiovisual” –como se anuncia en la introdución del libro– gracias a la amplia experiencia de sus autores tanto en el campo de la crítica como el ensayo.