Eduardo Zapata

El lector

Las “Metamemorias” de Alan García

El lector
Eduardo Zapata
27 de noviembre del 2019


Lamentablemente, el Perú es un país donde se nos ha enseñado a amar profundamente el odio. Binariamente. Sin grises de por medio. Con razones o sin ellas. Pero odiamos. Y odiamos particularmente el éxito. La historia del Perú –desde lo prehispánico– parece avalar lo dicho. Consagrado en un proceso emancipador y republicano jamás concluido precisamente por esos odios. 

Decía Ortega y Gasset en su gran libro La rebelión de las masas que “El especialista ´sabe´ muy bien su mínimo rincón de universo; pero ignora de raíz todo el resto”. Añade: “No es un sabio porque ignora formalmente cuanto no entra en su especialidad; pero tampoco es un ignorante porque es un ´hombre de ciencia´ y conoce muy bien su porciúncula de universo. Habremos de decir que es un sabio-ignorante…pues significa que es un señor el cual se comportará en todas las cuestiones que ignora, no como un ignorante, sino con toda la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio”.

Y llenos de sabios estamos, llenos de recelos y desconfianza, de temores hasta de nuestras propias sombras. Por eso no amamos, ni siquiera el conocimiento que decimos dominar, sino optamos por la vía más fácil y expeditiva que es aquella de aprender a amar el odio.

Al presidente García lo había conocido escasamente en cuatro ocasiones. Dos de ellas de tipo protocolar y vinculadas al Instituto de Gobierno y de Gestión Pública de la Universidad de San Martín de Porres, donde enseño. Pero las otras dos ocasiones compartimos una amena conversación-conferencia sobre Donald Trump en una oportunidad; y sobre el impacto de las redes sociales en la sociedad actual en otra.

Por eso aquella noche –al promediar las nueve y treinta o diez– y escuchar su voz, se creó en mí un signo de interrogación inmediato. Signo que se desdibujó rápidamente cuando en tono de broma y al yo contestarle “Buenas noches, señor Presidente” reímos juntos cuando él me dijese que yo no solo poseía agudeza mental sino acústica. A lo cual, obviamente, respondí ¿quién no conoce su voz Señor Presidente y su risa.

Esto lo cuento recién porque las Metamemorias de Alan García ya han sido publicadas en su primera parte. Y es que él aquella noche me pidió un favor: ser el Lector de su obra. Aquella persona a la que le confiaba el pálpito de su trabajo. No la corrección, no el nihil obstat, sino simple y complejamente me pedía que le tomase el pulso a sus Metamemorias.

Viniendo del estadista más culto con el que he tenido oportunidad de conversar en el Perú, de aquel que precisamente huía de la especialización y la petulancia, obvio me sentí honrado y debo decirlo así. Le hice un informe que ese sí quedó entre nosotros y –creo no equivocarme– se trata de una interpretación vital y radical de la historia del Perú y de sus ejercicios gubernamentales escrita con la conciencia “…de que todo eso, desconocido por el mundo pero parte de su propia memoria, desaparecerá por completo cuando él lo olvide. Al fin y al cabo escribir memorias es escribir olvidos, luchar contra el tiempo”.

Hace un instante hice referencia al especialista petulante. Pues fue precisamente leyendo el capítulo referido a su padre Carlos –a quien tuve el gusto de conocer y era la antípoda de ese especialista petulante– lo que me hizo recordar no solo a Ortega sino a los avatares de nuestra historia.

Guardo para mí el abrazo del presidente García luego de leer mi informe. Siempre he creído que si queremos ser nación debemos aprender a amar y no a odiar. Gracias Presidente. Gracias Carla.

Tal vez deba aclarar que soy un simple profesor de semiótica, no soy aprista, pero –lo he dicho– no creo en los odios.

Eduardo Zapata
27 de noviembre del 2019

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