Raúl Mendoza Cánepa

El intelectual equivocado

El intelectual equivocado
Raúl Mendoza Cánepa
24 de abril del 2017

Diferencias entre sabiduría, inteligencia y erudición

Los intelectuales no son los que reeditan el pensamiento ajeno sino los que innovan en la teoría. Por ello, uno de los pocos —si no el único— intelectual marxista en América Latina fue José Carlos Mariátegui, que en creación heroica adaptó el socialismo a la realidad peruana. Ni calco ni copia. No hay intelectual sin arte, los demás son solo réplicas o sombras.

Al sumar el cúmulo de libros de su estantería, un autoproclamado “intelectual” decía que lo suyo era la erudición. Desde la obra de Unamuno a la de Balmes, o las joyas clásicas acumuladas en su memoria, el “intelectual” se jactaba de sus lecturas tan innumerables como sosegadas. Conocía de la Escuela de Frankfurt tanto como de la filosofía y tragedia griega. El material recorrido incluía el devenir de las culturas orientales, los escritos políticos —desde Maquiavelo a Montesquieu— y la enciclopédica data de la historia política y social. Recitaba con pulcra precisión los versos de Machado tanto como los de Pessoa.

El debate surgió cuando tratamos de jerarquizar la importancia de las tres categorías intelectuales: la erudición (la suya, por cierto), la inteligencia y la sabiduría. El común de las personas carece de sabiduría y erudición, pero se sostiene sobre la base de niveles relativos de inteligencia. Esta es experimental, se puede medir en cualquier evaluación, y está vinculada a las reacciones elementales frente al medio. Por tanto, es un recurso utilitario, “sirve para”. El mono que alcanza el palo para tocar el banano fuera de la jaula es inteligente en su nivel primario, como lo es el elaborado político cuya estrategia le ofrece los resultados esperados. 

La erudición es la vastedad del conocimiento, la que se vale del prodigio precario y decreciente de la memoria, que por tramos se disuelve entre las nieblas del olvido. Le provee palabras, que ayudan al mejor uso del intelecto y, por tanto, al potencial creciente de las conexiones sintácticas. El conocimiento universal le proveerá, sin que lo repare siquiera, de los elementos que sirvan a su buen criterio… mientras dure.

¿Y la sabiduría? El lector puede espantarse si este columnista afirma que le importan ya poco la erudición y la inteligencia, y que un hombre rudimentario y sin lecturas, pero con la luz interior prendida y el misterioso discernimiento como atributo, puede ser más sabio que el mayor de los eruditos o el más sagaz o inteligente de los hombres. Un hombre sin la formación prolija de un científico, de un voraz lector o de un humanista, puede tener una tan magnífica luminiscencia que, como una habilidad propia, le permita discernir el bien del mal, lo conveniente de lo inconveniente o, mejor aún, las mejores opciones que conducen a la felicidad. Especialmente esto último…que es finalmente lo que más nos importa.

En mi criterio, Epicuro (con su placer y su ataraxia) antes que Sócrates (y su mayéutica). El sabio es aquel que sabe ver mejor la descomunal grandeza de su propio espíritu, de su goce, o la validez de un acto heroico o noble. El inteligente “sabe cómo”, el erudito “sabe mucho”, el sabio “ve”. Pero en la felicidad del “saber vivir” no se agota la virtud del sabio. Tiene el espíritu expansivo y profundo para albergar la capacidad de trascender y de ver; de ver más allá de lo visible, de lo evidente, de lo tangible, de lo sutil y de lo real.

Necio es quien no aspire a cambiar todos los atributos de la erudición y la inteligencia por una minúscula porción de sabiduría. De entre todas las cualidades y conquistas del intelecto, la sabiduría es dilecta, porque es luz, trascendencia, plenitud, sencillez, discernimiento y amor. Al decir de Erasmo, al quejarse de los doctos soberbios de la fe, la sabiduría es también locura; y por locura: niñez, sencillez y alegría. Que esta sea la virtud que la vasta experiencia y el disciplinado viaje interior le procure por su corta o larga existencia.

Raúl Mendoza Cánepa

Raúl Mendoza Cánepa
24 de abril del 2017

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