Eduardo Zapata

El ícono de Azángaro

La necesidad de “falsificar”documentos para trámites burocráticos

El ícono de Azángaro
Eduardo Zapata
01 de julio del 2020


Un ícono es un referente cultural con el cual se identifican los miembros de una comunidad. Es, entonces y a la vez, expresión y configuración/validación de conductas individuales o colectivas. Evidentemente un ícono puede ser positivo o negativo. Será lo primero si es que constituye un factor de identidad para la convivencia civilizada. No lo será, en cambio, si expresa o alimenta la degradación de dicha convivencia.

Y Azángaro –lo sabemos todos– se ha convertido en un ícono identitario. Sí, ese espacio donde se falsifican todo tipo de documentos y vidas completas. Socialmente más perverso y subversivo por encontrarse aledaño a la sede del Poder Judicial. Donde todos sabemos que también ocurren cosas extrañas. Al punto que cabe hasta preguntarse cuál de los dos espacios es el original y cuál el falsificado. ¿O son acaso anverso y reverso de la misma moneda?

Por curiosidad me asomo a Wikipedia para ver qué dice del Jirón Azángaro. Y me encuentro con un fragmento sumamente dicente y por eso lo transcribo literalmente: ”Tiene apenas diez cuadras… Son peligrosas y delictivas, en especial su última cuadra, que es dominada por peligrosas mafias de la falsificación”.

Ciertamente hay mafias de la falsificación. Muy bien organizadas y bastante eficientes en su quehacer. Podría decirse que se trata hasta de una oferta de calidad ante una masiva demanda de clientes urgidos por un documento que dé fe de lo inexistente.

El tema es cuál es la fuente generadora de la urgencia de esos documentos. Y la respuesta no son las mafias organizadas –que satisfacen una demanda– sino un Estado burocrático y mercantilista que obliga a los ciudadanos a hacerse de papeles y certificaciones en la mayoría de los casos absolutamente innecesarios. Cualquier vida que se requiera construir o cualquier documento específico exigido por todo tipo de entidades se consigue con mayor facilidad y menor costo allí en Azángaro.

En este contexto, no nos asombran ya los avisos de “Se hacen tesis” o las eufemísticas invitaciones al aborto subyacentes al aviso “Atrasos menstruales". En esa lógica no nos sorprenden tampoco los documentos judiciales o legislativos “originales”, donde impunemente se acude al copia y pega. Y la línea divisoria entre lo original y lo falsificado se hace más frágil cuando se constata cómo –ante una exigencia de la SUNEDU– cientos de profesores universitarios se volvieron fecundos investigadores y obtuvieron Maestrías por doquier. Lo que importa es el papel y no el conocimiento. Y ese papel o certificado puede conseguirse indistintamente en una universidad formal o en la cuadra seis del Jirón Azángaro. Donde por una módica suma adicional se tiene un documento hasta con sellos originales de universidades o entidades del Estado.

Decíamos al principio que los íconos eran malos si pervertían la convivencia civilizada. El ícono de la falsificación se vuelve más perverso aún si está encarnado en un Estado que falsifica políticas públicas al cerrar los ojos y no querer ver la realidad.

Devolverle el referente real a la palabra pública es indispensable. Y por lo que se ve, y por lo que vamos viendo, lo que podríamos llamar como derechas o izquierdas persisten en eludir tal responsabilidad.

Eduardo Zapata
01 de julio del 2020

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