Luis Hernández Patiño

El gran vacunón

No debemos permitir que estas cosas sigan pasando

El gran vacunón
Luis Hernández Patiño
17 de febrero del 2021


No puede ser. Al enterarme de la noticia que ha explotado en torno a las vacunas, lo primero que se me viene a la cabeza es pensar que no puede ser. Y en forma reiterada, insisto que no puede ser, porque nada justifica que una sociedad como la nuestra, tan necesitada de asistencia en el terreno de la salud, en una situación tan grave como la que nos agobia desde hace ya casi un año, haya sido tratada como una zapatilla, y peor que eso, por quienes dicen ser nuestras autoridades. Pero en el fondo, cuando digo que no puede ser, estoy dosificando mis expresiones. Me estoy midiendo, porque no sé cuánto más debiera y pudiera decir, en medio de la mezcla de sentimientos que me brotan.

Acá no me refiero al espectáculo montado aquel domingo por la noche, cuando llegó el avión que traía las primeras dosis de vacunas de La China. No. En este caso, me refiero a la canallada que ya no se ha podido seguir ocultando y que hoy repugna a la verdadera gente de bien de nuestro país. Estoy aludiendo a esa canallada de la que el Perú fue víctima meses antes que el mencionado avión con las dosis de vacunas toque nuestro suelo. En efecto: mientras muchos peruanos de las clases medias y bajas morían por el Covid, mientras muchos corrían y siguen corriendo peligro, y cuando había que tomar medidas para enfrentar tal situación, resulta que una minoría de mercantilistas privilegiados optaba por ponerse a buen recaudo. Es decir: esa minoría optó por ponerse la vacuna antes que el pueblo, de espaldas al pueblo, dejando sin protección a los más vulnerables.

A esto yo he dado en llamarle “el gran vacunón”. Pero quiero ir más allá de cualquier título que se me pudiera ocurrir. Quiero ir más allá, porque lo que ha sucedido entre nosotros no tiene nombre. Es algo que genera en mí diversas interrogantes y cuestionamientos, que no tengo por qué no hacerme, y que deseo plantear en una forma abierta. Así pues, una primera pregunta es: ¿para eso se fundó la república? ¿Para que hasta ahora cualquier casta de tipo minoritaria, que ni siquiera nos representa, trate a los peruanos en la forma más vil y ruin que nos podemos imaginar? Porque no me parece que el hecho de salvar su propio pellejo y abandonar a la gente a su suerte sea un gesto henchido de patriotismo de parte de quienes han dado en llamarse nuestras “autoridades”.

Desde niño, escuché y escuché que los conquistadores… que los conquistadores… y que los conquistadores… Sin embargo, me pongo a pensar en todo lo que tendría que escuchar acerca de nuestros “gobernantes” de hoy, si se llegase a saber toda la verdad sobre el trasfondo estructural de nuestras relaciones políticas y financieras. Tal vez, la leyenda negra de la conquista hoy tendría que ser reemplazada por una realidad nefasta.

Pero, como decía, tengo otras preguntas. Y frente a un caso como el del vacunón, por católico que soy, no puedo dejar de plantear la siguiente interrogante: ¿dónde están nuestros pastores? Me gustaría saber si ellos van a decir algo, si realmente van a levantar la voz en nombre del pueblo que cree, porque ese pueblo tiene hambre de Dios. Hoy, más que nunca, tiene hambre de dios y no puede ser espiritualmente traicionado.

Esto que ha ocurrido con el gran vacunón debe servirnos para sacar una línea clara, que nos ayude a darnos cuenta de quienes son los que de pronto brillan en nuestra escena políticamente “correcta”. Para ello, no tendríamos más que recurrir al versículo bíblico que dice: “Por sus frutos los conoceréis”. Y al respecto, a modo muy particular, yo me atrevería a agregar: también podremos conocerlos por la posición que toman, frente a lo que los poderosos hacen con los más débiles.

Ello aplica para todos los tipos de grupos que dicen representar a nuestra sociedad en su conjunto; aplica a los que algunas veces hablan por nosotros, arrogándose la representación de diversos sectores. Y en este punto, por dar un ejemplo, bien podríamos citar a los cobardes de la derecha. Para ellos, que ahora se sienten fratelos de tuti li mundi, mi pregunta sería: ¿frente a lo que ha sucedido, por qué no los escucho reclamar por la dignidad de la persona humana? ¿Por qué no levantan la voz como lo hicieron en 1987, cuando Alan García planteó la estatización de la banca? ¿Será que el capital financiero importa más que la dignidad de la persona humana, dignidad que hoy viene siendo pisoteada sin ningún tipo de escrúpulo? Yo me resisto a creer que eso es así. Me niego a aceptar que el capitalismo pueda ser calificado como “inclusivo”.

Tal como decía al principio, no puede ser. No puede ser que al Perú le venga a ocurrir algo como lo que hoy estamos viendo y viviendo. Sin embargo, hay algo que también quiero decir en forma clara: tampoco puede ser que nosotros permitamos que todo esto pase. El hecho de no ser parte de esa deleznable minoría mercantilista, que hoy nos desgobierna, no significa que nosotros tengamos que soportar, soportar y soportar esta situación. No nos hagamos cómplices, mediante nuestra inacción, de los protagonistas del vacunón que ha ofendido y humillado a nuestra patria.

Luis Hernández Patiño
17 de febrero del 2021

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