Tino Santander
El fujimorismo ha muerto
Se desplomó por sus pocas luces e intransigencia
El fujimorismo representaba políticamente al militarismo autoritario, al informal achorado de los barrios marginales, al emergente empresario popular, a los conservadores religiosos, a los grandes empresarios nacionales y extranjeros, al populismo político y a la memoria nostálgica de las dictaduras de Sánchez Cerro y Odría. El fujimorismo comparte con el velasquismo ser las dictaduras que cambiaron al Perú; Velasco Alvarado liquidó el servilismo campesino en los Andes y estatizó la economía nacional; y Alberto Fujimori aplicó las políticas del Consenso de Washington, liberalizando la economía nacional e incorporándola al proceso de globalización.
El fujimorismo militarista derrotó a los movimientos subversivos, pero perdió la batalla política, porque las FF.AA. son percibidas como corruptas y violadoras de los derechos humanos. El fujimorismo político liquidó el viejo sistema de partidos políticos que en el siglo pasado eran eficientes sistemas de comunicación y representación política. El delirante fujimorismo económico solo defiende el capítulo económico de la Constitución, su lema es: ¡Salvo el dinero, todo lo demás es ilusión! El vulgar fujimorismo parlamentario confabuló con Vizcarra vacar al corrupto PPK. El fujimorismo, en sus dos versiones, fue protagonista de bochornosos espectáculos que promovieron el desprecio ciudadano al Congreso. El fujimorismo es un gigante con pies de barro que se desplomó por sus pocas luces e intransigencia, y terminó ahogándose en su propia ciénaga.
El fujimorismo –felizmente–, ya no entusiasma a nadie. Y es grotesco ver cómo sus dirigentes y congresistas denuncian y condenan el golpe de Estado del felón Vizcarra. Los fujimoristas desprestigian la lucha por la democracia, y nadie que crea en la libertad puede acompañarlos. El fujimorismo ha muerto y el país celebra silenciosamente. Ahora es imprescindible construir una alternativa democrática y popular que defienda a los diez millones de peruanos que no tienen agua ni desagüe, que represente al 85% de los agricultores que no tienen acceso al crédito, que acabe con el monopolio farmacéutico que encarece las medicinas, que frene los abusos de las empresas privadas que dan servicios públicos de pésima calidad, y que reforme el proceso de regionalización para hacer más eficiente la inversión pública y privada en todo el Perú.
La alternativa popular al fujimorismo está construyéndose. No va a ser fácil representar a esa inmensa mayoría silenciosa empobrecida, achorada, informal y emergente que se organiza en culturas y subculturas en todo el territorio peruano; Parece que ni la derecha ni la izquierda entienden la diversidad de demandas, de posiciones, de fracciones políticas y sociales que existen en el Perú. Por el momento es imposible que un solo movimiento o partido político represente a los diversos sectores populares.
La guerra por el pueblo recién comienza. La primera batalla es la elección parlamentaria de enero próximo. El gobierno de Vizcarra va a promover desde el poder a sus franquicias afines, además va a controlar la elección vía decretos, como las viejas dictaduras. Vizcarra cuenta con la sumisión mayordomil del cartel mediático (El Comercio, Canal N, Canal 4; RPP, Exitosa y algunos medios marginales). El gobierno buscará convertir el próximo parlamento en una Asamblea Constituyente de facto, que les permita mantener en el poder a Vizcarra. La oposición democrática y popular no existe, salvo algunas ideas y organizaciones dispuestas a la pelea, que ojalá estén a la altura de la lucha democrática.
La buena noticia es que el fujimorismo ha muerto y sus exequias fueron realizadas en medio del inmenso repudio popular.
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