El fracaso de la izquierda cusqueña

El grito guerrero de ¡Cusco, Cusco! ¡Rojo, rojo, siempre será! ¡Hasta la victoria final! Simbolizaba la esperanza de un mundo mejor. El mito del socialismo incaico; de la comunidad campesina como eje del colectivismo agrario, el marxismo-leninismo; el maoísmo de la revolución China; la revolución cubana, y el velasquismo forjó una conciencia política que se transformó en poder político regional.

La izquierda cusqueña en todas sus versiones prometió gestionar los municipios, la región, los sindicatos, las organizaciones sociales, y campesinas con eficiencia y lo único que ha hecho es dividirlas, atomizarlas, y muchas veces corromperlas hasta convertirlas en membretes fantasmales. Prometió luchar contra el centralismo y se convirtieron en k’umillus (sumisos sirvientes del centralismo).

La región cusqueña ha recibido desde el 2003 hasta la actualidad aproximadamente US$ 6,000 millones por concepto del canon de Camisea. No contabilizamos el canon minero, los ingresos por turismo y otras actividades económicas. Esos ingentes recursos han sido administrados por la izquierda que pregonaba superioridad moral frente a los partidos de derecha que se deshonraron en la corrupción. Sin embargo, su gestión administrativa y política ha estado plagada de corruptelas que actualmente no saben cómo explicar, justificar, y expiar sus culpas.

No hay una obra de trascendencia para la región. El hospital Antonio Lorena, las carretera Echarate-San Francisco; la planta metalúrgica en Espinar que le de valor agregado al cobre de las provincias altas; el tren a La Convención, la estafa del aeropuerto de Chinchero, la burocracia ineficiente y corrupta de la Dirección Desconcentrada del Cusco; la falta de infraestructura agraria, educativa y de salud son los indicadores de la incompetencia de la izquierda que ha dominado los gobiernos locales y regionales hace cuarenta años.

Las organizaciones sociales, o lo poco que queda de ellas, son conducidas por algunos dirigentes de izquierda, que las utilizan para extorsionar al gobierno de Castillo. El paro de los agricultores asustados por la sequía, la falta de fertilizantes, el alto costo de vida; los transportistas que también anuncian movilizaciones son utilizadas por las izquierdas con el afán de protagonismo político. La inmensa mayoría no confía en ellos, porque siempre han traicionado. Los cusqueños los acusan de vendidos.

No son capaces de reparar sus culpas, reconocer sus errores, renovarse, y caminar por el desierto del rechazo popular hasta recobrar la confianza pública. Hoy, la izquierda se esconde en vientres de alquiler que son clubes electorales de aventureros en los que prima la demagogia y la ignorancia. Han perdido el rumbo, aspiran a dádivas del gobierno y quieren ser soldados del premier Aníbal Torres, haciendo política entre gritos, prejuicios clasistas, racistas, y slogans sin contenido. Se han convertido en un club autista, alejado de la realidad y sobre todo de las demandas populares.

Los caviares limeños los consideran cholos y primitivos. Estos pequeños burgueses de las clases medias limeñas viven la fantasía del estatus revolucionario y tratan a las izquierdas regionales con desprecio. Los caviares viven de las consultorías del Estado y han hecho de la defensa de los derechos civiles de la comunidad homosexual un negocio rentable a través de las oenegés; también, viven del ecologismo “radical” financiado por organismos internacionales impidiendo la inversión minera, fomentando conflictos, es decir jugando para los países que compiten con el Perú, en minería.

Esa izquierda, tiene aliados en los empresarios que no ven, no entienden, no quieren conducir la creación de riqueza en el Perú. La izquierda cusqueña se ha convertido en un fantasma que recorre los bares, cantinas, y discotecas proclamando ¡El socialismo es creación heroica! ¡Salud!