Raúl Mendoza Cánepa

El fracaso como virtud

Cuando la vida nos abrume, debemos recordar a los estoicos

El fracaso como virtud
Raúl Mendoza Cánepa
16 de diciembre del 2024

 

A lo largo de la historia, pocos pensadores han mostrado una comprensión tan serena de la vida como los estoicos. Filósofos como Séneca, Epicteto y Marco Aurelio supieron que el sufrimiento, la pérdida y el fracaso no son infortunios, sino capítulos inevitables de la existencia humana. Lo que importa, sostenían ellos, no es lo que nos sucede, sino cómo respondemos a ello. 

El emperador Marco Aurelio, en sus Meditaciones, escribió: “Lo que se interpone en el camino se convierte en el camino”. El fracaso, según esta visión estoica, no detiene el progreso, sino que lo redefine. Derrotado abrumadoramente en unas elecciones para la Asamblea Universitaria, caí en la desazón para refugiarme en la biografía de Abraham Lincoln. Desde su juventud, Lincoln acumuló una sucesión interminable de derrotas: fracasó como comerciante, fue despedido de empleos, perdió a su prometida. Su carrera política no fue más benévola. Perdió elecciones legislativas, no consiguió un puesto en el Senado y hasta sufrió burlas por su apariencia.

Fue entonces cuando leí sobre Epicteto y el estoicismo. Supe que, como estoico, Lincoln no se dejó aplastar por la adversidad. Entendió que cada obstáculo era una oportunidad para templar su carácter. Epicteto, el esclavo convertido en filósofo, habría visto en Lincoln la encarnación de su enseñanza más célebre: “No son las cosas las que nos perturban, sino nuestras opiniones sobre ellas”. 

En su correspondencia, Séneca advertía que el sufrimiento revela la verdadera naturaleza de un hombre. “La adversidad es la ocasión de la virtud”, decía. Lincoln, curtido por años de derrotas, permaneció firme. Asumió el deber sin lamentaciones. En su discurso de Gettysburg, dejó entrever esa serenidad estoica al afirmar que de aquel sufrimiento “renacería la libertad”.

La historia de Lincoln, como la tuya o la mía, tejida con hilos de fracaso y resiliencia, nos recuerda que la vida no es una línea recta, sino altas y bajas. 

El estoicismo nos enseña a no temer al fracaso, porque en él se encuentran las semillas del crecimiento. Cada derrota de Lincoln, como tuya o mía, es una lección para enfrentar las circunstancias más difíciles. Su vida es un recordatorio de que el camino hacia la virtud pasa por el dolor. Decía Marco Aurelio, “La verdadera medida de un hombre no está en las cosas que le suceden, sino en cómo las soporta”.

Cuando la vida nos abrume, recordemos a los estoicos; porque en cada tropiezo se esconde la oportunidad de descubrir nuestro carácter, de construir nuestra grandeza y trascender.

Raúl Mendoza Cánepa
16 de diciembre del 2024

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