Juan Carlos Puertas

El daño de las ideologías en épocas del Covid-19

La agenda de izquierda domina las políticas y debates públicos

El daño de las ideologías en épocas del Covid-19
Juan Carlos Puertas
04 de mayo del 2020


El problema de las ideologías es que siempre son limitativas para el observador. Pero cuando hablamos en un contexto político, se convierten además en un agente que, más pronto que tarde, se convierte en totalizante. Las ideologías políticas siempre contienen un germen que hace que no quieran competir con ninguna otra. Será por estas limitaciones que el sentido común (que, como suele decirse, es a veces el menos común de los sentidos) debería desplazarlas cuando sucede un evento que pone en riesgo al colectivo de un país, para dar paso a que gobierne el pragmatismo. Reitero: al sentido común.

En situaciones de guerra, calamidad o pandemia, los objetivos son bastante claros y autoevidentes. No se requiere mucha teoría para identificarlos cuando lo que está en riesgo es la nación misma, el conjunto de seres humanos: en una guerra el objetivo es ganarla, en una calamidad el objetivo es atender víctimas y reconstruir, mientras que en una pandemia el objetivo evidente es salvar vidas. En estas situaciones el objetivo es evidente y los esfuerzos de la sociedad son realizados de manera pragmática (si quiero ganar una guerra, requiero estrategas militares, un ejército y logística; en una calamidad, equipo de sanidad, ingenieros y logística; y en una pandemia, una estrategia de salud, personal especializado y logística).

Ahora bien, la razón tampoco nos indica que se debe ganar a “cualquier precio”, porque la sobrevivencia del colectivo, a corto o largo plazo, es siempre el objetivo último de una nación. No podría mandar “hasta el último hombre y recurso” para ganar una guerra porque en el camino ganaré la guerra y perderé al colectivo. Ni podría destinar “hasta el último recurso” en la reconstrucción de una región, porque a la larga afectaría a otras zonas que requieren atención, y tampoco podría generar más daño que el generado por la propia pandemia en mi esfuerzo por salvar vidas. En consecuencia, en una situación en la que el objetivo es proteger al colectivo, no puedo usar medios que terminen por afectar a una mayor parte de él. Y eso es parte del sentido común como nos recuerda el refrán “el remedio no puede ser más malo que la enfermedad”.

A pesar de que estos temas son –o deberían ser– autoevidentes, vemos cómo los lentes ideológicos vienen jugando en contra de nuestro país (y otros) a propósito de la emergencia decretada por el Covid-19. El objetivo y la línea de acción que debe –o debería– guiar el accionar del Gobierno son claras: salvar vidas mediante una estrategia sanitaria, el uso personal especializado y la obtención de la logística requerida; pero tanto uno y otra vienen siendo afectados una y otra vez por visiones ideológicas que poco tienen que hacer en este entuerto.

A estas alturas, la cuarentena se ha convertido en un fin y no en un medio, tanto que pareciera que la finalidad de la misma es más un ejercicio de control social que un medio para evitar más contagios, tratar tempranamente y aislar a los afectados, y de paso, poner en operación los ya antes colapsados hospitales, mientras se adquiere la logística necesaria. Cómo explicar si no la prohibición de circulación de vehículos privados (menos peligrosos a la exposición) para sustituirlos por transporte público (mayor exposición); o hablar de geolocalización, si los mapas virtuales con puntos de infectados por zonas no están actualizados o no funcionan, y generar aglomeraciones precisamente por las mayores restricciones horarias. Y este hecho no ha sido corregido, sino que se ha insistido en ello, a pesar de las muchas críticas formuladas en estos sentidos.

Por otro lado, mientras el objetivo autoevidente que nos clama el sentido común, debe ser salvar la mayor cantidad de vidas, lo que hemos visto es que este ya no es un fin primordial, sino que viene siendo acompañado por “políticas de género”, “mejor convivencia con el medio ambiente” (la tierra nos habla), “igualdad económica” y “fortalecimiento del Estado”. Los medios para estos nuevos fines son la imposición de salidas por sexo (ya corregido debido a la calamidad que desató), imposición del “uso de bicicleta” como medio de transporte, mayor igualdad económica a través de impuestos y/o bonos universales, cada vez mayores requisitos burocráticos para operar para los agentes económicos, cuando en el país más del 75% es informal (cifra que todos estamos seguros se incrementará luego de este desastre), una especie de “jefatura” en el sistema de salud que incluya redes privadas, etc.

Pasados 51 días de la cuarentena –reitero– se me hace imposible pensar que “salvar la mayor cantidad de vidas” sea el objetivo (al menos no es el único) político del Gobierno. Esto constituye una distorsión grave en la utilización de las facultades legales que viene ejerciendo el Gobierno, porque el estado de emergencia se usa para luchar contra el agente que desata la emergencia, y en consecuencia, los actos de Gobierno son legítimos en este marco de actuación política. Vale decir: en tanto los medios y mandatos dados tienen una relación lógica con el fin a alcanzarse. Todo aquello que no guarde relación lógica con la finalidad del estado de emergencia no solo adolece de un problema de legitimidad política, sino incluso de legitimidad jurídica.

Dos meses luego de la declaración de emergencia parece una broma atribuir a un mero descuido o desconocimiento el empecinamiento en la persistencia de errores como la falta de pruebas moleculares, la no centralización en adquisiciones (que recién entendemos se está disponiendo), el descuido total, en general, en la adquisición y uso de la logística necesaria para combatir la pandemia. La insistencia en hablar de delfines en la Costa Verde o ciclovías como “el futuro del transporte” son ya bromas negras que insultan a nuestros muertos, mientras que seguir utilizando a los bancos o “medios electrónicos” para repartir los bonos, generando colas, ya parece lindar con un maligno deseo de que persista la situación de contaminación sanitaria.

La razón de esta situación de emergencia –no hay que olvidarlo– es única: el Covid-19 y las vidas que deban salvarse. Pero como vemos, resulta que lo que mejor ha funcionado en este periodo es la represión a la libertad de tránsito (en un inicio, hoy ya parece que ha existido una “derogación fáctica” de la cuarentena), las medidas populistas de alto impacto, el control de medios, la excelente propaganda oficial, hablar de impuestos, la emisión de bonos (deuda), hablar de género, seguir atacando a los partidos políticos y al Congreso, el discurso medioambientalista. En fin, lo que mejor ha sucedido es la incorporación de toda la agenda de izquierda en las políticas y debates públicos, mientras se idealiza a un líder que sirve bien a estos intereses, mientras se termina de esconder las cenizas de lo que fue un sistema político exitoso que nos sacó de la pobreza generalizada. ¿La corrupción? No parece caminar diferente entre sistemas y gobiernos, ¿o aún no lo vemos todos los domingos?

Juan Carlos Puertas
04 de mayo del 2020

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