Eduardo Zapata

El Cristo de los cristianos

El Cristo de los cristianos
Eduardo Zapata
24 de marzo del 2016

A propósito de la Semana Santa

Aun cuando el nuestro es un Estado oficialmente laico, el mismo calendario oficial subraya días claves del cristianismo. Para los creyentes serán motivo de reflexión. Para otros, sin embargo, estos días serán motivo de diversión. Para todos será inevitable conectarse con la tradición sacra de nuestra sociedad.

Como esta columna aparece regularmente los días jueves, me interesa aludir al sentido de  estos días claves del cristianismo. Que por la tradición sacra referida nos tocan a todos.

Ciertamente, por el culto a la vida y no menos por conveniencias comerciales, el 24 de diciembre pareciese ser de esas fechas claves. Pero nacer es solo un impulso vital natural. Decidir morir físicamente y de una determinada manera para luego resucitar trasciende esa naturalidad. De allí que –en puridad- estos sean los días claves del cristianismo.

Reproduzco aquí un pequeño post que colocase en mi muro de Facebook el año pasado:    

“El Cristo de los cristianos no venció a la muerte. No pretendió siquiera hacerlo. Murió para resucitar: esa es la gran celebración de la Pascua de Resurrección. A ver si los comunes humanos no bebemos de la soberbia de inmortalidades imposibles pero sí- a cambio- morir un poco cada día. Para poder ser otros cada mañana. Para reinventarnos. Para ser mejores. Se llama simplemente ILUSIÓN. Un abrazo por este día domingo a todos los que sean creyentes o no creyentes.”.

Los recientes sucesos de Bélgica y la crispación electoral nuestra de cada día nos pueden llevar a fanatismos de cualquier tipo. A militar en ellos y exacerbarlos en otros. Y convendría prevenirnos respecto a todo tipo de fundamentalismo o fanatismo. Porque estos enturbian el juicio.

A propósito de lo anterior es bueno que entendamos que los derechos humanos –finalmente en juego en ambos casos- no se invocan solamente en situaciones de atrocidades físicas, muertes físicas o situaciones límite. Esos derechos deben ser in pectore respetados en el cotidiano. En el derecho del joven o adulto de llegar a su trabajo o universidad con seguridad. En el derecho del ciudadano, en fin, a que el Estado le garantice la vida y consecuentemente servicios eficientes de seguridad, salud y educación.

Tal vez convendría que reparemos en que fundamentalismos, fanatismos y antis no solo enturbian juicios, sino nos desentienden –por más que los invoquemos- del ejercicio concreto y real de los derechos humanos.

Me temo que muchos de los que se declaran agnósticos o ateos –o aun muchos creyentes- pretenden abstraerse del sentido de estas fechas que la tradición ha codificado en el imaginario colectivo. Y me temo que por anteponer la visión laica del Estado –y ciertamente valedera- estos muchos terminan refugiándose (por la presión del ´qué dirán´ políticamente correcto) en el cultivo sistemático o aleatorio del cinismo. De la crítica siempre distante o la adhesión coyuntural interesada que elude el compromiso real. De actitudes que al perder la ilusión auténtica niegan la vida.

 

Por: Eduardo E. Zapata Saldaña

Fotografía: Luis Cáceres Álvarez

Eduardo Zapata
24 de marzo del 2016

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