Julio Borges

El cristianismo debe proponer un modelo de vida solidario y pacífico

Entrevista a Massimo Borghesi, uno de los grandes pensadores cristianos

El cristianismo debe proponer un modelo de vida solidario y pacífico
Julio Borges
04 de diciembre del 2024


Luego de nuestras conversaciones con
Jose Ramón Ayllón, Rocco Buttiglione y Francisco Fernandez Labastida, tenemos hoy el placer de invitarlos a leer este diálogo con el gran filósofo italiano Massimo Borghesi. Se trata de uno de los pensadores contemporáneos más influyentes en la filosofía cristiana. Nacido en Italia en 1951, Borghesi ha dedicado su vida académica a explorar las relaciones entre la filosofía, la teología y la cultura, logrando una síntesis única y útil para entender nuestro mundo. 

Profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Perugia, Borghesi ha escrito extensamente sobre temas como el nihilismo, la secularización y la modernidad, siempre desde una perspectiva cristiana profunda y filosófica. Su obra no solo analiza los grandes temas de la filosofía occidental, sino que también dialoga con pensadores contemporáneos, ofreciendo respuestas relevantes y audaces a los retos actuales de la fe, por ejemplo, en El Desafío Moderno: Interpelaciones para el cristianismo, Ediciones Encuentro. Uno de sus aportes más notables es su análisis crítico del pensamiento de Luigi Giussani y la Comunión y Liberación, movimiento católico del cual ha sido un estudioso profundo: Cristianismo y Modernidad en la obra de Luigi Giussani, Ediciones Encuentro

Además, Borghesi es conocido por su exhaustivo trabajo sobre la figura de Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco: Jorge Mario Bergoglio: Una biografía intelectual, Ediciones Encuentro. La profundidad y originalidad de su pensamiento hacen de Borghesi una figura central en la renovación de la filosofía cristiana. Su capacidad para abordar cuestiones contemporáneas con rigor intelectual y una fe vibrante lo convierte en un referente indispensable para quienes buscan una comprensión más profunda y viva del cristianismo en el siglo XXI. 

El día de hoy nos hace el honor de conversar con nosotros para mostrarnos la brújula de estos tiempos posmodernos. Para profundizar, Secularización y Nihilismo: La cuestión de Dios en la cultura contemporánea, Ediciones Encuentro.

 

Profesor Borghesi, gracias por esta oportunidad de dialogar. Empecemos por lo básico, todo el mundo habla de posmodernismo, pero si lo preguntas, quizás pocos puedan decir algo concreto. ¿Cómo define el posmodernismo? ¿Cuáles son sus rasgos negativos y cuáles son sus rasgos positivos, si los hay?

La orientación posmoderna en filosofía tomó forma a partir de los años 80 del siglo XX y se impuso después del colapso del comunismo soviético, a partir de 1989 y hasta 1991. Desde un punto de vista ideal, marca la transición de la hegemonía de Marx-Hegel a la hegemonía de Heidegger-Nietzsche, dos autores vinculados, en ángulos diferentes, a la cuestión Nacional-Socialista. El relativismo que domina la escena y marca las corrientes posmodernas, en gran medida derivadas del Mayo Francés de 1968, es en realidad el resultado de un fraude, de un fracaso: el de millones de seres humanos que esperaban (en vano) la transformación del mundo operada desde marxismo. Esta desilusión ciertamente tiene aspectos positivos que conducen a la autocrítica de todo dogmatismo ideológico y totalitario. 

El resultado, sin embargo, no es un saludable retorno al realismo y a los ideales auténticos, sino más bien la imposición de un mundo estético y virtual dominado por la apariencia y el entretenimiento. El posmodernismo constituye la ideología propia del neocapitalismo de la era de la globalización. Su horizonte está dominado por corrientes que teorizan el fin de la historia, de la política, de los grandes ideales encaminados a lograr el bien y la justicia en el mundo. 

La política ya no se preocupa por el bien común y se centra, unilateralmente, en los derechos individuales tomados de la cultura liberal. No se entiende nada de la orientación posmoderna si no partimos del fracaso histórico del marxismo. Es ese fracaso el que arrastra también consigo el de la iluminación, de la idea de verdad y de progreso, y entrega el mundo en manos de un mundo gobernado por la tecnocracia.

 

¿Cómo ha influido la modernidad que nos describe, con su énfasis en el relativismo y aniquilar la noción de verdad, en la fe cristiana y en la Iglesia? ¿Cuáles son los principales desafíos que el posmodernismo plantea al cristianismo?

La influencia para la iglesia ha sido más negativa que positiva. La Iglesia pensaba, en los años noventa del siglo XX, que la caída del comunismo, es decir de la última forma de ateísmo que se originó en el siglo XIX, podría reabrir las puertas de Occidente a la fe. Sin embargo, este retorno no se produjo ni en el Este, ni en el Oeste de Europa. Por el contrario, el proceso de secularización, favorecido por el nuevo modelo de capitalismo, se aceleró. Mientras el comunismo fue fuerte en Europa del Este y Rusia, Occidente practicó un capitalismo atenuado por un liberalismo ético basado en la dignidad de la persona con especial atención a la cuestión social. Después de 1989, el neocapitalismo, sin adversario, sintió que tenía las manos libres y que podía prescindir de preocupaciones morales. Así, la secularización se identificó con una ideología liberal, basada en los deseos individuales, que encontró su formulación en la corriente posmoderna. Su fuerza residió en presentarse como una ideología progresista cuando, en realidad, representaba el triunfo de un individualismo profundamente útil a los intereses del neocapitalismo. Ante estos cambios, la Iglesia, desprevenida, se encerró en una reacción defensiva. Su presencia ha quedado totalmente polarizada en la defensa de algunos valores negados por la cultura dominante. La doctrina social y la dimensión misionera de la fe quedaron en segundo plano.

 

¿Cómo puede el cristianismo misionero y la doctrina social recuperar su relevancia en un mundo posmoderno?

Muchos cristianos se engañan pensando que pueden recuperar esta relevancia mediante operaciones de marketing, estrategias de poder y reinterpretaciones puramente culturales. Debemos partir de una observación realista: en Occidente la tradición cristiana afecta actualmente sólo a una minoría de la población. En América Latina el problema es diferente. Allí todavía existe una fe popular que, sin embargo, muchas veces es incapaz de alcanzar una conciencia ideal, sistemática, capaz de medirse con la historia. 

En Europa, el cristianismo se preocupa por su pasado y muy poco por su presente. Ya no se discute por ello, como en los años 70 del siglo XX, dominados por el marxismo, y esto se debe a que no nos enfrentamos a ateos sino agnósticos que no saben nada sobre la fe. Por tanto, el problema no es, en primer lugar, el de la dialéctica cultural, sino el de la recurrencia de experiencias de fe personales y comunitarias, para que el hombre "posmoderno" pueda encontrar de nuevo, o por primera vez, el cristianismo. Que experimentes el encanto de la realidad de Cristo en la vida. La perspectiva que marcó el gran encuentro de Aparecida en 2008, el de la Iglesia latinoamericana liderada por el cardenal Jorge Mario Bergoglio, fue: <<Como hace 2000 años>>. 

El mundo posmoderno presenta muchas analogías con el paganismo romano del siglo II-III después de Cristo. Los cristianos de la época no apostaron por la victoria cultural, ni tampoco por la política hasta Teodosio, pero se arriesgaron a un testimonio libre que, como escribe Ratzinger, se transmitía de persona a persona. De esta forma, en 300 años, lograron cambiar la faz del imperio más grande de la historia.

Profesor Borghesi, en su obra usted ha analizado la relación entre el cristianismo y la cultura occidental. ¿Cómo ve el futuro de esta relación en un contexto en el que Occidente niega cada vez más su propia identidad y valores? en una Europa donde dentro de unos años el cristianismo será una minoría débil en comparación con otras culturas dentro de la propia Europa.

La relación entre el cristianismo y la cultura occidental es compleja y requiere una reflexión más detallada de lo habitual. La modernidad europea no se caracteriza globalmente por una cultura anticristiana, como siguen repitiendo los laicos y los católicos. En realidad es la segunda modernidad, la que maduró a partir de la segunda mitad del 1700, la que desarrolló el modelo de secularización que triunfó en la época romántica. Desde entonces ha habido una sucesión de períodos en los que se contrastan tiempos de restauración con tiempos de crisis de valores. La crisis actual depende, como hemos dicho, estrictamente del fracaso del marxismo, de la crisis de una fe secular compartida por millones de hombres. Nietzsche, el pensador de derecha, ha reemplazado a Marx, el filósofo de izquierda. Pero este regreso a Nietzsche no es nada nuevo. Ya estaba en el centro de la cultura europea en la primera mitad del siglo XX. Por este motivo deberíamos ser inmunes a su influencia, aunque lamentablemente no sea así. 

Sin embargo, el individualismo libertario, que actualmente domina la escena en Occidente, no puede detenerse simplemente ubicándose en un terreno cultural reactivo. El cristianismo debe proponer otro modelo de vida, solidario y pacífico, capaz de recoger las exigencias de la libertad y las dinámicas del deseo sin doblegarlas al subjetivismo irracional basado en un distanciamiento radical entre los hombres.

Usted habla de no detenerse en un terreno cultural reactivo ¿Cuál es su opinión sobre la actual llamada “batalla cultural”? ¿Están bien concebidas las posiciones de esa batalla? ¿Quién lo está ganando y por qué?

Un cristianismo que confía su destino al resultado de una batalla cultural ya ha perdido. Las batallas culturales de la Iglesia, en el horizonte hodierno, en el horizonte actual, tienen una función más bien "katechontica" en el sentido en que habla san Pablo de ellas. El kathekon es “el poder que detiene”. Esto puede tener un valor civil, pero ciertamente no garantiza un renacimiento de la fe hoy. Incluso, por ejemplo, si un Estado negara el aborto, la sociedad no se volvería más cristiana. La lucha por la vida, por la libertad, por la paz, por la justicia social, son valores que los cristianos aportan al mundo, representan su contribución a la realidad de todos. Es una tarea necesaria, un compromiso que debe encontrar su hogar institucional y político. Sin embargo, la Iglesia debe ser consciente de que la fe surge de la gracia, a través de la obra de Otro, de Dios y no como resultado de batallas culturales y políticas. La fe nace del testimonio y anuncio de Cristo que murió y resucitó como salvación del mundo. Se trata de dos niveles diferentes, el de la fe y el del compromiso cívico, que pueden y deben encontrar unidad en la vida de los creyentes pero que, en sí mismos, deben distinguirse. Aquí la distinción escolástica entre natural y sobrenatural conserva todo su valor.

Usted marca un antes y después del fracaso del Marxismo y actualmente el mundo habla de la crisis de la democracia liberal, ¿comparte usted esta percepción de la "crisis de la democracia", en caso afirmativo y compartirlo, ¿cuáles son los orígenes de esta crisis? 

La crisis de la democracia liberal es en sí misma una consecuencia indirecta de la caída del comunismo. En Occidente, la desaparición del enemigo histórico ha determinado la transición de una democracia liberal-personalista a una democracia libertaria y de laissez-faire. Una transición que determina la crisis de la democracia misma, porque la institución democrática en la Europa posterior a 1945 se basa en partidos, sindicatos y asociaciones. Toda esta red de órganos intermedios, de órganos mediadores entre ciudadanos y gobernantes, ha ido desapareciendo paulatinamente. 

Esto trajo como resultado la relación vertical entre el hombre masa y el líder, como ocurre en los medios de comunicación, en la versión televisiva de la democracia digital o en la versión populista en la que el partido se identifica totalmente con su líder. En ambos casos el partido desaparece como lugar de representación de las demandas populares, como lugar de mediación del poder y de los intereses. El actual vaciamiento de las democracias representa uno de los resultados del período posterior a 1989, cuando el neocapitalismo consideraba que el Welfare, el Estado de bienestar apoyado por los partidos tradicionales, era demasiado caro y el poder de control de la economía era más fuerte sin el obstáculo de las fuerzas políticas. La cultura posmoderna, por su parte, ha contribuido a la crisis del modelo democrático al socavar la noción de persona y los derechos universales relacionados con ella. La pretensión de la filosofía posmoderna de constituir la única legitimación posible de la democracia contrasta con los fundamentos igualitarios de la democracia, con el valor único de la persona que se encuentra en su base. La democracia no se basa en el relativismo sino en la igualdad de los derechos humanos fundamentales.

Hablando de derechos humanos fundamentales, Usted enarboló la necesidad de un "nuevo humanismo cristiano" para afrontar los desafíos del siglo XXI. ¿Podría explicarnos en qué consiste este nuevo humanismo y cómo puede contribuir a la renovación del cristianismo?

El "nuevo humanismo cristiano" es el resultado de una difusión de experiencias cristianas que, de forma asociativa y comunitaria, se difundieron por toda la sociedad civil. Los valores cristianos son también profundamente humanos y esto sale a la luz con particular intensidad en tiempos de crisis. El poderoso llamado a la paz entre los pueblos, que el Papa Francisco afirma de manera particular desde el estallido de la guerra entre Rusia y Ucrania, es un llamado que encuentra correspondencia en millones de personas en Europa hoy. Un llamamiento que contrasta con los silencios de jefes de Estado y políticos que, sin iniciativas diplomáticas, no representan los sentimientos del pueblo. El caso de la lucha por la paz ejemplifica bien lo que significa un "nuevo humanismo cristiano". Ciertamente no es esto lo que renueva la fe, aunque siga siendo un excelente ejemplo de su fecundidad. Es la fe, la caridad y la esperanza las que renuevan el humanismo. No sólo la cristiana sino, por ósmosis, también la de otros hombres.

Finalmente, y agradeciendo de nuevo, ¿qué mensaje daría a los jóvenes que se sienten desorientados y desencantados en un mundo posmoderno, alejados de la Iglesia y la democracia?

La cultura posmoderna no representa adecuadamente la condición existencial posmoderna. El hombre de hoy, el joven de hoy es, como hemos dicho, un agnóstico. La cultura posmoderna eleva el agnosticismo a la categoría de ideología; la condición posmoderna experimenta el agnosticismo como un hecho. Se es agnóstico porque se ha crecido en familias agnósticas, porque nunca ha encontrado un testimonio cristiano auténtico. No por una elección ideológica sino por la falta de una presencia capaz de suscitar atracción y esperanza. Este mundo está lleno de sexo y carente de amor, interconectado digitalmente las 24 horas del día por hombres y mujeres hundidos en la soledad. El mundo es como una discoteca donde hombres y mujeres solitarios buscan vínculos fugaces y evanescentes. ¿El mensaje a dar a los jóvenes de hoy? La de no desperdiciar la vida, de no malgastarla, de no ceder a la tentación de que la existencia no vale nada, de abrirse a las experiencias positivas cuando surjan. No ceder ante el mundo mediático. La vida tiene sentido, hay que buscarlo. No en sí mismos sino a partir del rostro de los Otros, en el compromiso con la humanidad, con la paz, con la justicia, con el amor. Un mensaje que cuestiona a la Iglesia que debe ser misionera, debe proponer experiencias de vida y de fe, debe proponer al hombre de hoy la belleza y la humanidad de Cristo como corazón del mundo.

Julio Borges
04 de diciembre del 2024

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