Julio Borges
La fe y la razón se necesitan una a la otra
Entrevista a Francisco Fernández Labastida, Decano de Filosofía de la Santa Croce
Continuamos con esta serie de conversaciones sobre los temas de nuestro tiempo para los lectores. Luego de iniciar este ciclo con Jose Ramón Ayllón, tenemos el placer de presentar este diálogo sobre la verdad con el profesor Francisco Fernandez Labastida quien es Decano de la facultad de filosofía de la Santa Cruz en Roma. El profesor Fernandez Labastida tiene una mirada amplia sobre nuestra época: Especialista en filosofía moderna y contemporánea, es mexicano de nacimiento, formado en química, pero también en Teología y Filosofía. Ordenado sacerdote en 1998, el padre y decano Fernandez Labastida ha publicado diversas obras como: Tener fe en la razón (EUNSA), Historia de la Filosofía (Editorial Palabra, junto al gran pensador Mariano Fazio), El Nihilismo ¿El lado oscuro de la posmodernidad? (Universidad Panamericana de México).
Ante todo gracias por la oportunidad de tener esta conversación acerca del contenido de la palabra “verdad”. Creo que no exagero si digo que el mundo puede dividirse entre quienes creen que la verdad no existe y quienes creen que la vida es la búsqueda de la verdad. Quisiera conocer su opinión sobre por qué hemos llegado a este nivel, en el cual la palabra verdad, de ser la búsqueda de la vida, se ha devaluado y vaciado, convirtiéndose en sinónimo de violencia y, por lo tanto, en un concepto incómodo que hay que execrar de la conversación pública.
La respuesta podría durar horas. Podríamos escribir, no un libro, sino muchos libros.
Sin embargo, puedo explicar algunas ideas para entender un poco la última etapa, el último siglo y medio de transformación de la idea de la verdad. A finales del siglo XIX surgió un pensador que ha tenido un influjo muy grande en el siglo XX que es Federico Nietzsche. Este pensador ha sido quien ha puesto la puntilla, utilizando este término taurino, a la idea de la verdad que se gestó en la modernidad.
Nietzsche lo explica de modo sencillo: Dios, el Dios cristiano, ese Dios que ha creado el mundo es el Dios que le da un sentido a la realidad. Es decir, cuando se habla de la realidad con un sentido y una posibilidad de conocerla, verdaderamente, es porque Dios otorga esa capacidad de leer el sentido de toda la realidad: qué son las cosas, cuál es su finalidad, cuál es su origen y cuál es su fin. El punto que quiere poner de relieve Nietzsche es que Dios no existe y la verdad por tanto, tampoco existe.
La verdad tradicionalmente se ha entendido como la adecuación de la mente humana a la realidad. Esta es la idea desarrollada por la filosofía clásica, griega y después completada y enriquecida en el medioevo por personajes como Tomás de Aquino. Se trata de la idea de la verdad como correspondencia entre nuestro conocimiento, nuestra mente y lo que las cosas son. Pero esa larga tradición es puesta en duda por Nietzsche, en el siglo XIX, al establecer que, para poder hablar de la verdad, es necesario que tengamos fe en Dios, es decir, que creamos en Dios.
Para que la realidad tenga sentido, alguien le tiene que dar sentido a las cosas. ¿Quién le da el sentido? El que las crea. Pero Nietzsche sentencia: ahora nosotros hombres del siglo XIX estamos convencidos de que el Dios cristiano no existe, porque el siglo XIX es el clímax del ateísmo que se comenzó a gestar en la modernidad (aunque la modernidad no es solo ateísmo pues el tiempo moderno tiene muchas cosas positivas).
Sin embargo, pongo un ejemplo para comprender las contradicciones que esto trae: los ateos que entronizaron en la Catedral de Notre Dame, durante la Revolución Francesa, a la diosa Razón en lugar de la Virgen María, al mismo tiempo gritaban: Libertad, igualdad, fraternidad. Pues estos señores no se dan cuenta que si Dios no existe, no existen tampoco ni libertad, ni igualdad, ni fraternidad porque todos esos valores, son valores que nacen del ámbito del pensamiento clásico y judeocristiano. ¿Qué significa esto?, que si existe la fraternidad, la igualdad y la libertad es porque todos compartimos una naturaleza humana y esa naturaleza humana ¿de dónde sale, quién la da? De esta manera, si Dios no existe, quien prescribe que nosotros tenemos que amar la libertad, la igualdad, la fraternidad.
Si no hay Dios ¿Qué diferencia hay entre un hombre y un león? ¿Un hombre y un mosquito? Si no hay un creador de todo esto, el mundo no tiene un sentido, un sentido preceptivo. Entonces, por lo tanto, este mundo no tiene una verdad, una verdad en este sentido. La crisis de la verdad se encuentra a este nivel.
Sin embargo, esa verdad de libertad, igualdad y fraternidad que se buscaba antes y después de la Revolución Francesa, hoy es vista como totalitarismo y como imposición.
Esa es la denuncia de Nietzsche al expresar que la verdad, como lo han entendido los cristianos, es un concepto que se ha fabricado, que no existe, que es un invento de los seres humanos. Un instrumento para no destruirse los unos a los otros.
Es un poco como decía Hobbes, el hombre está en una guerra contínua y entonces, para evitar la guerra se crea la verdad, se dice que hay una serie de puntos que hay que respetar y de este modo podemos vivir en paz. Esa es la razón por la que existe la verdad. Nietzsche dice que la verdad es apenas metáforas de las que se ha perdido la conciencia de que son metáforas. Monedas gastadas, usando la famosa cita de Nietzsche.
En el fondo, lo que está diciendo es que la verdad no es más que un instrumento para gestionar el poder en un modo no destructivo.
Entonces, darle la puntilla final a Dios y proclamar su muerte, es al mismo tiempo darle la puntilla final a la posibilidad de la verdad. No hay verdad sin Dios.
Nietzsche está convencido que Dios nunca ha existido pero es en su época, en el siglo XIX, que se le está dando el tiro de gracia al concepto de Dios que se generó en occidente y que ha sido el fundamento de la cultura occidental. La cultura occidental, con todos sus valores y sus instituciones, está fundada sobre la certeza, una certeza que según él es subjetiva, pues Dios no existe.
Ahora, en el siglo XIX, occidente está perdiendo o ya casi ha perdido la creencia en Dios, en el Dios cristiano, pero las consecuencias del hecho de que Dios no existe no han llegado todavía al nivel de la cultura. Por lo tanto, hay que crear una nueva sociedad o un superhombre que sea capaz de crear nuevos valores, pero unos valores que no se apoyen sobre la concepción de verdad clásica sino sobre la voluntad del poder directamente. El poder y no la verdad.
Nietzsche no se consideraba el asesino de Dios. Él decía que él era profeta de la muerte de Dios, él la anunciaba, él no lo mataba. Sus contemporáneos son los que han matado a Dios y no se han enterado lo que significa haber matado a Dios.
Eso es lo que él expresa en ese famoso aforisma 125 de su libro La Gaya Ciencia, el pasaje El Loco. Allí dice, el hombre, sus contemporáneos han matado a Dios, viven como ateos, pero no acaban de darse cuenta que el ateísmo tiene una serie de consecuencias para la sociedad profundísimas y no están dispuestos a vivir en una sociedad en la que no hayan los valores cristianos.
Nietzsche, como profeta, cuando habla acerca del nihilismo, que es precisamente la ausencia de verdad en el mundo, nos dice que es una historia larga de los próximos dos siglos. Le pregunto, 150 años después de esa profecía, en el mundo de hoy, ¿el nihilismo, la negación de la verdad, ha vencido o vemos un mundo que también resiste y que tiene una vocación, una apertura a seguir creyendo en la verdad?
En la época actual hacer una generalización es muy peligroso. Hay distintas realidades, la de Europa, la de África, o la de Asia. Yo aquí en Roma convivo con personas de todas partes del mundo y me doy cuenta que los problemas de la Iglesia en Europa son muy distintos de los problemas de la Iglesia en África, en Asia, en América.
América Latina es un caso un poco más especial porque, América Latina, en el fondo, forma parte de la cultura Occidental, tiene esas particularidades, pero se puede decir, la evolución de la cultura occidental se está efectuando también en América Latina.
En general, en cuanto a la cultura, la profecía de Nietzsche se está verificando, en el sentido de la descristianización de la sociedad. Esas ideas que habían pensado intelectuales de finales del siglo XIX y a principios del XX, lo mismo Nietzsche, ya han permeado mucho la cultura y la indiferencia religiosa y los problemas que comenzamos a ver de individualismo, de egoísmo, de falta de respeto por el otro, de nihilismo en las personas y de disgregación de la familia.
Todo esto es manifestación de esa descomposición de la sociedad, de una sociedad que se apoyaba en principios cristianos y que ahora ya no están. Los principios cristianos, sin el fundamento sólido de una fe en un Dios trascendente y creador no se sostienen por mucho tiempo. Se está desmoronando poco a poco, porque ha desaparecido el fundamento. Poco a poco este proceso ha ido bajando a la cultura en general.
Una de las facetas culturales de mayor preocupación es la democracia. ¿Cómo se refleja esa crisis cultural y espiritual en la democracia en nuestro mundo actual? Se habla que la democracia está en crisis en América Latina, en Estados Unidos, en Europa. ¿Cuáles son los puntos de unión o de separación que ve en esa crisis cultural y espiritual y que la democracia refleja como un espejo?
Quisiera expresar algo muy general. No referirme a un país concreto, si no a lo siguiente: la democracia está muy influenciada por el positivismo jurídico y el positivismo jurídico no es otra cosa que la encarnación del poder por el poder. Tomas Hobbes lo expresa de manera clara: La autoridad, no la verdad, hace la ley. El poder es el que hace la ley, no la verdad.
De este modo, si la democracia se convierte en un instrumento técnico que a través de mayorías, puede establecer lo que está bien y lo que está mal en todos los ámbitos y a todos los niveles, volvemos a lo que decía Nietzsche: lo único relevante es la voluntad de poder, el poder por el poder mismo.
De este modo lo que diferencia lo bueno y lo malo, no es algo objetivo, no es una verdad exterior al ser humano, no es el hecho de que Dios ha creado el mundo con un sentido y con unas leyes y con una finalidad y que yo tengo que respetarlo para que se cumpla el destino por el que fueron creadas las cosas. Por el contrario, quien tiene el poder decide que es bueno y que es malo. Lo que es malo hoy es bueno mañana y lo que es bueno hoy puede ser malo mañana, si quien tiene el poder se antoja de que sea así.
¿Cuál es la consecuencia de esto? Que bajo esta dinámica no hay modo de justificar ni derechos humanos, ni libertad, ni justicia. Esto hace que democráticamente se pueda llegar a un régimen que no sea democrático aunque lo ha elegido la mayoría porque se puede transformar en un régimen que haga cosas que van contra los derechos más elementales de la persona humana.
La democracia no puede poner en duda los elementos que la hacen posible. La democracia es mucho más que el procedimiento de elecciones en el que las mayorías deciden cómo se va a gobernar una sociedad.
La democracia, en el fondo, se apoya sobre el hecho de que todos somos seres humanos que compartimos una misma naturaleza, que tenemos una misma dignidad y que tenemos que respetarla. Por ejemplo, yo no puedo esclavizar a otra persona, yo no puedo quitarle la libertad, yo no puedo sustituirlo a él para tomar decisiones, yo le tengo que permitir desarrollarse. Eso no es negociable. Si no hay unos principios, unas verdades no negociables y que sean compartidas por todos, no hay democracia posible.
Si no aceptamos todos que hay unos principios verdaderos no negociables, pues, se desmorona todo. No puede haber un multiculturalismo en el cual sean como islas culturales que intentan convivir. Para convivir tenemos que compartir una serie de principios que dignifican.
Como última pregunta, hay otra faceta de la crisis de la verdad que tiene que ver con la noción de razón, es decir, cómo se concibe a la razón. Ud. escribió un libro estupendo Tener fe en la razón, para reivindicar sin absolutismos modernistas el papel de la razón. ¿Cómo puede replantearse o volver a sembrar las visiones apropiadas sobre esos grandes conceptos, verdad, razón, libertad, democracia, de manera que pueda haber un proceso de revalorización del sentido de estos grandes conceptos’ ¿Cómo ve este proceso en este mundo postmoderno?
En este punto también es importante no generalizar y saber que existen realidades distintas en nuestro mundo. Yo pienso que así como van las cosas, por ejemplo, en los índices de natalidad que hay en Europa, se refleja una tendencia y un modo de pensar: es falta de esperanza en el futuro, es egoísmo, hay muchísimos factores que afectan esta realidad.
Del mismo modo, yo pienso que en Europa, tal y como lo decía con mucha razón el Cardenal Ratzinger y luego Papa Benedicto XVI que el cristianismo se está reduciendo, estamos viendo como una cultura que era cristiana y vivíamos en un cristianismo ambiental. Hoy día ya no estamos en un cristianismo ambiental. Porque el cristianismo ambiental en Europa no existe fuera de los ambientes cristianos, de familias cristianas o de grupos de personas que se tratan y que se preocupan por vivir de modo cristiano.
Pero en general, el ambiente general de la sociedad no es cristiano. Se necesita reasumir que somos de nuevo “minorías creativas”. La "minoría creativa" se refiere a un grupo pequeño de personas que, a pesar de ser minoría, influyen y transforman la cultura y la sociedad a través de nuevas ideas, valores y prácticas. Entonces, esas “minorías creativas” son la esperanza de que el cristianismo no va a desaparecer completamente en Europa, pero está claro que actualmente no es mainstream y que todavía tiene amplios espacios de luchar y predicar en cuanto a que cada vez más habrá menos personas que se bauticen.
Antes los padres bautizaban a los hijos porque todo el mundo lo hacía y en general había una fe difusa en la sociedad. Luego, nos hemos encontrado hasta hace poco una sociedad en donde los padres no practican, lo que significa que no creen mucho, pero bautizan todavía a sus hijos por razones de tipo social o se van a la Primera Comunión.
Ya estamos entrando en la tercera etapa. La de los hijos de estos que a los que realmente no les importa, entonces ya no bautizan a sus hijos, ya no se casan por la Iglesia, ya no van a la Iglesia en ningún momento y nos encontramos en lo que llaman en Estados Unidos los “nones”, esta nueva generación de gente que ya no tiene ningún tipo de afiliación eclesial. Pueden tener alguna idea vaga de tipo religioso, cree en Dios, un poco veces cósmico, pero nada más.
Pero esto es Occidente, si uno mira a África, hace unos meses, un sacerdote africano me envió un video de la misa en una iglesia, muy grande, en Tanzania, una misa para niños el 6 de enero, de Epifanía. Más de 1000 niños, toda una masa increíble, cantando al unísono un villancico. Era impresionante e inspirador.
El cristianismo puede ser que desaparezca en Europa, por decirlo de algún modo, pero no va a desaparecer del mundo y en Europa, poco a poco, y no es la primera vez que ocurre en la historia, habrá un resurgir porque lo que está en el fondo es la verdad en el mundo. Las cosas no están bien, pero hay esperanza.
Ha habido problemas con la sociedad y la Iglesia. Han existido crisis enormes en un montón de ocasiones y se ha reconstituido. ¿Cómo? La respuesta es Dios. Debemos tener fe en las palabras de Jesús antes de subir al cielo que dice: Yo estaré con ustedes hasta el final de los tiempos.
Fe y razón, están más unidas. Tener fe en la razón es porque la fe y la razón se necesitan una a la otra. Si pierdo la fe, luego pierdo la razón y si pierdo la razón, luego pierdo la fe. Creo que poco ha pasado últimamente. Últimamente estamos perdiendo la fe porque la razón está un poco perdida.
A nivel moral, dice el filósofo Alasdair MacIntyre que la modernidad ha cambiado tanto los conceptos que nos encontramos con palabras que no sabemos qué significan. Es como encontrar restos arqueológicos y preguntarnos ¿esto qué era, para qué servía?, porque hemos perdido el contacto con la vida real y hay que reconstruir de nuevo ese sentido. En el fondo es el problema que en una parte de la modernidad significó el corte con la tradición del pasado y con el modo de entender las cosas porque había que recomenzar de cero, toca ahora redescubrirlas.
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