Eduardo Zapata

El cartero

De andar cansino y gran cortesía

El cartero
Eduardo Zapata
01 de enero del 2020


Por estas fechas se siente más su ausencia. Las tarjetas de Navidad prácticamente han desaparecido y algunos nostálgicos seguramente aún coloquen como ornamento algún adorno-receptáculo que servía para almacenarlas. Hoy también vacío y por eso ausente. 

Lo esperábamos –no solo en estas épocas– muchas veces con ansias. Un mensaje nuestro había viajado bastante lejos y cada vez que lo veíamos aparecer se encendía la ilusión.

Andar cansino, pero expeditivo. Corteses a más no poder. Agobiados por el peso de una alforja de cuero que seguramente contenía noticias buenas y también de las otras. Era el cartero; hoy –en el imaginario social– un simple repartidor de documentos.

Habíamos aprendido a calcular tiempos de ida y vuelta de nuestros mensajes. Un mes para que llegase nuestro mensaje a Europa y un tiempo indeterminado e incierto para recibir una respuesta. Y ciertamente en los días cercanos a nuestros imaginarios plazos, se acentuaban las ansiedades.

Es evidente que muchos de nosotros habremos recibido de sus manos buenas y malas noticias. Pero por estar cercanos a una fiesta positiva como Navidad, quería usar una experiencia personal y positiva.

Eran los setentas y yo –un joven que apenas pasaba los veinte– había quedado subyugado por la lectura de Apocalípticos e Integrados ante la Cultura de Masas de Umberto Eco. En aquel entonces, un académico casi demiúrgico e inaccesible de la semiótica. Por cierto aún no era el star de El Nombre de la Rosa.

¿Por qué no –al menos como ilusión– tratar de llegar a él? Recordemos que eran los setentas, Europa ya parpadeaba por la crisis del petróleo y el Instituto del Arte, la Música y el Espectáculo de la Universidad de Bologna (que Eco dirigía) parecía muy lejano a mis ilusiones. Yo me atrevía a hablarle de mis inquietudes semióticas a un receptor que más parecía perderse en la fantasmagoría de la ilusión de un joven estudiante.

Increíblemente a los veinte días de remitida mi carta, recibí –lo recuerdo aún– una extensa pero apurada carta escrita en una máquina vieja (se notaba por el desgaste de los tipos) donde el profesor Eco me ofrecía la hospitalidad de su instituto, daba respuesta a algunas de mis balbuceantes inquietudes semiológicas y –generosamente– me ofrecía mediar ante la Embajada de Italia en el Perú para asegurar una beca.

Hoy todos esperamos la respuesta inmediata al mail. La mayoría de veces estos carecen no solo de ilusión, sino son simplemente rutinas burocráticas y a veces intrascendentes. Estamos conectados, pero no comunicados. Extraño a Luis, mi cartero, aquel que, en buena cuenta, me trajo la visa para poder viajar a Italia y cumplir mi sueño.

Eduardo Zapata
01 de enero del 2020

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