Giancarlo Peralta
El canciller candidato
González-Olaechea se presenta como la gran opción del social cristianismo
Javier González-Olaechea Franco fue el canciller que puso los puntos sobre las íes en la asamblea de la Organización de Estados Americanos para decirle basta a la dictadura del chavismo en Venezuela, tras la fraudulenta y sucesiva elección de Nicolás Maduro. Su intervención despertó el orgullo y la identificación de la ciudadanía, y además, concitó la atención de instituciones públicas y privadas, así como la opinión de líderes nacionales e internacionales.
Posteriormente, González-Olaechea ha sido condecorado por la Sociedad Nacional de Industrias, que lo reconoce como un político de valía con proyección presidencial. Pero él señaló que era un precandidato del Partido Popular Cristiano, organización que fue fundada por el Dr. Luis Bedoya Reyes.
Desde la partida de Bedoya Reyes, la social democracia cristiana no había encarnado a una personalidad de su fuste, capaz de sobresalir en un debate con las posiciones más extremistas de izquierda, expertas en vender a la población un sueño que no saben realizar una vez que llegan al poder, por eso, terminan defraudando las esperanzas de quienes confiaron en ellos. Basta mencionar a quienes se han encaramado al poder: Alejandro Toledo, Susana Villarán, Ollanta Humala, Pedro Castillo, entre otros.
Ahora, González-Olaechea se presenta como la gran opción del social cristianismo: preparación, fortaleza y energía. Pero requiere más, mucho más que un discurso que exprese la lucha contra la corrupción y la tolerancia cero contra la delincuencia. Debe señalar, por ejemplo, que hay fuerzas políticas que respaldan el narcotráfico y la minería ilegal, por eso se ponen de costado cuando se trata de legislar en contra de la criminalidad. La democracia avanza en un país pacificado, sin inseguridad y sin corrupción, porque ambas privan a los más vulnerables de los servicios que el estado debe proveerles.
Asimismo, Javier González-Olaechea debe releer los discursos de Javier Milei, actual presidente de Argentina, y, de Nayib Bukele, esa mezcla de conocimiento económico y mesianismo para emprender el camino lo va a ayudar. Visitarlos, dialogar con ellos y difundir esos encuentros impulsarán su carrera hacia el objetivo que se ha propuesto.
Afirmar que los ciudadanos honestos no tienen por qué asumir el costo que representa un delincuente en un local penitenciario donde difícilmente se logra su readaptación. El trabajo redime, por lo tanto, deberán servir al estado, como lo está haciendo Bukele en El Salvador. Que construyan cárceles o caminos de penetración para integrar a los pueblos del interior. Que los inmigrantes indeseables sigan el mismo camino.
Que las fuerzas del orden cuenten con el pleno respaldo de la clase política -al menos del poder ejecutivo que Don Javier aspira a presidir- para acabar con el terrorismo urbano, las extorsiones, el sicariato y los secuestros, que en su heroica misión se les exima de responsabilidad alguna. Dirán que se cometerán excesos, quizás ocurran algunos; pero el ciudadano asesinado por un delincuente, o el menor violado por otro no puede seguir esperando la inacción de sus autoridades.
Por otro lado, siempre se debe tener presente la situación de tensión que vive un policía o un soldado, cuyas vidas también corren peligro gracias al asedio de delincuentes avezados y muy violentos.
Cierto es que, cuando se logre niveles de seguridad ciudadana aceptables, emergerán quienes se mantienen ocultos en situaciones de crisis. Ya lo han hecho en el pasado y, de seguro, volverán a hacerlo si alguien tiene la valentía de enfrentar al terror que busca apoderarse del estado para someter a toda la nación.
Javier González-Olaechea, asuma el desafío, el Perú lo espera.
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