Raúl Mendoza Cánepa

El bibliotecario viejo

Un relato que no pierde vigencia

El bibliotecario viejo
Raúl Mendoza Cánepa
29 de abril del 2024


Aurelio Bohórquez permaneció quieto. Con los ojos saltones amontonó las tablillas y recorrió aquellas grafías que ya no le decían nada. El sánscrito adquiere vida en su pronunciación, lo había estudiado en Irish, lugar registrado en un solo mapa en el mundo, el de Add Abukar, el sabio de las cartografías de la India, que había traducido al árabe algunos rollos hallados en las cuevas de Hassa. 

Tanto misterio en ese anaquel. Bohórquez sorbió del cigarro y echó una gran bocanada de humo. Le habían prohibido fumar en las salas, pero él era el director de esa enorme biblioteca.    

Conocía a tacto la diferencia entre la textura de un papel de la Ilustración y uno de la Edad de Oro española, se dice que poseía los pliegues de la gramática española de Nebrija. Fue durante el verano que el cargo fue puesto a disposición por “temas de la edad”. Son cinco postulantes muy jóvenes al puesto.  

Sus perplejos visitantes solían contener el habla, maravillados por una memoria que parecía contener todos los misterios revelados y los contenidos de todos los libros que pasaron por sus manos. Intercambiaba las teorías con Newton y desafiaba a la astrofísica con explicaciones sobre las fuerzas sutiles y curvaturas invisibles sonoras en el espacio. Sus cantos bisilábicos hinduistas se oían en la sala de lecturas. Era amigo del ajedrez, “juego de dominación que no sirve para aniquilar al adversario, pero sí para erigir el templo del universo de todos los cálculos y las infinitas probabilidades”. Transcribió La historia de Roma, de Tito Livio. Releyó la primera página de Filippo y supo entonces que, en ocasiones, hay que torcerle el cuello al destino. Filippo renunció a ser rey para perseguir a su esclava, Bohórquez había abandonado el ruido del mundo para adquirir el dominio de todos los saberes. 

–Señor, usted ya cumplió casi los setenta. Su reemplazo está abajo.
–Dile, Carlos, que ya voy. Dime antes, ¿es joven?
–Mucho, señor, mucho. Aunque no tiene experiencia ni lecturas ni la memoria que tiene usted, pero es la nueva política de la Biblioteca que sea dirigida por jóvenes. 

Se dice que el viejo bibliotecario encendía en las tardes una fogata cerca de su escritorio y que el chisporroteo de las llamas le inspiraba alguno que otro verso, tantos que consolidó uno de los libros más admirados por los escasos culteranos y amantes de la literatura española que habitan estas tierras. 

Antes que el ministro firmara el decreto de su destitución, logró la adquisición de los lotes de libros de la Universidad de Praga, más precisamente aquellos traducidos al español y al latín, lo que le valió la medalla de los amautas, que solo podía explicarse en la reverencia que un hombre de sus complejidades intelectuales inspiraba.  

La última vez que asomó el rostro por la ventana de su oficina fue para observar a sus empleados. Cada vez eran más jóvenes. Solo sabía de ellos por los taconazos secos sobre los empedrados de la galería en la entrada y por los murmullos que se arremolinaban en sus oídos cada tarde a las seis.

 “Aurelio Bohorquez. Director de la Biblioteca Nacional”. Es un hombre excesivo y vital. Detrás de su silla se alinean varias pegatinas. “Bohórquez”, “Groussac o Borges, pálida ceniza vaga, un hombre ciego arrastra los pies por un pasadizo, yo quise ser ambos, homófono de uno, la sombra más profunda, la melancolía del otro. Yo tengo los ojos y la memoria, aquel solo la memoria, pero ahora me son inútiles”.  

El escritorio del hombre es una yerma. Una hilera de jóvenes empleados camina hacia la avenida, los espía. Arrastran los pies, solemnes y torpes, no se hablan entre sí, parecen dirigirse hacia un sepelio. ¿Dónde está el gran Bohórquez? “Será reemplazado por un novato de los anaqueles, es la nueva política que aquellos que lleguen se formen en nuestra cultura organizacional”.  El silencio es denso y el aire espeso. El vaho cubre sus ojos hinchados.

–Señor Bohórquez, ya preparé sus cosas. Todo lo he colocado en la maleta, dígame si desea despedirse de los anaqueles. Será la última vez. Es hora de partir.

Raúl Mendoza Cánepa
29 de abril del 2024

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