Luis Hernández Patiño
El ausentismo electoral y sus implicaciones
Sufrimos de una tremenda inflación emocional
En el reciente proceso electoral municipal se ha podido notar un ausentismo que debe llamar nuestra atención profundamente. Sí, debe llamar nuestra atención porque no es la primera vez que se produce y porque, en el fondo, no es algo simplemente anecdótico.
Por una parte, el ausentismo electoral está relacionado con la tremenda irresponsabilidad de aquellos a los que les importa el riesgo de que el poder vaya a terminar en cualquier clase de manos. Lo curioso de todo esto es que luego de las elecciones, esos irresponsables que no fueron a votar se quejan frente a la pésima gestión de las nuevas autoridades, como si el resultado de las elecciones no tuviera que ver con su ausentismo; incluso se suman a los que sí votaron y exigen que los líderes políticos hagan algo para cambiar la situación.
Sin embargo, la irresponsabilidad no es lo único que explica ese nefasto ausentismo que se observa al momento de las elecciones. A mi entender, este ausentismo es la sintomática manifestación de uno de los más graves males que nuestra sociedad sufre. ¿Qué es lo que entonces nos ocurre?
Por decirlo de alguna manera, para que se entienda, nuestra sociedad tiene las pilas afectivas muy bajas. En otras palabras, no contamos con una fuente de energía capaz de darles a nuestros sentimientos la fuerza suficiente para encauzar nuestra conducta colectiva en una forma coherente, frente a la realidad que debemos enfrentar. Esto tiene mucha relación con lo que Víctor Andrés Belaunde afirmaba en sus ensayos sobre psicología nacional, cuando hablaba de “nuestra pobreza sentimental”.
Podrá parecer raro que se hable de aquel tipo de pobreza entre nosotros. Y alguien me dirá cómo va a ser eso, si lo que más abundan en nuestro ambiente son los besos y abrazos. Sin embargo, no es difícil observar que tales besos y abrazos, que con tanta facilidad nos prodigamos, no van más allá de ser una manera superficial de cumplir y una sutil forma de fingir que sentimos lo que en el fondo no sentimos, porque no tenemos fuerza para sentir.
Lo que hay entre nosotros es una tremenda sensiblería. Haciendo un paralelo con lo económico, sufrimos de una tremenda inflación emocional, basada en sentimientos inorgánicamente emitidos, carentes de una energía vital y vibrante. Y en consecuencia, como se podrá ver, lo que reina entre nosotros es una gran hipocresía que, precisamente, busca esconder nuestra pobreza, nuestra precariedad sentimental, recurriendo para ello a una actitud posera, decoratista.
Con cuánta facilidad escucho decir aquello de “contigo Perú”, “te amo Perú”. Con cuánta emoción más de uno se agita, suda, se emociona, llora cuando la selección de fútbol mete un gol. Y por si eso fuese poco, a modo de ejemplo, véase la ceremoniosa forma en la que se entona aquel himno nacional que nos enseñaron en el colegio.
Ah, pero frente a todo eso, véase también la gran facilidad con la que, ante nuestros grandes problemas, y a la hora de las grandes definiciones, como las electorales, muchos de los entusiastas que cantan y gritan el nombre de la patria simplemente quitan el cuerpo, dándole la espalda a sus responsabilidades. Brillan por su ausencia cuando más se les necesita.
El ausentismo electoral se explica porque, aunque suene duro decirlo, al Perú no lo sentimos como debiéramos sentirlo.
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